Jornada Semanal, domingo 11 de mayo  de 2003           núm. 427

MARCELA SÁNCHEZ
 MEMORIA Y MUERTE

Además de representar la fuerte dosis neurótico-obsesiva que forma parte de la naturaleza humana, en Recuerdos de infancia… y un pollo Tatiana Zugazagoitia consigue retratar a una serie de personajes grotescos atrapados en un drama lleno de humor negro. Afirman los especialistas que la obsesión, llevada a sus límites, sólo conduce a la infelicidad, la autodestrucción, incluso la muerte. Cinco personajes (El Lector, La Pajarera, La Pollera, La Portera, La Cocinera y El Vagabundo) son el punto de partida para seguir las huellas de la memoria infantil en esta historia.

El asunto central de la obra se plantea a través de la intuición de un niño que percibe la locura del mundo de los mayores. El mandato perverso que esclaviza el discernimiento de quienes sufren de obsesión compulsiva es puesto en evidencia. Recuerdos de infancia… ahonda en el espacio dramático de sus personajes a través del movimiento limítrofe de los cuerpos que, de manera inexorable, los conduce a un desenlace fatal. El rewind, el otra vez, la velocidad y las pausas reflejan el ser y el estar de estos personajes aislados y obsesos, unidos en la experiencia de la vida y la muerte por un hilo subyacente. Los actos que se imponen los seres obsesivos-compulsivos representan, para ellos mismos, hechos mágicos capaces de transformar el destino sin que medie una explicación racional. Sus compulsiones les permiten descargar la tensión de las culpas. Es difícil precisar la delgada frontera que señala el límite tolerable de una tensión; lo cierto es que cuando ese límite se rebasa sobreviene la desgracia.

Al abordar temas como éste, extremos y arriesgados, muchos coreógrafos caen en el melodrama o en la falsedad. No es el caso de Tatiana, quien trata su material sin cortapisas, le da un toque oportuno de humor negro y sin ningún recato coloca al espectador ante la muerte inminente de sus personajes. Si la propuesta sorprende es porque asume un punto de vista infantil sin excluir la mirada sombría del adulto.

El Lector, personaje colocado en las alturas del escenario, actúa como un demiurgo que lee fragmentos de La reticencia de Lady Ann, libro del británico Saki (seudónimo de Hugh Munro), cuyos relatos se caracterizan por la crudeza con la que describe la condición humana. Único personaje masculino, El Lector acaba por imponerse como un claro representante de la figura del padre. Según parece insinuarse en el programa, Tatiana emplea en este trabajo elementos autobiográficos; sin embargo, cualquier referencia personal implícita en la historia deja de importar en la medida que se impone el intenso drama de los personajes. La propia Tatiana acaba por imponerse como paradigma de una situación humana: una mujer que decide suicidarse inhalando el gas con el que momentos antes horneaba decenas de pollos que, de modo compulsivo, acumulaba dentro y fuera de la estufa.

No importa quién lo cometa, un acto suicida siempre responde a una lógica interna. Al llegar a este punto, la obra deriva en una reflexión sobre la muerte, abordada desde la memoria infantil. ¿No son los animales muertos uno de las primeras confrontaciones del niño con la muerte? El espanto se instala en la memoria del infante, que acompaña a la madre en la cocina y observa las patas y los cuellos cortados de los pollos, las vísceras sangrantes que descansan sobre la mesa de la cocina, los animales que cuelgan sin vida en los mercados. Sin embargo, la información sobre la muerte se oculta, se soslaya, sobre todo ante los niños. El niño sólo oye murmullos sobre el intento de suicidio de la vecina, o sobre la muerte de los abuelos.

El hombre moderno, como el niño, guarda silencio frente a la muerte y la ignora –o, por el contrario, habla de ella con indiferencia, pues ha dejado de tener el peso de un acontecimiento ritual. La posibilidad de dignificar la muerte se ha perdido, en buena medida porque es difícil pretender darle dignidad a un acontecimiento que se escamotea y se niega. Todos estos asuntos (extraordinariamente plasmados por Philippe Ariès en El hombre ante la muerte) parecen permear el trabajo de Tatiana. Al colocar al padre simbólico en escena y presentarnos su muerte de un modo natural, sin aspavientos, la coreógrafa sitúa en un primer plano la posibilidad de la muerte del padre real.

Recuerdos de infancia… y un pollo es el resultado de años de formación y búsqueda. Tatiana se inicia en el estudio de danza clásica en la Royal Academy of Dancing en Inglaterra y en la Escuela Vaganova de Leningrado. En México aprende técnicas contemporáneas (la técnica Graham y ciertas técnicas posmodernas) y estudia teatro con Abraham Oceransky. Más tarde cursa estudios en París y Hawai. En Nueva York se incorpora a las clases del maestro Finis Jhung. Técnica y reflexión son los elementos con los que Tatiana inicia un proceso de investigación que la ha llevado a lanzar propuestas por demás originales.

La obra se reestrena el 27 de mayo en el Teatro Jiménez Rueda, donde se presentará todos los martes y miércoles a las 20:00 hrs. hasta el 16 de julio del presente año.