.. | México D.F. Domingo 18 de mayo de 2003
MARRUECOS: LOS VIENTOS Y LAS TEMPESTADES
Los
atentados en Casablanca, la principal ciudad marroquí, plantean
nuevamente que el fundamentalismo de la derecha cristiana que gobierna
Estados Unidos y el terrorismo de Estado que en ese país hace la
vez de la política internacional engendran, inevitablemente, un
recrudecimiento del fundamentalismo en los países de mayoría
islámica y el terrorismo suicida de los desesperados. Los vientos
que Estados Unidos siembran conllevan trágicas cosechas de tempestades.
Los atentados terroristas, en los cuales perecen decenas
de inocentes, así como la inmolación de quienes los cometen,
causan evidentemente horror pero sólo son la respuesta de los débiles
a las acciones masivas del terrorismo de los invasores de Afganistán
o de Irak o de los ocupantes de Palestina. Las imágenes de los civiles
bombardeados, quemados, mutilados y de los niños asesinados por
quienes llevan a cabo una verdadera cruzada contra el Islam alientan cotidianamente
la sed de venganza y el odio impotente y alimentan la reproducción
de las organizaciones terroristas.
Washington había asegurado que su ocupación
de Afganistán acabaría con el terrorismo de Osama Bin Laden,
pero en esta semana las bombas mortíferas en Arabia Saudita, atribuídas
por Estados Unidos a Al Qaeda, que había sido declarada aniquilada
y sin dirección, prueban que hay gente que puede planear atentados,
encontrar militantes dispuestos a dejar la vida en ellos y organizar una
complicada preparación logística de ataques simultáneos
contra diversos blancos en diferentes países. ¿Es eso obra
de una sola organización mundial centralizada? ¿No será
más bien el resultado funesto de la proliferación de grupos
terroristas que crecen como reacción y contrapartida al terrorismo
de Estado de Washbington y de Tel Aviv? Más que buscar la cabeza
de la hidra terrorista, ¿no sería más lógico
y eficaz suprimir el factor que la alimenta, o sea el racismo antiárabe,
la ocupación de territorios y la matanza de civiles árabes,
la opresión de los palestinos, los afganos, los iraquíes
y tantos otros pueblos, la amenaza a la independencia de Siria, los ataques
verbales -que preanuncian posibles bombardeos- contra el chiísmo
iraní o iraquí, y las medidas represivas contra los musulmanes
en Estados Unidos? Siempre, en la historia, el colonialismo y el racismo
han provocado la resistencia, por todos los medios, de los pueblos islámicos
colonizados y despreciados. Estados Unidos tiene como doctrina oficial
la guerra preventiva, o sea, la guerra permanente. ¿Cómo
asombrarse entonces de que aparezcan atentados como los de Casablanca -antiespañoles
y antisraelíes- en un país que jamás ha conocido tal
tipo de lucha pero, en cambio, recuerda los bombardeos masivos contra sus
ciudades durante la lucha por su independencia, poco después de
la Segunda Guerra Mundial, y tiene fresco el racismo y los crímenes
contra los marroquíes en la España de Aznar, para colmo aliada
de Estados Unidos contra los países hermanos? El que quiere paz,
debe preparar las condiciones de la paz, no hacer la guerra. El que quiere
seguridad, debe dejar de sembrar luto e inseguridad en el resto del mundo.
La legítima, indudable, condena al terrorismo debe entonces centrarse
principalmente contra quienes lo practican y fomentan como política
y en escala gigantesca porque, dando un terrible golpe a la civilización,
ellos provocan entre sus víctimas la proliferación de la
barbarie y del racismo que en palabras dicen condenar y en los hechos organizan
todos los días.
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