Jornada Semanal,  18 de mayo de 2003         núm. 428

JUAN DOMINGO ARGÜELLES


SALVADOR ESPRIU, 
LA OSCURIDAD Y LA POESíA

"La poesía –dijo alguna vez el gran poeta catalán Salvador Espriu– es un proceso de conocimiento que ha de conducir a la claridad. Si no conduce a la claridad no sirve para nada. Por esto creo que Unamuno era un gran insensato; porque utilizaba sus enormes condiciones intelectuales para oscurecer."

Aunque esta certeza aparecerá de manera permanente en todos los grandes poetas, lo mismo en la formulación teórica que en su obra lírica, nunca será demasiado insistir en tan verídico hecho frente a la creencia de que la poesía, para serlo, debe poner en aprietos a los lectores y someterlos a una suerte de juego adivinatorio en el cual el que escribe ejerce el poder sobre el que lee.

En el caso del gran poeta catalán, por algo será que sus libros están llenos de claridad: de luz y entendimiento. En su famoso libro La piel de toro (1960), Salvador Espriu (1913-1985) escribe: "De la más clara/ palabra, la esperanza,/ hay que hacer vida." En otro poema, dice: "Soporto abismos/ y el secreto de la llama que ofrece/ una esperanza de claridad."

Un hecho mayormente insensato del ejercicio oscurecedor que ha privado en un amplio sector de la literatura es cuando en la prosa de ideas y aun en la de divulgación, el escritor se esfuerza, se esmera, se deleita en hacer tornillos y tirabuzones de las palabras y las frases, siendo que los grandes pensadores se han caracterizado por una claridad absoluta. 

Ezra Pound lamentaba del siguiente modo la falta de consejos sensatos a los jóvenes escritores: "Cuando un joven con instinto y entraña de poeta, empieza a escribir, no hay quien le diga: ‘¡Escribe exactamente aquello que sientes y quieres decir! Dilo con la mayor concisión y evita toda trampa ornamental’." Por el contrario, son muchos los que se esfuerzan en dar el siguiente consejo:

–Ya leí tu texto. Pero lo encuentro muy desnudo, muy sencillo, muy comprensible; como que le falta algo de elaboración intelectual. Oscurécelo un poco, no vayan a creer que eres ingenuo o, peor aún, que eres un absoluto tonto. Siempre con un poco de oscuridad, los demás sabrán que eres inteligente. Nunca falla. Es un recurso que no debes desdeñar. Cuando la gente no entiende algo, se interesa de inmediato en ello porque lo estás poniendo a prueba. Mientras menos entienda en un principio, mayor certeza tendrá de que el problema es suyo, no tuyo, y de que pensar y escribir no es tan simple como había supuesto.

En elogio de José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid tiene un ensayo magistral en donde se refiere a la poesía que sí se entiende, esa que los profesores y los lectores exigentes de oscuridades miran con extrema desconfianza porque los agarra descuidados y los sume en el desconcierto total. Escribe: "Hay una incomprensión desconcertante hacia la poesía ‘que sí se entiende’. Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la ‘que no se entendía’. Les daba ocasión para pedir becas, investigar y organizar toda una industria hermenéutica. En cambio, la poesía ‘que sí se entiende’ los toma desprevenidos. No entienden nada porque creen entender. Abandonan las cautelas más elementales. Creen que un poema que no ofrece dificultades para ser leído burdamente es un poema burdo. Creen que está escrito a lo fácil lo que leen a lo fácil. No sienten nada de lo que creen que hay que sentir, y les pasa de noche un gusto nuevo para el cual no tienen expectativas hechas."

La hermenéutica sólo tiene sentido cuando se apaga la luz y cuando la escritura se llena de arabescos, criptogramas, acertijos, retruécanos y misterios gramaticales y sintácticos más o menos envueltos en metáforas extremas, símiles truculentos y lóbregas imágenes que sumen al lector en la estupidez.

Qué tan mal ha de escribir si escribe como habla, sentencia una mordacidad. Pero hay gente que, desde el otro extremo, en la esquina de la prestigiosa "dificultad" y la apantallante "complicación", cree de veras que hay un lenguaje especial para escribir que consiste en poner todo aquello en un idioma que jamás se utiliza para hablar, es decir para comunicarse; un idioma de la incomunicación cuyo propósito es mostrar que todo aquello que se entiende de manera inmediata debe ser visto con absoluta desconfianza porque seguramente su autor no utiliza con mucha frecuencia el cerebro.

Por ejemplo, hay académicos y comentaristas que se expresan de la forma más nítida cuando hablan, pero son incapaces de emplear esta virtud cuando escriben. El peor elogio que te pueden hacer es decirte que tu texto es muy claro y muy ameno, porque piensan desde luego que dicho texto está destinado a personas tan tontas que ni siquiera necesitan pensar para poder comprenderlo. Si se le hubiese ornamentado con giros de negra densidad, el elogio sería otro: ¡Es un texto magnífico, difícil, pero espléndido!

Ludwig Wittgenstein, que no siempre es claro y que a veces incluso es bastante denso, tuvo un día esta iluminación: "Todo lo que puede ser dicho puede ser dicho claramente." Y a los espesos y pastosos que todo lo oscurecen a propósito porque desprecian la sencillez, Nietzsche les dijo: "La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura."

Desde luego, hay toda una legión de ostentosos oscurecedores profesionales dispuestos a asegurar que si nadie entiende lo que escriben es por limitaciones intelectuales de quienes leen sin la debida preparación que se requiere para comprender. Pero Borges es claro y Octavio Paz es transparente; Pablo Neruda es luminoso y Alberti es un radiante sol al mediodía.

Salvador Espriu tenía razón: es una insensatez utilizar las capacidades intelectuales para oscurecer de propósito lo que de natural es claro. Y es que, seguramente, Espriu, el catalán, había escuchado al castellano Juan de Mairena: "Si tu pensamiento no es naturalmente oscuro, ¿para qué lo enturbias? Y si lo es, no pienses que pueda clarificarse con retórica. Así hablaba Heráclito a sus discípulos."

Y pensar que hoy al oscurecimiento algunos se atreven a llamarlo estilo.