Jornada Semanal, domingo 11 de mayo del 2003        núm. 427

HACIENDA, BANCOMER E INTERNET, 
UNA TRINCA INFERNAL

Intentar el ingreso a un programa especial de internet para pagar, religiosamente como lo he hecho toda mi vida, los impuestos, ha sido una empresa ardua, larguísima y, por fin, coronada por el fracaso más rotundo. Le ruego al señor secretario de Hacienda que, si su diligente servicio de prensa tiene a bien hacerle llegar esta columna, se sirva disculparme por el retraso en el pago de mis contribuciones. Le aseguro que ni mi contador ni yo tenemos la culpa. Los responsables de estos desaguisados son Bancomer y el barroco funcionario que ideó el sistema de pago a través de un banco y de internet. Paso a explicar mi tragicómica experiencia:

1. Como gano un poquito más de 300 mil pesos al año, mi contador y otros especialistas en la materia decidieron que el pago de impuestos debía hacerse exclusivamente por internet. Siguiendo sus instrucciones me apersoné en la sucursal de Bancomer en la que tengo mis menguados dineros y pedí hablar con un funcionario. Hice una prudente cola de cincuenta minutos y fui recibido por un joven banquero. Le expuse mi petición de inscribirme en su servicio de pago de impuestos por internet. Lo sentí muy enterado de esos trámites y me tranquilicé. Sacó unas formas, anotó mis datos, se cercioró, casi hasta el extremo metafísico, de mi pertenencia a su lista de cuentahabientes y, a los pocos minutos, me hizo firmar al pie de la página final de un contrato lleno de letras, letrillas y letrones; me comunicó que mi número de ingreso a internet era el mismo de mi tarjeta de débito y me advirtió que debía ir pensando, antes de que mi contador entrara con banderas desplegadas a los territorios del internet hacendario, en dos números secretos, uno para abrir la sesión y otra para cerrarla. Quedé, además, bien advertido de los riesgos implícitos en esas operaciones. Uno de ellos, el más pequeño, consistía en la posibilidad de que algún profesional infiel tecleara subrepticiamente las claves secretas y públicas con el desagradable objeto de dejarme en la más terrible de las miserias.

2. Con el contrato en la bolsa y con los números secretos ya ideados, hablé con mi contador e hice una cita para estrenar nuestro ingreso a la modernidad. Una tarde calurosa y un poco nublada llegó a mi modesta oficina y, temblando de emoción cibernética, nos dispusimos a seguir las instrucciones del amable banquero. Lo vi teclear y en la pantalla aparecían colores estridentes y una serie de anuncios y de autoelogios de Bancomer. Por fin llegamos a la página adecuada y el contador tecleó los dieciséis números de mi tarjeta de débito... nada... otra vez y... nada... nada, nada. Fuimos rechazados sin explicación alguna. Pensamos que el sistema estaba congestionado (a los sistemas siempre les pasa eso: se congestionan o se caen. El Lic. Bartlett es un especialista en ese tipo de caídas) y esperamos un rato. Regresamos al ataque: pago de impuestos... personas físicas... mi nombre... mi clave... nada... rechazados sin remedio.

3. El contador hizo averiguaciones y yo regresé a la sucursal. Sus informantes y el amable banquero, después de arduas deliberaciones, decidieron que el rechazo se debía a que yo no era persona física común y corriente (es decir, con menos de 300 mil pesos al año) sino que debía asimilarme al régimen de personas físicas con actividad empresarial. Puse, con aterrada timidez, algunas objeciones: yo no tenía actividades de ese tipo, ni un expendio de caldos de pollo ni una agencia de viajes o de colocaciones... además, Hacienda tenía que ser más cibernéticamente precisa y no andarse por las ramas de las asimilaciones y otras irregularidades... Mis alegatos cayeron por tierra, a pesar de que uno de los informantes nos comunicó que sólo los que ganaban más de 700 mil pesos al año están obligados a usar internet o una ventanilla bancaria. Para la segunda opción, dijo el informante, es necesario obtener la tarjeta de contribuyente que Hacienda entrega en sus lejanísimas oficinas (la que me toca está por los rumbos de Xochimilco y a sus puertas se agolpa una multitud similar a la de una final de futbol). Esta aislada información fue rechazada por el contador y por los señores de Bancomer que dan informes estrambóticos por teléfono. Nada que discutir: empresario asimilado y se acabó.

4. Ya con pocas esperanzas regresé a la sucursal de Bancomer y, a raíz de mi visita, empecé a vivir en una obra de Ionesco: aseguré que yo no era persona física y pedí cambio al apartado de las personas físicas que sí son debido a su rango empresarial. El amable banquero tomó nota de mi petición y empezó a esconderse y a huir de mis telefonemas. Pasaron dos semanas y me planté frente a su escritorio. Sospecho que no gozó demasiado mi visita. Me explicó algo que no entendí y me citó para el día siguiente. Acudí a la cita y, después de hacer varios misteriosos telefonemas, me entregó el nuevo contrato. Firmé y salí de la oficina con una mueca de cansada incredulidad en el rostro y en el ánimo. Entregué al contador los nuevos datos y... tecleó... nada y nada... Sartre puro... el silencio del ser... ni físico ni empresario ni moral... nada...

5. Ahora, el contador me dice que en el teléfono misterioso de Bancomer una nueva voz le aseguró que todo está mal hecho, que no debo asimilarme a los empresarios y, por lo mismo, debo regresar a mi ser físico y a mi modesta circunstancia. Abril ya se acabó, señor secretario, y mi contador no pudo pagar mis impuestos ni por internet ni por el banco. No sé qué hacer. En fin... me resignaré a la multa; ya no tengo las fuerzas necesarias para intentar de nuevo la infernal aventura bancaria, pues me he dado cuenta de que el averno burocrático cibernético es peor que la terrible ventanilla ocupada por un “servidor público” manducador de tortas de salchichón y lector de la nota roja de alguna publicación carroñera. A pesar de todo, prefiero enfrentarme a ese iracundo ser humano. Esto suena muy reaccionario, lo sé, pero la experiencia en internet me ha regresado a una etapa emocional anterior a la revolución neolítica. 

P.S. El contador logró pagar los impuestos en la ventanilla de un banco. El ingreso a internet sigue en el limbo cibernético.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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