Jornada Semanal, domingo 13 de abril del 2003                núm. 423

LUIS TOVAR

DEBUTANDO
CON LA IZQUIERDA

En este espacio siempre se ha celebrado el surgimiento de nuevos cineastas nacionales cuyo arribo a la cartelera contribuya, todo a un tiempo, tanto a la indispensable presencia de películas mexicanas en los espacios perniciosa y tácitamente reservados casi en exclusiva a lo que a Hollywood se le antoja enviarnos, como al incremento de la cantidad de voces fílmicas, por decirlo así, que robustezcan un concierto casi siempre escueto y en el que pocas tesituras han logrado hacerse reconocibles.

Sin embargo, eso no significa necesariamente que los resultados en pantalla sean también dignos de encomio. Sirva Seis días en la oscuridad, primer largometraje filmado en 35 mm por Gabriel Soriano, para ejemplificar lo anterior.

Soriano coproduce y dirige un guión escrito por Rodrigo Ordóñez, Juan Pablo Cortés y él mismo. A pesar del intento inicial de conferirle circularidad al argumento, conforme éste se desarrolla va trazándose una linealidad que no habla de una saludable sencillez y eficacia narrativas, sino del temprano empobrecimiento de una historia que, aún a pesar de la evidente impericia para llevarla desde su alfa hasta su omega, deja la sensación de que daba para mucho más. Se trata de lo siguiente: ayudado por dos amigos suyos, un júnior llamado Claudio finge ser víctima de un secuestro express para obtener el dinero que dos policías corruptos le exigen a cambio de no entambarlo por haber atropellado a un ciclista. Su padre paga el rescate pero Claudio no es entregado. Más tarde, y sin que Claudio sepa que son sus victimarios, los amigos resuelven secuestrarlo de a deveras para que el adineradísimo padre de éste les dé dinero a ellos. A su vez, el júnior le oculta a todo mundo que piensa utilizar el monto del primer rescate para otros propósitos.

Lo que pudo haber sido un thriller que rematara con una vuelta de tuerca no desprovista de sorpresa, va convirtiéndose escena tras escena en un desapacible híbrido de telenovela y cómic, a fuerza de las inconsistencias que baldan el guión. Hay al menos un par de secuencias enteras que no tienen –como cabe esperar en una historia que, haciendo de la economía virtud, debiera estar tensa al máximo–, ninguna función específica y ni siquiera hacen que la historia avance, verbigracia, el recurso al onirismo de un Claudio atado y amordazado que, para efectos de la trama, a esas alturas del filme desempeña un papel absolutamente pasivo. Para peor suerte de la intriga, Soriano propone parlamentos que olvidan lo que al principio era el saludable registro de un modo de hablar característico de un sector social alto, para caer en frases que de tanto querer sonar "intensas" o "dramáticas" acaban por ser simplemente forzadas. Como al mismo tiempo este embrión de thriller ha seguido degradándose a golpes de música empleada con obviedad cuando no con efectismo; de un desmañado manejo de cámaras que siguen como radares a los personajes; de actores francamente desgobernados en su innecesaria exaltación; de escenas cuya elementalidad formal bordea los linderos del mero ejercicio...; como le ocurre todo esto, Seis días en la oscuridad termina por traicionar lo que aparentaba ser su propuesta inicial, es decir, contar la historia de un doble secuestro aderezado de traición y diversos motivos ocultos, para deslavarse por completo en un final con psicópata echando bala y toda la cosa.

“AQUÍ ESTOY”, DIJO EL TEMA

Quizás un buen apretón de nudos general pudo salvar a esta película de enseñar tanto las costuras. Tal posibilidad yace ahora, claro está, en el éter del hubiera. Pero ya que se toca ese ámbito, no deja de dar en qué pensar un hecho que viene reiterándose desde hace un tiempo en buena parte de nuestro cine: el desperdicio de vetas temáticas que se dejan pasar de largo para hablar, en cambio, de asuntos no sólo artificiosos en extremo sino también ineficazmente narrados. En el hubiera, el debut de Soriano bien pudo ser el retrato de un sector social que por lo regular es tratado de soslayo, a partir del desconocimiento de causa o desde un deslumbramiento que no se atreve a decir su envidia. Pero no: en vez de aprovechar un casting que a las claras estuvo basado en la fotogenia y no en la capacidad histriónica, y un perfil de personajes que de tan estereotipados llevan impresa su propia crítica, Soriano entra –supongo que sin darse cuenta– en sus convencionalismos de clase, los asume como naturales y evidentes por sí mismos, y pone a todo mundo a interactuar con el maniqueísmo inevitable que se deriva de obligar a las líneas dramáticas seguir derroteros bastante trillados.