Jornada Semanal, domingo 11  de mayo  de 2003            núm. 427

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

EL ORO DEL RHIN

Es posible que muchos de los admiradores de The Lord of the Rings (saga integrada por una especie de novela-prólogo, The Hobbit, más The Fellowship of the Ring, The two Towers y The return of the King, escrita y publicada entre 1930 y 1955), del sudafricano J.R.R. Tolkien, no se hayan percatado de que, en esencia, el argumento de esa serie de cuatro extensas novelas haya sido prefigurado en el de la no menos vasta serie operística de Richard Wagner, Der Ring des Nibelungen, tetralogía operística compuesta por un prólogo, Das Rheingold, y tres obras: Die Walküre, Siegfrid y Die Götterdämmerung, estrenadas entre 1869 y 1876, en Múnich y Bayreuth.

Un anillo poderoso y maldito, ambicionado por un ente maligno, monstruoso y caricaturesco, pero también por otras razas fantásticas, es la causa del conflicto central en ambas obras; de la oposición entre todos los grupos de personajes por la posesión del anillo, que volverá dueño del mundo a su dueño, surgen los conflictos más importantes de las tetralogías novelística y operística: renuncias de amor, saqueos, traiciones, oposiciones constantes entre Bien y Mal, la prevalencia de la ambición, la inescrupulosidad humana y divina, la idea del Destino como algo superior a dioses y hombres, y una visión pesimista de la Historia. Con las diferencias del caso, ambos autores coinciden en la imaginación de un Ragnarök, de un fin de mundo que engullirá a seres tan poderosos como los de origen divino por causa de un envilecimiento derivado del deseo de apoderarse de un anillo maldecido.

Además de las semejanzas entre las obras de los autores mencionados, el primer cuadro de Das Rheingold, de la tetralogía wagneriana, parece síntesis de ambiciones pasadas y previsión de rapiñas presentes: el coqueto descuido de las ondinas Woglinda, Wellgunda y Flosshilda, encargadas de cuidar el oro oculto en las profundidades del caudaloso Rhin (materia prima para la elaboración de un anillo que será emblema del poder infinito), propicia que revelen el significado del misterioso fulgor que yace en el fondo del río al lujurioso y tenebroso Alberich, enano perteneciente a la raza de los nibelungos, pobladores del mundo subterráneo. Ese oro sólo podrá tomarlo quien renuncie para siempre a las delicias del amor. Alberich maldice ese sentimiento, ante la sorpresa de las tres ondinas, luego se apodera del tesoro guardado en el Rhin y huye hacia los abismos de su tenebroso reino. Lanzando grandes gritos y lamentaciones, las tres ondinas tratan de perseguir al enano, pero inútilmente, mientras el paisaje se oscurece y se cubre de nubes sombrías. Al final de la ópera, cuando Wotan arrebata a Alberich sus tesoros y el anillo, éste profiere horrendas maldiciones que dañarán a sus futuros poseedores.

No es tan misterioso recordar el argumento y los personajes de Das Rheingold ahora que el inmenso tesoro cultural iraquí ha sido saqueado y destruido por inescrupulosos invasores que deberían prosternarse ante dos de sus santos patronos: Alarico, cuyas hordas incendiaron la ciudad de Roma en 410, y Atila, el azote de Dios, que presumía de que donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba (curiosa coincidencia: Atila fue llamado Etzel en el Cantar de los Nibelungos y se supone que el "tesoro de Atila", descubierto cerca de Hälsinborg, en Suecia, es el legendario tesoro nibelungo). Por no ser menos que ellos y otros destructivos invasores que depredaron y destruyeron tesoros culturales de los lugares conquistados, estadunidenses y británicos ejercieron, fomentaron y toleraron, en Irak, la destrucción de obra arqueológica, museográfica y bibliográfica invaluable, irreparable, con la evidente finalidad de propiciar el olvido y la desmemoria en una población a la que desprecian, lo cual no pide nada a los proyectos hitlerianos de convertir a los eslavos en una raza sumisa, inculta, sin pasado.

Se atribuye a Balzac la siguiente frase: "si no podemos cambiar de realidad, hablemos de literatura"… Antes de volver a los libros, queda el precario consuelo de desear contra los destructores de los muchos tesoros de Irak (las vidas, la cultura atesorada secularmente) el cumplimiento de todas las maldiciones de Alberich para que el oro negro, verdadero origen de la guerra de "liberación", se revuelva contra los opresores como un maleficio escriturado por el Diablo. Por caminos sinuosos, el Arte siempre ha cristalizado grandes procesos socioculturales: el crepúsculo de los dioses yanquis sobrevendrá, tarde o temprano; ojalá no se topen en ese momento con bárbaros tan destructivos y voraces como ellos, tenebrosos nibelungos inframundanos.