La Jornada Semanal,   domingo 4 de mayo del 2003        núm. 426
 UN POEMA OLVIDADO DE JAIME SABINES

"El poema de los muslos" es un texto olvidado de un joven Jaime Sabines. Lo escribió cuando tenía veintiocho años, y quizás él mismo lo olvidó, pues no aparece en ninguna selección o recuento del propio autor o de quienes lo han antologado. El descubrimiento de este poema se debe a un ingeniero de nombre Luis Rodríguez Torres.

Esta es la historia: Rodríguez Torres tuvo un primo mayor que influyó de manera intensa en su formación intelectual, que a la postre lo haría uno de esos raros especímenes ingenieriles que gustan de la poesía, la filosofía y el arte. En los años cincuenta del siglo pasado ese primo de don Luis creó una pequeña revista a la que bautizó Chicalote. Correo de nuevas poesías. Como muchas otras aventuras culturales que el primo emprendió durante su vida, ésta la compartió con Güicho, como entrañablemente lo llamaba. De manera que le obsequió el primer número de Chicalote, y para el joven Luis su lectura fue una experiencia iniciática.

Como los ejemplares siguientes, éste lo atesoró. En enero de 2003, con motivo de la muerte de su querido primo mayor, don Luis se puso a revisar los libros y demás objetos que aquél le había obsequiado durante aquellos tiempos de romanticismo y bohemia, y resurgió de entre los papeles ese ejemplar de Chicalote, tan bien conservado como si recién hubiera salido de la imprenta.

Fechado en Huejotzingo, Puebla, en octubre de 1954, contiene el poema "Romance de la virgen", de quien llegaría a ser el gran dramaturgo Héctor Azar; el poema "Chicalote", de Othón Lara Barba, director de la revista del mismo nombre y el primo mayor de Güicho, y el apasionado "Poema de los muslos", de Jaime Sabines, que a continuación se reproduce.
 

OTHÓN LARA KLAHR


Poema de los muslos

Jaime Sabines

Dulces muslos deseados,
íntima piel suave,
mujer en muslos dulces,
¿dónde estás? ¿qué ha quedado
de ti? Para mi boca
el aire calcinado.
Muslos de amor,
amantes, apretados,
tiernos, desnudos, sellados.
Esbeltos de mis ojos,
maduros de mis labios,
crecidos de mi lengua
espiritual, en vano.
Muslos de mi cuello derrotado,
lugar de mis mejillas en descanso,
sitio de mis dientes morados,
venero de salivas,
última cosa de mis manos,
encierro de palomas, trago
de sangre, vértigo usado,
cuchilla de mi corazón guillotinado.
Muslos redondos, llenos,
muslos de mi mujer y mi costado,
y de aire raro.
De menta de espanto.
De olor derretido
y quemado.

Muslos separados,
muslos a horcajadas del diablo,
muslos por todas partes,
multiplicados,
empalizada de muslos
alrededor del solitario,
abrazo de muslos lentos
al desesperado.
Muslos de mujer mordida
retorciéndose y matando.

Brasa de muslos
en la cama del casto.
Sábanas con piel de muslo,
musgo de muslo en la mano.
Muslos que querían muslos,
boca que quería estrago,
vara de carne maciza
sobre los muslos sonando.
Y yo volviendo,
entrando,
y tus muslos abiertos
pozo de los ojos cerrados,
sombra de la lumbre con hambre,
muslos derramados.
Hora de la cabeza caída,
tiempo amargo,
aquí estoy, aquí, largo,
tendido, extraño,
de piel de muslo rodeado,
de substancia dulce
y espeso caos.
Muslos con senos duros,
con leche, con sal, untados
de olor, sangrados,
con toda mujer, con hombros,
con espaldas; como brazos,
como pitones quebrados,
pero muslos, pero vivos,
dulcísimos, apretados.

Morir de asfixia,
de muerte de muslo, blando
lecho derribado,
de muerte de agua sonora
en el corazón sonando,
de muslos, de muerte obscura
obscureciendo y sonando.
Morir de oídos sombríos
contigo, hogar de sangre,
lívidos, acabando.