La Jornada Semanal,   domingo 25 de mayo del 2003        núm. 429
Alejandro Estivill

El hombre bajo la piel
(fragmento)

Sucedió que en el invierno de 1993 comenzó a nevar tarde en la ciudad ya muy entrados los breves días de diciembre. Dios lo quiso así. El Altísimo. ¿Cómo iba a olvidarlo? El avasallador frío sobre una carne del trópico puliendo mi colorado pellejo. Primer invierno en un país extranjero y la gente lo repetía entre el vapor interminable de muchas bocas resecas: "Empezó tarde; este año empezó muy tarde, porque en el pasado, sí que fue tremendo ver los copos enormes desde el día de los veteranos: nieve y más nieve, mucho antes de Navidad." 

Cielo gris que te extiendes por encima de los abetos inclinados por el peso blanco, ¿al caer la tarde

                                                             –suspiro–,

                                                                                  no viste al astado gamo con su hembra en el manzanar? Yo los vi. A todos.

                                                                                   Los vi súbitamente huir, levantar las colas, y, en sus altos, 

                                                             lentos,

                                                                       elegantes y largos

                                                                                    ¿qué?

       atravesar la cerca de los bosques de abetos que inclina el peso de la nieve.

       Hoy y ahora:

No quiero, simplemente lo detesto; no quiero el diciembre, ni la carne de alce o de venado en la mesa. Me alimento mejor de algún insecto rastrero que signifique el calor de mi pueblo. En mi celda no habrá nada, ni pavo, ni pollo caliente, pero por tristeza tampoco correrá una cucaracha en esta cárcel tan mía. 

        Y de aquel año recuerdo un folleto turístico, siempre a mi lado, que conservé hasta el día en que fui encarcelado; lo recuerdo con sus tres consejos gastronómicos, alce, langosta y codorniz; otras tres insustanciales curiosidades lingüísticas que nunca pude pronunciar, y la subrayada importancia que daba a las iglesias puritanas de la zona,

reformadas
                 
       resbiterianas

                 sabatistas

                                          y metodistas; y yo ese día aplasté una cucaracha.

Y había eutiquinianos y monofisitas, cuáqueros y nestorianos, moravitas, mormones y luteranos con su tradición sermonaria en la contraportada de cada libro (vida estoica y guerrera para encaramarse en feroz batalla con el invierno). Y había un solo y desquiciado católico de pueblo que daba clases de teología en una vieja universidad de Cambridge.

Sobre todo recuerdo que en ése, mi folletín, se distinguía un comentario explicativo sobre uno de los climas más agresivos e irregulares del mundo. "England and the United States are two countries detached by a common language... Attached by a common weather."

Sin embargo, llegó de súbito 

Now was the Winter of our discontent made a worst glorious winter without that sun of York.

Y para cuando pude reconocerlo, ya el torrente del aire, del cielo y de las entrañas del mundo en su corteza, ya el río Charles y mi sangre estaban helados, suspendidos y quebradizos en el hielo azul y en esa capa de nieve aventada con rudeza, con odio, tirol de yeso, albañil torpe y enajenado, blanca sábana de encajes rotos, mujer dormida. En la ciudad no nieva bonito, no con estética; y santo serás si al ver Boston recuerdas escamas de películas tiernas. 

Cuando la ciudad ríe, hace una mueca desagradable; o con lentitud bosteza y enriela la vida de sus hombres en una callejuela oscura, tubos de humo, pasillos de fantasma. Yo me burlo. Pero, aún los que no queremos, acabamos como rémoras de su labio negro que nos alimenta. La ciudad está sentada esperando que el moho la entumezca.

Martes, ya tarde.

Me recuerdo tomando un autobús; es el Boston dormido, es noche y la cúpula en lo alto escupe copos que se estrellan contra el cristal en su intento por morderme. Soy indigno; un gato de cola dentada maúlla aterrado por aquella primera nevada y su imagen indecisa quedará fija para siempre entre reflejos. El primer día de invierno es la primera anunciación de un crepúsculo prolongado que alcanza marzo. Ese día muere una cucaracha. 

                                                                                                                                                  ortóptero inmortal

con élitros muertos y más largos que su abdomen

                          cuca...

lomos sin alas genuinas, seis articulaciones peludas. Ninfa desarrollada, blatella germánica.

Nieva y el giro de desplantes inconexos comienza; comienza y comienza... Cuando ella está muerta, la historia avanza con sus pasos en periplaneta, dejando huellas.