La Jornada Semanal,   domingo 11 de mayo del 2003        núm. 427

Anton Chéjov

Consejos sobre el cuento

Este cuentario abre de manera inmejorable con los consejos vertidos por uno de los más grandes cuentistas de todos los tiempos. En estos fragmentos, Chéjov habla para la posteridad literaria y para todos aquellos que, lo sepan o no, se han convertido en sus discípulos a la hora de tomar la pluma e intentar el ceñimiento de la realidad en la forma precisa y al mismo tiempo liberadora del cuento. Montes de Oca, Moreno, Reynel, Roblest, Samperio y Sonora son los autores convocados en esta ocasión para dar fe del vigor de un género literario tan insustituible como relegado por los criterios editoriales al uso. Esperamos que nuestros lectores encuentren en la lectura el mismo evidente gozo con el que estas historias fueron concebidas por sus autores.

Le pones poca atención a las pequeñeces en tus cuentos no obstante que, por naturaleza, no eres un escritor subjetivo. Dejar de lado esa subjetividad resulta tan fácil como tomarse una copa. Pero se requiere ser más honesto, lanzarse por la borda donde sea, no interponérsele al héroe de nuestra novela, renunciar a uno mismo aunque sea durante media hora. Escribes un cuento en el que una pareja de jóvenes recién casados se besan durante toda la cena, se duelen sin razón y derraman torrentes de lágrimas. Ni una palabra sensata; puro sentimentalismo. No escribiste para el lector. Escribiste porque disfrutas de este tipo de parloteo. Pero imagínate que tuvieras que describir la cena, cómo comían, cómo era el cocinero, qué tan insípido era tu héroe, qué tan contento estaba con su negligente felicidad, qué tan insípida era tu heroína, qué tan ridículo resulta su amor por ese glotón con una servilleta amarrada al cuello. A todos nos gusta mirar a la gente contenta, es verdad. Pero describirla, describir lo que dijeron y cuántas veces se besaron no resulta suficiente. Se requiere de algo más: libérate de la expresión personal que una plácida felicidad melosa produce en todos nosotros... La subjetividad es algo terrible. Es negativa sobre todo en esto: que deja ver las manos y los pies del autor. Te aseguro que todas las hijas de los ministros religiosos y las esposas de los oficinistas que leen tus obras deben estar enamoradas de ti, y si fueras alemán beberías gratis en las cervecerías donde sirven las mujeres. Si no fuera por esa subjetividad serías el mejor de los artistas. Sabes reír, punzar y ridiculizar, posees un estilo claro, has vivido, has visto mucho, pero lástima, has desperdiciado tu material...

(Fragmento de una carta a su hermano Alexander P., abril de 1883.)

En mi opinión una descripción auténtica de la naturaleza debe ser muy breve y tener un efecto determinante. Lugares comunes tales como "el sol se bañaba sobre las olas del mar que se oscurecía vertiendo su oro morado", etcétera, o "las golondrinas que volaban sobre la superficie del agua gorjearon alegremente..." deben desecharse. En las descripciones de la naturaleza uno debe concentrarse sobre los detalles, agrupándolos de tal modo que, al leerlos y cerrar los ojos, se obtenga una imagen de lo descrito.

Por ejemplo, puedes lograr el efecto totalizante de un claro de luna si escribes que en la poza de un molino el puntito brillante de una estrella iluminó el cuello de una botella rota y la sombra negra y rotunda de un perro o un lobo apareció y corrió, etcétera. La naturaleza logra adquirir vida propia si comparas los fenómenos con actividades humanas comunes y corrientes, etcétera.

En la esfera de lo psicológico los detalles son también la norma. Dios nos libre de los lugares comunes. Lo mejor es evitar la descripción de lo que ocurre en la mente del héroe; eso debe quedar claro a partir de las acciones del protagonista. No es necesario contar con muchos personajes. El centro de gravedad debe recaer en dos personajes: él y ella...

Te escribo esto como un lector que tiene un gusto definido. También para que cuando escribas no te sientas solo. Sentirse solo en un trabajo resulta muy duro. Mejor una crítica adversa que ninguna crítica, ¿no es cierto?

(Fragmento de una carta a Alexander P., 
mayo 19 de 1886.)

Me reclamas mi objetividad, llamándola indiferencia hacia el bien y hacia el mal, falto de ideales y de ideas y quién sabe qué cosa más. Tu querrías que cuando describo a los abigeos dijera: "Robar caballos está mal." Pero eso se sabe desde hace mucho sin necesidad de decirlo. Dejemos que el jurado lo juzgue; mi oficio es simplemente mostrar cómo es la gente. Yo escribo: estás leyendo sobre unos abigeos, así que déjame decirte que no se trata de limosneros sino de gente bien alimentada, gente que tiene un culto especial y que el robo de caballos no es sólo un robo sino una pasión. Por supuesto que sería placentero combinar el arte con el sermón pero para mí personalmente es muy difícil y casi imposible debido a las condiciones técnicas. Verás: para describir lo que son los ladrones de caballos en setecientas líneas debo hablar y pensar todo el tiempo en su tono y sentir su espíritu, de otro modo si me meto subjetivamente con ellos la imagen se hace borrosa y el cuento no será tan compacto como deben ser los cuentos. Cuando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que están faltando en el cuento.

(De una carta a A.S. Souvorin, abril 1 de 1890.)