Jornada Semanal, domingo 13 de  abril de 2003           núm. 423

MICHELLE SOLANO

TEATRO A PESAR DE LA GUERRA

En 2001, tras un 11 de septiembre que, de acuerdo con una opinión que cada vez gana más adeptos, fue un calculado autoataque del gobierno de Bush y no un mero atentado terrorista, escribí una columna llamada Teatro para antes de la guerra, en la que hacía mención de la puesta en escena Devastados (Blasted) de la dramaturga inglesa Sarah Kane, quien se suicidó a la edad de veintiocho años. Triste coincidencia ésta de escribir sobre Ansia (Crave), de la misma autora, con la guerra como telón de fondo...

Si Devastados proyectaba una guerra en donde el enemigo siempre otro, alguien irreconocible que infligía un tormento (psicológico o físico) y en donde, para contar la historia, los personajes interactuaban entre sí, Ansia deposita sus discurso en el monólogo interno. Sus personajes (evidentemente existe la influencia de Joyce y de Beckett) carecen de un nombre, la despersonalización parece apuntar aquí hacia la idea de que pudiera tratarse de cualquier hombre, de cualquier mujer. Si Sarah Kane había jugado con los elementos de la estructura dramática típicamente aristotélica en Devastados, en Ansia deja de lado el manejo habitual del tiempo y el espacio, pues los personajes están ahí como bien pudieran estar en cualquier otro lado; aparentemente juntos, aunque bien a bien no existe una razón que nos haga pensar que están juntos, escuchándose, viéndose entre sí. La acción sucede en sus mentes; no los vemos hacer algo, los escuchamos, vemos sus acciones a través de lo que dicen (se dicen a sí mismos, como tratando de explicarse el maremoto de recuerdos, pensamientos y emociones que padecen).

La violencia fue tal vez uno de los temas que –junto con la fragmentación mental de sus personajes– mejor manejó Kane en su dramaturgia. Avasallada como estaba por su historia personal, sus textos reflejan una batalla terrible que se libra al interior del individuo. Pareciera como si su tesis (defendida a lo largo de su obra) hubiese sido que no hay peor violencia que la que uno es capaz de autoinflingirse a través del dolor, el recuerdo de lo atroz, la incapacidad para lidiar con la realidad y todos aquellos laberintos mentales que, en otro sentido, algunos con mejor humor llamarían "chaqueta mental" y otros, poseedores de un humor un poco más recalcitrante (o negro) llamarían "diez cosas que siempre quiso decirle a su psicoterapeuta pero nunca se atrevió".

Pero en la realidad –y en la vida y obra de Kane– nada es tan sencillo ni tan risueño. Se trata de un mal que padecemos muchos en la vida contemporánea: la angustia de vivir. Los textos de Kane son inmisericordes, su explícita violencia revela las turbaciones y el hartazgo de su alma; son textos tan hirientes que la convirtieron de inmediato en una escritora polémica, rara, inhóspita. Pero su obra también encarna una escritura de gran precisión, de lenguaje y dramaturgia originales y propios, y de una sensibilidad poética fuera de serie, en vías de extinción sobre todo en la dramaturgia contemporánea.

Para decirlo sin adornos: la puesta en escena es inquietante. Se ha prescindido de la escenografía, la iluminación apenas existe (luz fija, firme, invariable sobre los actores todo el tiempo, "como interrogatorio", dijo alguien), no hay efectos sonoros, no hay música. No hay corsés que ciñan el trabajo, lo sujetan sólo cuatro actores y un texto brutal, despiadado, ácido y profundo como el recuerdo de una herida.

Dos hombres (A, Arturo Ríos y B, Ari Brickman) y dos mujeres (C, Ana Graham y M, Tania Ruíz) hablan de todo y nada, lo suyo parecería verborrea gratuita, pero hay que escuchar para descubrir de qué habla Sarah Kane. Aquí no hay nada explícito, y no necesariamente se trata de misterios ocultos o imposibles de resolver, sino que a través de las palabras de los personajes uno puede acomodárselas como y donde menos le convengan (o más, según).

Ignacio Ortiz tuvo varios aciertos esta vez (a diferencia de Devastados, que, aunque bien resuelta, funcionaba más por la historia en sí misma) y no sólo son dignas de mención la disposición del espacio y su iluminación, sino el trabajo que ha hecho como director de actores. Arturo Ríos, una vez más como el espléndido actor que es, capaz de llevar al espectador hacia diferentes terrenos en un abrir y cerrar de ojos. Ari Brickman, Ana Graham y Tania Ruiz, un elenco en equilibrio, con un rumbo y una dirección que no se anda con miramientos. La traducción del texto estuvo a cargo de Ana Graham y Erika Erdely y hay que decirlo también: funciona mejor que Devastados; esta vez no hicieron concesiones. Los que puedan complacerse con su Ansia y regodearse en su dolor abrácenlos fuerte…
 
 

 

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