el cuento del domingo Zancudo
Esta es la historia de un zancudo que murió de manera accidentada; nadie quiso verlo muerto en realidad, pero el bicho encontró (mucho antes de lo que debiera) su azaroso fin. Sin embargo, tuvo una muerte tranquila, desprovista de angustias, una muerte casi plácida, "vivificante", en el sentido trascendental de algunas filosofías orientales. En la tarde de un domingo en la finca de mi mujer, a unos kilómetros del grávido río Magdalena, el cuerpo exánime del diminuto visitante yacía con sus patas y alas bien extendidas, sonrosado, casi despaturrado, pero a placer. Quizá una patita cubriéndole los ojos, como cuando uno duerme con algo de luz por el costado o atraviesa un sueño del que no quiere despertar.
Mientras Manu me interrumpe (entra hablando
por celular con Don Quijote, a quien le pregunta si el lunes fiesta de
La Madre tiene clases en el kinder garden), este sinvergüenza no
Don Quixo, ni yo, sino el zancudo empieza a "desperezarse" y, en lo que
agarro mi suiza, ahora sí, para tazajearlo, éste se eleva
en cuerpo y lleno de mi sangre hasta el cielo raso de la alcoba. Otro
pinche mañoso que me engaña a mí, digo. Pero no a
esa traslúcida salamandra, de una especie que lleva trecientos millones
de años practicando su zarpazo prodigioso.
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