Jornada Semanal,  domingo 20 de abril de 2003           núm. 424

JAVIER SICILIA

LA FRAGMENTARIEDAD DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA

Cuando por vez primera me sumergí en los tratados místicos de San Juan de la Cruz y en Las moradas de Santa Teresa, una, entre las infinitas cosas que me asombraban y continúan asombrándome de sus libros, es su extremada coherencia: aquellos tratados me decían que el proceso por el que el alma asciende a Dios es de una rigurosa linealidad: desde la entrada del castillo interior hasta la cámara nupcial, según Santa Teresa; desde la noche pasiva del sentido hasta la noche activa del espíritu, según San Juan de la Cruz; ambas metáforas, analogía de un mismo proceso que intenta dar cuenta de lo inefable.

Aunque la vida de mi alma los contradecía, no tenía más remedio que aceptarlo. Frente a la grandeza de esos maestros de la vida espiritual, la mía no contaba; demasiado caótica y pobre sólo podía oponerles la opacidad de mis propios pecados y de mis pequeñas intuiciones.

Sin embargo, cuando me metí en el intrincado laberinto de la vida de Concepción Cabrera de Armida, que nunca sistematizó su experiencia mística, pero que día con día la narró a lo largo de los sesenta y cuatro apretados tomos de su cuenta de conciencia, la intuición que tuve al leer por vez primera a los místicos españoles se hizo evidente. En realidad, como lo creía, el proceso de la vida mística es ajeno a la linealidad. Si a algo se parece es, permítanme la analogía, a los viajes que Stanislas Groff describe cuando trabajó con lsd en pacientes terminales o, mejor –porque no pretendo hace la apología de ninguna droga–, a un conjunto de runas que hay que descifrar; por ello, supongo, San Juan y Santa Teresa lo sistematizaron. Descubrieron su implacable lógica y mediante el desarrollo de un proceso analógico (la noche oscura de San Juan y el castillo interior de Santa Teresa) la plasmaron en sus tratados para, primero, hacerla accesible a la razón; segundo, para que la experiencia espiritual de otros tuviera un punto de referencia. Sus tratados, en este sentido, son –permítanme otra analogía– una especie de hilo de Ariadna que ayuda al neófito, no sólo a no extraviarse, sino a descubrir la estructura del laberinto.

Para describir ese universo ellos tampoco transitaron solos. A su lado caminaron sus directores espirituales que les ayudaron a ver claro ahí donde el desarrollo de sus experiencias se volvía intrincado y confuso.

No es para menos. La experiencia mística es –como bien lo definió el padre Juan Gutiérrez al desentrañar la experiencia espiritual de Concepción Cabrera de Armida–, la invasión de Dios en el alma; la irrupción de lo infinito en una estructura finita, la intersección de la eternidad en el tiempo lineal e histórico de un ser humano.

Una experiencia de esa naturaleza sólo puede provocar un desarreglo sistemático de la percepción psíquica que va transformando al místico hasta convertirlo en Dios por participación divina, en un resplandor del ser de Dios o, para decirlo con una frase magnífica de Jacques Maritain, en "poesía en acto". Se trata de una purificación del ser que, debido a que el universo de Dios no se mueve en el territorio espacio-temporal de la percepción humana, la psique percibe como fragmentaria y caótica. Así, puede suceder que parte de la noche del espíritu –o, para hablar en los términos de Santa Teresa, parte de las últimas moradas– está al principio; o bien, parte de la noche de los sentidos –o de las primeras moradas– en medio y viceversa.

Sin embargo, así como el proceso místico no es lineal, tampoco es caótico. Dios se entrega al alma de manera total y el alma, de acuerdo con su purificación, con sus caídas y sus retrocesos, va experimentado diferentes aspectos o grados de esa totalidad hasta entrar en su dimensión absoluta, en la experiencia unitiva que San Juan expresa maravillosamente en esa imagen de su poema "La noche oscura": "amada en el amado transformada".

Todos aquellos que tienen una vida espiritual atraviesan, de acuerdo con su capacidad y su medida, por los noches oscuras que describe San Juan o por las moradas del castillo interior que describe Santa Teresa; depende de nuestra apertura interior, de nuestra ascesis y de los guías que tengamos, comprenderla en su fragmentariedad, llegar a la experiencia unitiva y experimentar en toda su pureza lo que desde siempre ha estado en la intromisión de Dios en nuestras vidas y que San Juan nos participa en la última lira de "La noche oscura":

quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado,
entre las azucenas olvidado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.