La Jornada Semanal,   domingo 11 de mayo del 2003        núm. 427

Antonio Sonora 

Soy el traidor

Ilustración de BogotaHasta. De las balas contra los cristales, de las sirenas aullando sin parar, de esta luz roja que se plasma como sangre cada segundo sobre la cama. De los gemidos del pornógrafo de al lado, que todas las noches grita golpeando las paredes, de la herida en mi cabeza que a cada hora explota en burbujas de rabia. De los anuncios en las calles, del exhibicionista enfermo que palidece cuando lo golpeo. De la punzada en mi vientre, del semen bajo las sábanas. Soy el traidor, el asesino, el que en su lengua guarda escarabajos, serpientes en pudrición. El héroe de los placeres idiotas que bajo la luna clama como un perro. Me desvisto y camino como por mis sueños, devastándome en el smog, en la neblina pegajosa que cada mañana habita mis pulmones. Basta del maniquí con quien despierto, a quien le hago el amor siempre sin respuesta, el que en sus manos de plástico guarda mis únicos besos y en sus ojos de cristal mi imagen muerta. Caigo sobre el piso amarillo como un ave y me detengo ahí, oyendo cómo la humedad palpita en las tuberías, en las regiones perdidas de esta demencia. Basta del tatuaje en mi cuello que todos los días se expande asfixiándome en la madrugada; de los poetas que saltan a morir de las cornisas, de las alambradas oxidadas que aprietan mis caderas. Tomo un clavo y escribo en los muros del cuarto una historia extraña, una guerra de hormigas, una crisis de ceguera. Grabo este momento y el otro, el que perdí. Me conecto a esta pantalla que me proyecta qué sentir. Lucho contra este remolino en donde violadores y ministros comparten sus miserias. Giro como gira tu cabeza, como se sacude la cintura de ella, cuando el fuego la galopa, la engendra en el sudor y en la tristeza.

No puedo retener mariposas, ni tocar girasoles, ni imaginar la belleza. Basta de hablar. Alguien oye tras las puertas. Sólo dejaré que el humo ascienda, que el delirio se disperse, que el dolor desaparezca.