Jornada Semanal, domingo 27 de abril del 2003                núm. 425

LUIS TOVAR
EL ESCLAVO
DE SÍ MISMO

No puede ser de otro modo: Alex Lora, esclavo del rocanrol, filme documental dirigido por Luis Kelly, obtendrá el grueso de su público entre la fanaticada que gusta del Tri, ese grupo musical que toca rock, que hace muchísimo tiempo se llamaba Three Souls in My Mind y que, con sus décadas de existencia a cuestas, es una referencia indiscutible en el ámbito de la música popular mexicana.

Para ese público en particular, nada de lo que se ve en pantalla le resultará ajeno ni novedoso y así está bien, pues para ellos no se trata en este caso de ir al cine buscando la sorpresa, sino la confirmación. Cualquiera que alguna vez haya asistido a un concierto del Tri conoce bien el material que compone la mayor parte de lo que ha de ver en Alex Lora, esclavo del rocanrol: al Tri en concierto, a su líder y vocalista mentándole la madre "a la banda", a esa banda bailando y coreando las rolas... Escuchará de nueva cuenta canciones que ha oído infinidad de veces, verbigracia, "El niño sin amor", "Triste canción", "Metro Balderas", "Todo sea por el rocanrol", "Todos necesitamos de todos", "Virgen morena". No faltará, desde luego, "ado", pieza que viene desde la prehistoria del grupo y que fanáticos y no fanáticos hemos escuchado al menos una vez: "Estoy esperando mi camión en la terminal del ado..."

El resto de la cinta no será tampoco caldo de cultivo para la novedad: se trata, como en todas las películas de este tipo, de presentar al objeto del homenaje tal como es abajo del escenario. La cámara siguió a Alejandro Lora durante el lapso de un par de años en conciertos, entrevistas radiofónicas, jiras, eventos de beneficencia, y por supuesto se metió en su domicilio, para retratar al hombre común, ése al que Chela, su esposa, le prepara un chicharrón en salsa verde. De ese vasto material gráfico, Kelly hizo la necesaria selección para armar su documental.

En caso de no formar parte del público afín al Tri –inocultablemente numeroso, por cierto, pero que no es el mismo público asiduo a las salas de cine–, convengamos en que a uno debe gustarle o interesarle, al menos un poco, la trayectoria y la personalidad de Alejandro Lora, para decidirse a ser nuevamente asaltado en la taquilla del multiplex y pagar cuarenta y tantos pesos por ver a quien, de acuerdo con el incomprensible lema de la campaña publicitaria, es el único ser en la Tierra, aparte de Pancho Villa, que "le ha ganado a los gringos" (¿en qué?, ¿cuándo?, ¿recuperó La Mesilla?, ¿invadió con éxito Columbus?).

Sin la condición de fan, lo que ha de verse en pantalla es el panegírico de un músico popular, nada más, y aquello que para un incondicional del Tri puede parecer buenísima onda, a otros les mostrará con claridad cómo se ejerce la complacencia. El mejor ejemplo al respecto es la demostración de "la faceta humana" de Alex –digámoslo con las mismas palabras que usarían los locutores televisivos ad hoc en este caso– cantando en el Teletón de Televisa, visitando a un minusválido en su propia casa y echándose con él un palomazo, diciendo todos los lugares comunes posibles alusivos a la filantropía, la solidaridad, la igualdad... Desde luego, nadie puede dudar del genuino interés de Lora por ese segmento de la sociedad; lo que aquí se discute es el tono dulzón y sensiblero con el que se presenta el tema.

ASÍ TENÍA QUE SER

En este sentido, da por pensar que a Kelly no le quedaba más remedio, en aras de conseguir que su documental reflejara lo más fielmente posible la naturaleza de aquello que documenta gráficamente: el "esclavo del rocanrol" es así como lo vemos: ingenioso y cursi de a ratos; borracho y desmadroso; vital y poco dado a la reflexión; autocomplaciente y lépero; poseedor de un talento musical más bien regular pero, al mismo tiempo, de una capacidad poco frecuente para identificar y poner a modo de canción temas e ideas de un público que por eso lo sigue.

Pero la sorpresa para quien, como este aporreateclas, ve la cinta de la manera desapasionada correspondiente a alguien que no tiene un solo disco del Tri ni va a sus conciertos, es que documentado y documental son evidentemente francos y no parecen estar preocupados por quedar bien con nadie, y este último posee ciertas cualidades formales –sobre todo la edición– que hacen viable la permanencia en la butaca, por más que no le guste a uno la rola, la mentada de madre o la frecuente disparidad entre el culto a la personalidad y una personalidad poco susceptible de rendirle culto.