Jornada Semanal,  18 de mayo de 2003         núm. 428 

ANA GARCÍA BERGUA

UN MUY JOVEN 
VIAJERO JAPONÉS

Para Víctor y Enrique

Maximiliano Matayoshi es un escritor argentino de padres japoneses, cuya primera novela, Gaijin, ganó el año pasado el premio para Primera Novela unam-Alfaguara. No es de extrañar que haya obtenido dicho galardón, pues se trata de una novela verdaderamente notable por varias razones. La primera de ellas es que el tema que aborda y la cultura que retrata no son habituales en la literatura en castellano, y ya no digamos en la literatura latinoamericana. En efecto, Gaijin narra, a grandes rasgos, el viaje que hace un adolescente japonés a la Argentina al final de la segunda guerra mundial, y cómo se las arregla para sobrevivir en aquel país, dentro de la pequeña comunidad de inmigrantes japoneses que se abre camino ahí a golpes de tintorerías. Ese mundo, de entrada, no es muy conocido entre la mayoría de los lectores hispanoamericanos y despierta una gran curiosidad. El solo periplo que hace el barco –Hong Kong, Singapur, Lorenzo Márquez en Portugal, Ciudad del Cabo– basta para situarnos en lo que representaba viajar desde el continente asiático a Sudamérica en aquella época, en un barco atestado, huyendo de un Japón destruido por la guerra, cuando además los japoneses eran agredidos abiertamente por los habitantes de los países recién liberados del derrocado imperio del sol naciente por los norteamericanos: a los japoneses del barco en el que viaja Kitaro, el protagonista y narrador de la historia, los chinos les avientan piedras y en algunos puertos de los que toca el barco Ruys ni siquiera se pueden bajar.

Por ello, la historia que narra Gaijin –palabra que en japonés quiere decir "extranjero"– podría ser contada de una manera grandilocuente y dolorosa, con grandes aspavientos como los que hacían los mensajeros de las películas de Kurosawa, pues hay en ella mucho de tragedia: los niños que juegan entre cascos de bombas, el niño que se ha quedado sin padre y a quien su madre envía solo, a los doce años, a probar suerte a otro continente, las dificultades de la supervivencia en un país tan lejano y tan distinto, la soledad de estar sin su madre, sin su pequeña hermana. Hay, sin embargo, en la manera de narrar esta historia (y el hecho de que sea una primera novela y su autor tan joven lo hace más notable aún) un fuerte ejercicio de contención y de voluntad literaria que convierte a la historia en una curiosa mezcla de novela de formación y novela de viaje, simultáneamente. Por una parte, está toda la saga de una persona que logra sobrevivir y tener ánimo en condiciones sumamente adversas, pues de hecho la vida que ahí se relata es la vida real del padre del escritor, sobre la que Maximiliano Matayoshi trabajó, según él ha contado, mientras laboraba por las noches en una compañía de televisión por cable.

Sin embargo, hablo de voluntad literaria, porque el relato de esta vida se entrevera con un estudio profundo del temperamento humano, el cual se expresa en el carácter del personaje principal y en la relación que establece con los adolescentes que viajan en el barco, y con los otros inmigrantes que constituyen su entorno ya en Buenos Aires y después en Mendoza. Quizá esta es la mayor virtud del libro: su prosa casi minimalista, un mecanismo de relojería sutilmente trabajado, muy cercano en espíritu al estilo de Mario Bellatín (quien por cierto formó parte del jurado que le otorgó el premio) que tanto nos dice y todavía se permite callar datos que en otros abordajes se considerarían indispensables, como por ejemplo saber cómo murió el padre del protagonista. En este caso, la elección entre lo que deja ver y lo que oculta el narrador corresponden en gran medida a la sensibilidad exquisita del adolescente que protagoniza Gaijin, quien en el libro crece de manera dolorosa y demasiado abrupta. A mi modo de ver, en la parte final del libro, el afán de contar la vida gana al de hacer literatura y el libro pierde un poco, pero eso ustedes lo verán, porque ciertamente es un libro que refresca mucho el consabido panorama de novedades. Además, quizá vale la pena pensar que está bien que una primera novela termine con prisas: si añadimos el hecho de que su autor tiene apenas veinticuatro años, nos queda Maximiliano Matayoshi para rato.