Jornada Semanal,  domingo 4 de mayo de 2003           núm. 426

JAVIER SICILIA

RAÏSSA OMANCOFF,
EL OTRO ROSTRO DE JACQUES MARITAIN (I DE II)

El nombre de Raïssa Omancoff ha sido casi opacado por el de su marido, el filósofo Jacques Maritain. No sólo la concisión de su obra, doce libros, en relación con los sesenta que componen la de Maritain, sino su propio nombre quedó asimilado al de su esposo: desde su matrimonio y para siempre, Raïssa renunció a su apellido Omancoff para llamarse en su vida y en su obra Raïssa Maritain.

Sin embargo, la relación entre Jacques y Raïssa fue tan profunda, tan íntima, tan entrañablemente espiritual que sus obras en realidad son una sola. Gran parte del pensamiento del filósofo es fruto de la experiencia espiritual y poética de Raïssa; gran parte de la obra poética y mística de Raïssa es fruto de las experiencias espirituales y de la reflexión filosófica de Jacques, al grado que la edición crítica de sus obras –publicadas en quince volúmenes por las Éditions Universitaires, Friburg Suisse y Éditions Saint-Paul Paris– lleva el nombre de Jacques et Raïssa Maritain, Oeuvres complètes.

El mismo Jacques Maritain, en su Carnet de notas y en su Campesino de Gaona, le rinde ese reconocimiento al decir que Raïssa fue el "mayor don" que Dios le dio en su vida, ese don sin el cual simplemente "no habría Jacques".

Raïssa Omancoff nació en Rosstoff, Rusia, en 1883. A causa de la persecución judía emigró junto con sus padres y su hermana Vera a París. Cansada del ambiente racionalista y positivista que imperaba en el medio cultural de su época, buscando un sentido trascendente a la existencia y simpatizante del socialismo francés de finales del siglo xix y xx –basado en el socialismo utópico de Prhudon y de Tolstoi–, conoce en la universidad a Jacques Maritain. Al principio los une la lucha por la defensa de los judíos perseguidos en Rusia y el Affaire Dreyfus –el primer acto racista que el ejército francés llevaba a cabo oficialmente. Después, la misma sed de hartazgo por el ambiente cultural de su época y la misma búsqueda de sentido. Se diría que entre Raïssa y Jacques corría una misma corriente espiritual que hacía a uno el alter ego de la otra y viceversa; una especie de Castor y Pólux desterrados de lo divino y obligados a errar sobre la tierra en busca del sentido.

El hartazgo de ambos, el amor que se tenían y la pasión de lo absoluto eran tales en ellos que establecieron un pacto suicida si en determinado tiempo no encontraban el sentido que buscaban.

Una sucesión de encuentros milagrosos: Charles Péguy, Henri Bergson, el padre Clérissac (por muchos años su director espiritual), el descubrimiento de la filosofía de Santo Tomás de Aquino, y, sobre todo, el encuentro con la obra y la vida de ese hombre terrible y magnífico –una especie de profeta hebreo trasplantado al Occidente de finales del siglo XIX y XX–, Léon Bloy, les darían el sentido que buscaban: no sólo encontraron su lugar en la Iglesia católica, a la que se convirtieron, sino que leyeron las verdades evangélicas y la filosofía de Santo Tomás a luz de su tiempo, y con esa óptica enfrentaron y criticaron el mundo que les tocó vivir. Hubo algo más: el fruto más acabado del amor y de la luz en Cristo: una vida en comunidad, junto con Vera, la hermana de Raïssa, en donde se adoraba al Santísimo Sacramento y cuyas puertas estaban siempre abiertas para acoger a los que los necesitaban. Estas palabras de Esther de Cáceres, quien conoció a los Maritain, puede darnos una idea del encuentro con el absoluto al que habían llegado:

[el] orden, [la] lucidez y [la] profundidad resplandecían en la majestuosa y sencilla presencia de Raïssa. Así la recuerdo [...] en aquella casa de Soissy, abierta a todos los peregrinos; casa en cuyo ámbito sereno, presidido por las imágenes de Santo Tomás y Charles de Foucauld, se acallaba toda angustia y todo ruido perturbador. Porque en aquella casa se sentía la presencia del espíritu vivo como el latido de un ave extasiada.
Allí estaban esos tres seres que en el corazón del hogar guardaban el Santísimo Sacramento, en el pequeño oratorio alto que no puedo olvidar. Desde entonces, siempre que contemplo el precioso icono en que Rublev pintó los Ángeles de la Trinidad con sus oros extáticos junto al Cáliz sagrado, pienso en Jacques, Raïssa y Vera custodiando a Cristo sacramental y dando junto a Él entrañable testimonio de la Comunión de los Santos.

¿Qué es lo que habían descubierto a lo largo de este camino? La relación entre la fe y la razón; no la comprensión teológica del misterio, sino las certezas racionales del misterio que la inteligencia podía alcanzar, un análisis metafísico de la realidad que renovó el tomismo, llevó a Jacques Maritain a colocar a la filosofía cristiana en el debate más importante de la modernidad: el del problema crítico y –como lo ha señalado Alberto Athié, uno de los más altos estudiosos en México de la obra de los Maritain– a reivindicar "la grandeza y el valor de la inteligencia en una época que había nacido precisamente de esa reivindicación, pero que, por algunos postulados falsos, al deificarla como diosa absoluta, terminaría siendo trágicamente negada en nombre de la fuerza irracional del poder, de la raza, de la clase", de la economía o de la técnica.

Raïssa contribuyó en este proceso como motor, a través de su intuición espiritual y poética.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.