Jornada Semanal,  domingo 11 de  mayo del 2003                 núm. 427

VOCACIONES

Recuerdo con claridad cuándo supe que yo no tenía muy definido el asunto de la vocación. Estábamos mi hermana y yo comiendo pepino con chile y mirando Ultramán en la televisión, cuando llegó una vecina buscando a mi mamá. La señora aquella venía muy alarmada. Ceñuda y acezante, le espetó a mi madre:

–Nomás le vengo a decir que su hijo está con el mío en la esquina, fumando y viendo revistas de encueradas. Ya no quiero que ese vago se junte con mi niño.

Mi mamá, alarmadísima, salió corriendo, pues mi hermano Rafa no tenía permiso de estar solo en la calle, mucho menos de fumar y ver revistas pornográficas, ya que sólo tenía cinco años. El pobre apenas alcanzó a arrojar lejos de sí el Kent que había tomado del buró de mi papá y que no sé cómo había prendido. La revista de marras era un Caballero y, según Rafa, era propiedad del hijo de la vecina. Ésta reconoció la publicación, la enrolló y le dio un papirotazo a su hijo que casi tiró al niño al suelo. Mi madre le propinó decenas de nalgadas a mi hermano y lo llevó en volandas a la casa.

–¿Quién te dijo que los niños pueden fumar? ¿Te quieres quedar chaparro? ¡Me vas a volver loca! ¿Qué hacías viendo esa revista?

–¡Nada! ¡Nada! ¡Yo no era! –gritaba Rafa, corriendo entre las sillas y metiéndose bajo la mesa, en un esfuerzo inútil por esquivar los coscorrones.

Unas horas después llegó mi padre, quien al enterarse de la situación, optó por una extrañísima táctica pedagógica. Obligó a mi hermano a fumarse otro cigarro, dándole el golpe y todo.

–A ver si de verdad te gusta. Ahora te amuelas –le dijo.

Prendió el cigarro y se lo pasó a mi hermano, quien lo recibió entre sus dedos pueriles con cara de susto.

–Fuma –le ordenó mi papá–. Para que veas que es un vicio feo y cosa de grandes.

Rafa inhaló, tosió un rato, se puso verde y se terminó el cigarro. Mi mamá se retorcía las manos, mientras mi papá movía la cabeza, pesaroso y decidido.

Fue una estrategia fallida. Un cuarto de hora después mi hermano asomó la cabeza por la puerta de nuestra recámara y exclamó:

–¡Me salvé!

Antes de dormir, atónita por su estoicismo, le pregunté:

–Rafa, ¿qué vas a hacer de grande?

Sin dudarlo me contestó:

–Fumar mucho y pisar lodo…

Me quedé impresionada por la decisión que percibí en su voz. Esa noche no pude dormir, porque, a diferencia de mi hermano, yo no tenía la menor idea de lo que quería ser cuando creciera. Había algunas avenidas cerradas, ya desde entonces. Las deportivas estaban fuera de la cuestión, y aunque yo era una niña, lo sabía. Me bastaba con verme en el espejo.

Sospechaba que con las científicas iba a tener muchos problemas, aunque ansiaba que llegara el día, lejano aún, en el que con mi grupo entrara al misterioso salón de química, en el que había tubos de ensayo, platillos de Petri y tres mecheros descompuestos. En cambio, me daba horror el de biología, porque había oído lo que les esperaba a las ranas y los conejos. Yo sólo era buena para leer Huckleberry Finn y mirar por la ventana.

Unos meses después, mi mamá fue a que le leyeran las cartas. "Veo a uno de sus hijos vestido con bata blanca", le profetizó la adivina. Rafa no era. Tenía otros planes, ya lo sabíamos. Yo había visto a muchos doctores, pero no sentía ninguna afinidad con ellos. Era incapaz de echarles merthiolate a mis hermanos en los raspones, o de arrancarme las costras. Además, mi hermana Adriana opinaba que cualquiera que pusiera inyecciones todos los días no era de fiar. Ella quería ser educadora y usar bata, pero de colores y con bolsillos en forma de corazón.

–Seguro la bata es de peluquera –dije.

–También las señoras que despachan jamón en el súper llevan bata blanca –contestó mi hermana.

La adivina no nos convenció.

Mientras la vocación de mis hermanos se convertía en asunto resuelto, la mía siguió siendo algo indefinido. Me refugié en los libros, como siempre, y me dio por escribir en las últimas hojas de mis cuadernos frases como "Verónica Murguía, detective, resuelve el misterio del eslabón perdido"; "Fulana es la nueva actriz en la exitosa serie Señorita Cometa y saldrá en la tele con Takeshi y Colli"; "Mengana, famosa millonaria mexicana, nos dice para qué sirve el dinero (para comer Submarinos de fresa)".

Pasaron los años, leí cientos de libros y llené otros cientos de páginas con harta extravagancia, siempre angustiada porque no sabía qué iba a hacer con mi vida.

Creo que hay gente que no ve la pared hasta que se rompe los dientes con ella.