La Jornada Semanal,   domingo 27 de abril del 2003        núm. 425
Treinta y cinco años del Premio de Poesía Aguascalientes

Los antecedentes del Premio de Poesía Aguascalientes se remontan a los Juegos Florales de la Feria de San Marcos, de los que se tiene información desde 1931. A partir de este momento el premio toma fuerza, considerándose uno de los más importantes de México. Como participantes de los jurados calificadores, en aquel entonces, encontramos los nombres de Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma, Francisco Monterde, José F. Elizondo, Rosario Sansores, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Artemio del Valle Arizpe, Agustín Yáñez, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Alejandro Quijano, Mauricio Magdaleno, Jaime García Terrés, Antonio Acevedo Escobedo, Alí Chumacero, entre otros. De los premiados en estos juegos florales, sobresalen los nombres de Rubén Bonifaz Nuño, Víctor Sandoval, Abigael Bohórquez, José Carlos Becerra y Desiderio Macías Silva.

A partir de 1968, gracias a las gestiones del poeta Víctor Sandoval, el certamen se vuelve nacional y cambia su nombre a Premio de Poesía Aguascalientes. Convocado por Bellas Artes a través de Conaculta y el Gobierno del Estado de Aguascalientes a través de el Instituto Cultural de Aguascalientes, nos remiten a un pasado de prestigio sólido en el que los más reconocidos poetas han logrado el galardón desde que, en 1968, lo recibiera Juan Bañuelos con Espejo humeante.

1968: Juan Bañuelos (Espejo humeante).
Jurados: Rosario Castellanos, Agustí Barra y Porfirio Martínez Peñaloza.
1969: José Emilio Pacheco (No me preguntes cómo pasa el tiempo).
Jurados. Alí Chumacero, José Luis Martínez y Antonio Acevedo Escobedo.
1970: Uwe Frisch (Contra cantos).
Jurados: Alí Chumacero, José Luis Martínez y Antonio Acevedo Escobedo.
1971: Óscar Oliva (Estado de sitio).
Jurados: Rubén Bonifaz Nuño, Huberto Batis y Jorge Hernández Campos.
1972: Desiderio Macías Silva (Ascuario).
Jurados: Efraín Huerta, Elías Nandino, Antonio Acevedo Escobedo.
1973: Alejandro Aura (Volver a casa).
Jurados: Efraín Huerta, Óscar Oliva y Jorge Hernández Campos.
1974: Eduardo Lizalde (La zorra enferma).
Jurados: Antonio Acevedo Escobedo, Alí Chumacero y Óscar Oliva.
1975: José de Jesús Sampedro (Un ejemplo) Salto de gato pinto.
Jurados: Víctor Sandoval, Miguel Donoso Pareja y Desiderio Macías Silva.
1976: Hugo Gutiérrez Vega (Cuando el placer termine).
Jurados: José Luis Martínez, Ida Vitale, Fayad Jamis.
1977: Raúl Navarrete (Memoria de la especie).
Jurados. Alí Chumacero, Carlos Monsiváis y Hugo Gutiérrez Vega.
1978: Elena Jordana (Poemas no mandados).
Jurados: Jaime Sabines, Efraín Huerta y Roberto Fernández Retamar.
1979: Elías Nandino (Antología).
Jurados: Ulalume González de León, Rubén Bonifaz Nuño e Isabel Freire.
1980: Miguel Ángel Flores (Contrasuberna).
Jurados: Huberto Batis, Álvaro Mutis y Ramón Xirau.
1981: Coral Bracho (El ser que va a morir).
Jurados: Carlos Illescas, Tomás Segovia y Jaime Augusto Shelley.
1982: Francisco Hernández (Mar de fondo).
Jurados: Margarita Michelena, Alí Chumacero y Carlos Montemayor.
1983: Hugo de Sanctis (Canción al prójimo).
Jurados: Alfredo Cardona Peña, Francisco Cervantes y Ernesto Mejía Sánchez.
1984: Efraín Bartolomé (Música solar).
Jurados: Francisco Hernández, Mónica Mansour y Álvaro Mutis.
1985: Antonio Castañeda (Relámpagos que vuelven).
Jurados: Alí Chumacero, Efraín Bartolomé y Jomi García Ascot.
1986: José Luis Rivas (La transparencia del deseo).
Jurados. Enriqueta Ochoa, Eduardo Lizalde y Francisco Cervantes.
1987: José Javier Villarreal (Mar del Norte).
Jurados: Francisco Hernández, Elva Macías y Francisco Serrano.
1988: Myriam Moscona (Las visitantes).
Jurados: Jaime Labastida, José Javier Villarreal y Jan Zych.
1989: Elsa Cross (El diván de Antar).
Jurados: Gloria Gervitz, Myriam Moscona y Eduardo Lizalde.
1990: Jorge Esquinca (El cardo en la voz).
Jurados: Antonio Cisneros, Guillermo Fernández y Eduardo Langagne.
1991: Fabio Morábito (De lunes todo el año).
Jurados: Ramón Xirau, Vicente Quirarte y Jorge Esquinca.
1992: Ernesto Lumbreras (Escuela para demorar el viaje).
Jurados: Fabio Morábito, Carmen Boullosa y Manuel Ulacia.
1993: Baudelio Camarillo (En memoria del reyno).
Jurados. Dolores Castro, Minerva Margarita Villarreal y Antonio Castañeda.
1994: Eduardo Langagne (Cantos para una exposición).
Jurados: Griselda Álvarez, Fernando Sánchez Mayans y Víctor Sandoval.
1995: Juan Domingo Argüelles (A la salud de los enfermos).
Jurados: Adolfo Castañón, Elva Macías y Francisco Cervantes.
1996: Antonio del Toro (Balanza de sombras).
Jurados: Aurelio Asiáin, Ricardo Castillo y Eduardo Casar.
1997: Eduardo Milán (Alegrial).
Jurados: Hugo Gutiérrez Vega, Juan Gelman y José Miguel Ullán.
1998: Jorge Valdés Díaz-Vélez (La puerta giratoria).
Jurados: Alí Chumacero, Dionicio Morales y Víctor Sandoval.
1999: Malva Flores (Casa nómada).
Jurados: Dolores Castro, Hugo Gutiérrez Vega y Antonio del Toro.
2000: Jorge Fernández Granados (Los hábitos de la ceniza).
Jurados: Coral Bracho, Elsa Cross y José Luis Rivas.
2001: Jorge Hernández Campos.
Jurados: Víctor Sandoval, Juan Gelman y Jorge Esquinca.
2002: Héctor Carreto (Coliseo).
Jurados: Efraín Bartolomé, Francisco Hernández y Enrico Mario Santí.
2003: María Baranda (Dylan Thomas y las ballenas).
Jurados: Hugo Gutiérrez Vega, Francisco Hernández y Víctor Sandoval.

Luz del destello

Juan Domingo Argüelles

Para Ella, la que sabe por qué
Canto tu crin oscura,
tu cabellera
cual llamarada impura
de la pantera;

y tu monte, oh mi Diosa,
reino del vello,
floresta luminosa,
hebra y destello.

Mis labios se iluminan
en el ardor
de cuervos que caminan
sobre el fulgor.

Y lo que canto es fuego
sobre la llama:
incendio de este juego
que amor se llama.


24

Alejandro Aura

No en vano
se llena uno de cosas;
las paredes se cubren:
óleos, dibujos, tintas, acuarelas.
No de balde
los libreros aumentan:
maderos y maderos
y lomos y acomodos.
No es inútil
que la casa se llene de papeles,
de muebles, de juguetes.
No es gratuito
el cúmulo de objetos
que hablan en la casa
de nuestra historia de amor.

El hombre de la jícara azul

Juan Bañuelos

Mi jícara no es fruto del morro
sino la hice del carrizo tierno
color azul

Es un instrumento músico
que acompaña nuestra palabra
hacia los cuatro rumbos:

cuando el cielo y las nubes
están mas cerca del mundo

cuando la casa
no tiene enfermedades
                                        envueltas en el polvo
ni ocultas en horcones
                                    ni en vigas
ni en paredes

Y la luna
no sufre quemazón

cuando el Sol
                      le dice a la Tierra

    ábrete

y los muertos corren a esconderse
en las cañadas

Es que vivimos en un solo mundo:
puntuales la música y la danza vuelven
a desatar los Años
                                           y el polvo
junta otra vez los huesos
                                           que se van
a caminar
                    como humareda
                                                por el Valle

Se alza la voz profunda y antigua de los vientos

Es la música de la Llama:
crece
               cambia
                                lame
                                             envuelve
                                                                        osada

se curva

                        y se endereza
Es del tamaño de un hombre

Esta es la música de la jícara azul

Baja desnuda desde las colinas

cuando el árbol

                                  y su luz

                                                –toda en Persona–

llama a los pájaros

Donde no tiene lugar la fatiga
con su paso peso de tapir

Donde el sonido es el sahumerio
todavía espasmado un pie

Aquí mismo tomamos
                                        su descubre-
                                                             su pajón-

la lluvia-
             su cultivo-
                               el agua
                                              y el árbol

que se está mirando en ella

Sólo había eso hay
                                (no sólo sollozar su aspecto)

Primera su habla
                              –verdaderos hermanos mayores–
de una vez contaron todo

Si el sol
se eleva

                                                            es para
                                                            iluminar

Dylan y las ballenas

María Baranda

a hole of errands and shades
Dylan Thomas
14

Yo supe que la vida se plegaba en la alabanza del necio afortunado
que se pasea entre las negras tumbas de la codicia y de la fama,
también supe del clamor de una disputa de enlutadas
junto al rancio hechizo de la sangre,
y de la grandeza de esa sangre que rodó en el tiempo
de mis brazos donde los niños del verano gemían entre la niebla.

Mi vida giraba cerca de ese paisaje de lagos y comarcas
donde a la luz de la lujuria,
la paz de un corazón secreto cantó junto a una tumba.

Ahora puedo verme aquí,
bufador de cuentos y leyendas,
cumpliendo aquella edad
de mis treinta años para siempre,
en el verano eterno,
en la roca del cangrejo
y de la vieja caligrafía bíblica,
junto a la luz de la ceniza del zorro cincelado
en la virtud y el miedo,
y en un punto a la deriva de los santos
y fríos demenciales,
fui el abandonado en esa mesa familiar,
navegante a la vuelta del reproche,
lengua del espíritu que regresa para contarles
desde mi lecho,
la vida del santo patrono de todos los poetas:
Beowulf con su espada encarnada,
amante de los trabajos dignos de mi tierra.

Así. El arpón danés en los días idos
y los reyes que los gobernaban tenían grandeza y bravía.
Hemos oído de aquellas órdenes heroicas del príncipe.

Puertas de un río salvaje abiertas a la blanca sucesión del día.
Esto que se guarda entre los álbumes de la gracia
es consuelo para aquél que pronuncia
"La salud de los enfermos".
Pilares de piedra, estaciones que se dispersan
en los nimbos de las aguamalas,
tiestos de flores para la culpa que guarda el peregrino,
palos de escobas, helechos,
gualdrapas donde se recuerda
el rancio olor de la infancia diciendo "perdón"
y las bocas que se lamentan entre la salvajería de las rosas
y el hervor de los cinco sentidos
en las pupilas de la frígida basilisca.
¿Se te secó el cerebro Dylan Thomas?

La guerra por televisión

Coral Bracho

No se escuchan los gritos de los niños,

no se agrieta
el silencio

el hilo de viento
del terror no se filtra

sólo un fuego sin ecos, sin olores;
su trazo acalla
e ilumina Bagdad.


III

Baudelio Camarillo

Limpio mi cuerpo, amada,
en el agua más pura que corre por mi sueño.
Lavo estas manos que te recorrieron
y este pecho sobre el cual floreciste,
Lavo las piernas que hasta ti me llevaron
y los brazos que en vilo
sostuvieron tu sueño.

Limpio mi cuerpo, amada,
de derecha a izquierda y de norte a sur
hasta borrar tu nombre.
Pero es sólo un momento:
al cabo de cien o doscientos latidos
la podredumbre vuelve a salir del corazón
como una espuma negra.

Ditirambos 1

Elsa Cross

Tú que desatas los nudos
liaste las dos puntas.
En el círculo de oro,
donde el tiempo
se devora a sí mismo,
la conciencia vuelta de revés
detiene su caída,
y en ese filo impracticable
el salto ileso,
vuelto ala
en la mitad del aire,
da comienzo a otra ronda.

Tú que atas los nudos,
te vuelves luz
en medio de una grieta,
te vuelves letras como gotas heladas,
sales en el cristal del tiempo.
Punzas en la conciencia
                               –sangradura,
                                           epicentro
     distante–
y entre aquello que dices
                                            y lo que oigo
un corredor de espejos,
un contorno borrado,
                                     espesuras.

Cama

Antonio Del Toro

La cama tuvo columna vertebral; se acuerda,
pero cuando quiere ponerse de pie
la inunda una abulia melancólica
y entonces adopta la forma resignada
que se deja llevar;
otras veces, harta de permanecer,
no se adhiere a su destino
de balsa por el sistema solar
y hunde sus deseos en el sueño:
quiere definitivamente despertar o morir,
dar fin a las tareas que la ligan
al firmamento y a los hombres,
perder para siempre las patas
que la separan de la tierra.
La cama está cruzada por rayas
de día y noche, de tigre y cebra.
Vive la esfera celeste a la vez que la habitación y el subsuelo,
no le importan la casa y la calle,
tiene el oído minucioso de las cosas inmóviles y ciegas.
¿De nuestros sueños, de nuestros amores y desamores,
de nuestras peleas y reconciliaciones sabe esta cama?
Siento que me dicta los sueños:
su madera tiene pesadillas de fuego,
yo afiebrado sueño con agua

Oración a la Virgen de los Rieles

Jorge Esquinca

Bendice, blanca Señora, al más humilde de tus peones.
Concédele vía libre para llegar a Ti.
Ilumina sus noches con el carbón encendido de las máquinas.
Que tus ojos claros sean, en toda encrucijada, brújula y linterna.
Todo tren un potro ligero hacia tu Reino.
Llévalo, gentil Señora, de la mano sobre los durmientes.
Administra, con tu prudencia infinita, su pan de cada día
y cubre con tu sombra favorable los rieles errantes de su casa.
Aquieta sus pasiones,
deja escapar en la medida justa el vapor de su caldera.
Apártalo del estruendo de furgones y góndolas salvajes.
En el vasto ferrocarril, de sus breves días, no les des asiento
   en el gobierno,
pero guárdale siempre un sitio discreto en el vagón de tu
   confianza.
Bendice, blanca Señora, Virgen de los Rieles, a tu hijo más
   humilde:
tierra suelta que dispersas con tu manto.

Genética

Jorge Fernández Granados

resucitarán los muertos
pero sin recuerdo alguno

verán su rostro
con la risa y la sorpresa
de la primera vez
como los recién nacidos

volverán a aprender
lo que ya saben
pero cada vida olvidan

volverán a vivir
equivocándose

volverán a buscar lo inencontrable

y parecidos
a ti y a mí
–no: idénticos–
un día volverán
a tener miedo
de la muerte

Veracruz

Malva Flores

El malecón es sólo un respirar
de cocuyos bailando en la hojarasca
de la noche. Así brilla el granero
de tiempo con el pulso del agua.

Antes. Mucho antes
visité un gran carguero
de quien sabe qué para quién
sabe dónde, pero plantado al fin
como un árbol vistoso con su bandera
limpia.

Otro fue el tiempo
de la recolección de conchas;
del buzo que aprendía
–a medio metro
de agua– a buscar los enseres
de una ilusión doméstica:
"vamos a Veracruz a traer comalitos".

Allí sobre la costa los dejaba
para que otro más buzo los pusiera a secar
e hiciera de osamentas los collares:
–dijes que en flor o estrella
resuelven su mortaja.

Quien sabe para qué
volví a ese malecón
y estuve algunas horas bajo el calor de marzo
mirando solamente bisutería en el cielo
–aviones de papel.
Otros eran los barcos.
Ya no vi comalitos.

La noche sigue siendo un palpitar
brillante de cocuyos.
Y aún respiran las olas.

Canción del río

Miguel Ángel Flores

Ningún bar había junto a los muelles,
ningún lugar de donde salieran
lánguidas notas,
sólo bodegas y tiniebla
y el río arrastrando agua moribunda.
Sobre esta corriente cruzó Whitman, el poeta,
pero no quedan restos de optimismo
en las vecindades del East River.
A esta hora en que se espera la noche
sobre la bahía,
la incandescencia de tu recuerdo
me ilumina.

Basora

Hugo Gutiérrez Vega

En esta nueva rigidez del aire
se detienen los cuerpos y las horas.
Nada transita y en la madrugada
nada se escucha. Está desierto el día
y no hay risas ni pájaros ni cantos.

A lo lejos, las torres de un Bizancio
que era y no era la ciudad de siempre,
borraban sus perfiles
en la niebla rojiza y enemiga.

Pero nada se mueve, no se escuchan
los gritos de soldados vencedores
ni el estertor del afligido viento
ni el lamento sin fin de la derrota.

Las llamas arden pero no iluminan.
La noche es turbia y en silencio pasan
los hijos de un verano sin sonidos,
de un principio de otoño acogotado.

De lo que nos dijeron poco es cierto:
una aurora del mar, la luz violácea,
los besos en la tarde
y las caricias que otorgó la vida.

El fuego va acabando y no sentimos
el prudente calor de su rescoldo.
No agita el aire las banderas rotas.
En el silencio de la nueva aurora
sabemos que la apuesta está perdida.

Palabra sexo

Francisco Hernández

Pasó el atardecer sobre el frutero
de leve transparencia color miel.
Abierta, la papaya era hormiguero;
el plátano maduro un buen troquel.

En el sofá se besan. Él es forastero,
ella es sirvienta de Coco Chanel.
El le quita su traje dominguero.
Ella se siente la reina del burdel.

Se detiene un jilguero en la papaya
metiendo el pico en todo lo carnal.
La pareja prosigue su batalla

con los ojos bien cerrados. Es la ley
no arrojar la semilla hasta el final.
Así el verano avanza como un rey.

Vuelve flecha de amor

Jorge Hernández Campos

Vuelve flecha de amor
a la tímida fiera que te huía,
y en la boca tú, llaga,
apetecida
posa de nuevo
tu elocuencia.

Como vino derramando muchas veces
en la memoria,
que tu púrpura
una vez más
me inunde.

Y si no con amor
al menos por la gracia
de haber amado un día
certero vuelve
poema,
vuela,
infortunio,
numeroso,
infinito
tú mismo

que aquí tú me escapaste
dejándome de nuevo
desprovisto.

Canto por los que duermen poco

Eduardo Langagne

Duermen poco, sueñan barbaridades,
despiertan un poco antes que los gallos,
tienen sed, ningún lago de agua dulce
puede saciarlos.

Hablan de noche, ríen, se pelean
con un duende que jala cobertores
y les pone el sombrero en la cabeza
para que bailen.

Música escuchan siempre cuando sueñan,
lo aseguro, pues oigo cómo cantan.
Aun así descansan, de mañana
están tan frescos.

No hay insomnio en los niños. Un caballo
los transporta en la noche y nosotros
no podemos dormir, porque ese sueño
ya lo olvidamos.

X

Eduardo Lizalde

No has de creerlo, pero ayer,
bajo el noveno sol, día diez,
y a las diez hora de mi Haste,
mi noveno reloj, y al décimo minuto,
tuve revelaciones nuevamente.
Morirán a hierro los prevaricadores
de su lengua,
y a cuchillo caerán los que abogaron
por los verdugos de su tribu;
traeré la espada sobre ti, Ciudad,
pero primero sobre tus lacayos.
Habrá un buen coro de alaridos esa noche.
En dos el filo partirá a estos hombres,
para dejar la bestia aquí,
el hombre a una distancia razonable.
Así podrán mirarse,
y a sí mismos empavorecerse los verdugos
con su escindida imagen:
menos bestia la bestia que la bestia.

Poema

Fabio Morábito

¿Por qué si digo pájaro
me enciendo
y cuando digo ave me intimido?
Digo pájaros y pienso
en vuelos cortos,
no en migraciones,
en los esfuerzos para hacerse un nido;
digo pájaro y me embosco,
me enarbolo
y me ensombrezco,
y al decir ave me remonto,
pierdo la sombra y subo,
subo,
y sólo la curvatura de la tierra,
que no siento,
corrige
este elevarme sin descanso, traduciendo
el ave que hay en mí en un pájaro
que busca, en otro clima, un árbol.

Alhambra

Myriam Moscona

Repetir
El número
El número
En el oído
En el ojo
En el pie
En lo que une
La lengua y el oído

En lo redondo
En el nombre de

En los arcos
En los patios
En las grecas
Fuentes
Oratorios
En los muros de yeso y escayola

Repetir
El agua (dominarla)

Repetir

(en golpes
   tañidos
   granadas)

Invocar (labios, bocas)
Vocalizar en espirales
                  nervaduras
                  floraciomes
En las fuentes (amansarlas)
Bajo la sombra
De Cipreses
    Naranjos
En los setos de boj
Repetir:

Lo uno es lo impar.

XI

Elías Nandino

Pensar que eres suplicio de materia,
ceniza de placeres calcinados,
sangre en el incolor pulverizada,
huesos por la humedad desintegrados.

Pensar que los sudores de la tierra,
los árboles descalzos de raíces,
y todos los desechos genitales,
yacen en ti, final irremediable.

Y pensar que transformas los despojos
con el cáustico abrazo de tu entraña
en ávido vigor que busca forma...

–Meditar que esa vida que estimulas
si se injerta en la rama será rosa,
o si en vientre se aloja, será un hijo.

De Lienzos transparentes

Óscar Oliva

Lince, déjame despertar, déjame agarrar la mano de mi madre
vencida en el avasallamiento de las serpientes, déjame ser
el ojo felino de mi padre, déjame con ojos encanosos ser la
semilla enconada de mis calenturas, déjame con lienzos
incorruptos, sangrantes, en el augurio goteante, porque no
hay nada en mi jícara, porque no existe el canoero que ha
de extraviarme, porque no quiero engendrar nada, en la
salud de la trama sólo quiero tenderme para ser clavo
de las flagelaciones cuando pasan por mis labios lazos alcanforados,
en esa turba verbal que soy sin comprender nada, para nacer
de nuevo en una cuna de paja, cuando ya es demasiado tarde,
todo ha sido encumbrado y recio para voltearme, quedar sordo,
con el hígado encanecido, esperando la otra caída, el otro espasmo de pez/
Hongos secos, montón de paja, guardador del monte, despertador del polvo/
Oh lince, emergiendo de las hojas viejas, vigila sobre mi fuego
   estas joyas tremendas/
Oh lince, sé múltiple en el granizo y en el pajuil que silba
   largo en los desperdicios de la luz/
Lince, mi invisible vaso, mi galaxia incomprensible, mi
   estoraque prendido.

La mirada de otro

José Emilio Pacheco

El pez en el acuario,
mudo, observa
el espacio que mide con su vuelo.

Del agua sólo sabe:
"Esto es el mundo."
De nosotros lo azoran los enigmas.

"¿Quiénes serán? Extraños prisioneros
de la tierra y el aire.
Si vinieran aquí se asfixiarían.

"Los compadezco.
Pobres animales
que dan vueltas eternas a lo mismo

"Viven para ser vistos.
Son carnada
de un poderoso anzuelo que no entienden.

"Algún día
los he de ver inertes, bocarriba,
flotantes en la cima de su nada.

"con los ojos abiertos,
con un geto
de azoro ante su vida inexplicable."

Este poema de 2003 es un comentario indirecto, treinta y nueve años más tarde, a "Tratado de la desesperación: Los peces" (1964), texto inicial en el sentido cronológico de libro No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969).

Poema

José Luis Rivas

Al sol de estreno
los brazos en el muelle

La niña azul del marinero
una obsesión de su mirada
la niña azul
presa entre ceja y ceja

libre
como un amor ya muerto

*

Por la tarde se apagan
las velas de los barcos
y un moscardón gigante
acompaña
la rotación del faro

Poema

José de Jesús Sampedro

troppmann! brinvilliers! haarmann!

rebuzno ahhjijoahh –abducción–: irreprimible!
reoviejorras ceraoneumas esciaodeccas androanuevas!
macaco –aaaazoato–: gazapo! priapeas! barahúnda!
pin–up: voyeur! voyeur! bonheur: melaaanieaahh griffith!
pronovias lúbricas obradas: obradas lúbricas pronupcias
pin–up: voyeur! voyeur! bonheur: melaaanieaahh griffith!
macaco –aaaazoato–: gazapo! priapeas! barahúnda!
reoviejorras ceraoneumas esciaodeccas androanuevas!
rebuzno ahhjijoahh –abducción–: irreprimible!

y/o hyde y/o eckhart y/o jekyll!

nocturno sol: una alabanza

ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea:

ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
me indemne inunda fiel fe: me indemne inunda fiel fe:
ella está en mí cuando ella (ah: aún) lo desea:

Hotel California

Jorge Valdés Díaz-Vélez

they stab it with their steely knives
but they just can´t kill the beast
Eagles
Ya no existe la casa de tu infancia,
la casona paterna tras los robles
que aún persisten de pie, aunque oxidados
a punta de cuchillo. En sus escombros
alzaron un hotel para dementes
que se dicen turistas de aventura,
inquilinos borrosos, pasajeros
apátridas del hielo. Era otro mundo
entonces, otros días tu vivir
las últimas batallas en zaguanes
vencidos por el mármol sin herraje.
Aquí besaste a la primera chica
y en su nombre cazaste cien dragones
y leyeron tus ojos las estrellas
más allá del estanque donde ahora
se disputan partidos de pelota.
Aquí cayó tu emblema. Fue tu reino
la infancia entre las ruinas de un verano
que han tomado los bárbaros del norte
para hacerte rehén de tu espejismo,
director de inversión inmobiliaria
y miembro de la junta de accionistas.