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México D.F. Viernes 23 de mayo de 2003
Leonardo García Tsao
Cannes 2003
Más pequeñeces y una Cenicienta mexicana
Cannes. Faltando un par de días para que
concluya la 56 edición del festival de Cannes -la más pobre
en mucho tiempo- las últimas esperanzas se apoyan en el prestigio
de Clint Eastwood, Peter Greenaway y Alexander Sokurov. Pero ya quedó
establecido que las filmografías sólidas no son garantía
de nada.
A nadie se le ocurriría situar al francés
Claude Miller entre los grandes directores de nuestro tiempo. Su obra,
en el mejor de los casos, ha sido estimable a secas. Pero en esta ocasión
ni siquiera ha alcanzado esa categoría con La petite Lili
(La pequeña Lili), adaptación libre de La gaviota,
de Chéjov. La situación original de amores cruzados en el
ambiente de una casa de provincia, ha sido tomada por Miller para explorar
el trillado tema de qué tanto el arte imita la realidad y la transforma.
Un joven mamila, aspirante a cineasta, pierde el amor del personaje
epónimo, una Lolita campirana que se escapa con el amante de la
madre de él; tras la crisis consecuente, pasan los años y
el asunto es convertido al final en una película catártica.
Nuevamente, la selección de algo tan menor en la competencia habla
de desesperación por parte de los programadores.
Al menos Miller sabe desempeñar su trabajo con
solvencia formal y claridad narrativa. Lo mismo no puede decirse del chino
Lou Ye, quien en Purple butterfly (Mariposa púrpura)
es incapaz de hacer inteligible una intriga de espionaje en el Shangai
de los años 30, durante la invasión japonesa. Debería
titularse Iron Butterfly, porque esta pesada mariposa nunca levanta
el vuelo. Lou se adhiere a la doctrina del confusionismo (así, con
s) y hunde su relato en una estrategia de filmar todo en planos cerrados,
o someter las escenas en exteriores al aplanamiento del telefoto. Bajo
su monótona idea de la atmósfera, en Shangai no existe la
luz diurna, siempre llueve a raudales y la gente muere tiroteada por quién
sabe quien. Desde que Juan Orol cometía sus fantasías gangsteriles,
ningún otro realizador había urdido balaceras tan torpes
y confusas. En sus respectivas funciones de prensa, ambas películas
fueron recibidas con apagada resignación. Los críticos ya
estamos demasiado cansados para abuchear.
Hoy inicia la proyección de los cortos estudiantiles
en la sección llamada Cinéfondation, en una competencia no
oficial a ser decidida por un jurado cuyo presidente es el ex yugoslavo
Emir Kusturiça. Según hemos reportado, hay tres trabajos
mexicanos en esta sección, los únicos ejemplos de nuestro
cine en todo el festival (sin contar las proyecciones del mercado, claro).
Zona cero, de Carolina Rivas será el primero en exhibirse.
Producido en el CUEC, el corto es un anacronismo, uno de esos ejercicios
de polvo y miseria en blanco y negro, de vaga inspiración rulfiana
que, a no ser por la presencia del actor Arturo Ríos, realmente
podría haberse filmado en los años 70.
Es posible que la directora haya imaginado que su corto
iba a exhibirse en la sala Lumière, y que iba a ascender por la
alfombra roja, codeándose con Nicole Kidman y Clint Eastwood. Sólo
así se explica el número de Cenicienta que armó en
algunos medios antes de iniciarse el festival, donde algunas autoridades
se sintieron amenazadas por el periodicazo, como ya es costumbre, y decidieron
cooperarse hasta para el vestido de Rivas. Uno pensaría que López
Obrador, por ejemplo, tendría asuntos más apremiantes qué
atender.
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