Jornada Semanal, domingo 13  de abril  de 2003            núm. 423

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

ABELARDO Y ELOÍSA (III)

En efecto, nada está más fuera de nuestro poder
que nuestro corazón, y lejos de poderlo mandar,
estamos obligados a obedecerle. Por eso cuando
sus movimientos nos apremian, nadie es lo
suficientemente capaz de rechazar sus súbitos
impulsos para impedir que estallen hacia fuera, 
se traduzcan rápidamente en actos y se difundan
aún más rápidamente por medio de la palabra,
que es el lenguaje siempre listo de las pasiones […].
De ti depende, sin embargo, que des alivio a mi dolor,
si no es posible curarlo enteramente.
Eloísa, Carta v
(de "dirección"), a Abelardo.

Las relaciones amorosas entre Abelardo y Eloísa pueden ubicarse entre 1118-1120, bienio rememorado en la Historia calamitatum, de Abelardo, y recreado y comentado en las cuatro cartas cruzadas entre ambos; nueve años después ocurriría su último encuentro, cuando los dos ya se hallaban entregados a la vida conventual. Estos mínimos hechos bastaron para otorgar una posteridad legendaria a la pareja, lo cual se explica por los incidentes que los rodearon: la cacería de la joven alumna, el pathos compartido, el matrimonio secreto, la mutilación de Abelardo, el ingreso al convento y la separación de los amantes… A diferencia de Tristán e Isolda, de Romeo y Julieta, la crónica de amores trágicos no se tejió con personajes literarios, sino con unos procedentes "de la vida real" (con lo que esta frase pudiera significar).

Los matices de la historia arrojan otras sombras: el afamado y atractivo maestro (así se reconocía el mismo Abelardo) que enseñaba en París, en el claustro norte de la antigua iglesia de Notre-Dame, y fue contratado por Fulbert para completar la educación de su brillante sobrina, incurrió en vanidades contradictorias: por un lado, deseaba poner a prueba su prestigiosa condición de célibe y, por el otro, se propuso seducir a Eloísa… Al final, cazador cazado y presa de su lujuria convertida en enamoramiento, debió enfrentar el embarazo de su amante; se casó en secreto con ella (para no divulgar un acto contrario a su fama) y, después del parto, ordenó a Eloísa que ingresara al convento, no obstante que ella no deseaba ninguno de los dos estados. Más bien preocupado en todo momento por su prestigio y su salvación personal, Abelardo escribió la Historia calamitatum doce años después de haberse separado de Eloísa y, durante los siguientes dos escribió sendas cartas a su ¿amada?, de las cuales sólo una, la segunda, lo muestra un tanto conmovido frente a ella.

Quien lea la correspondencia de los dos amantes, incluida la Historia calamitatum, se topará con un Abelardo más bien antipático, distante y arrogantemente "convertido" gracias a la mutilación sufrida, en lo cual, de manera opuesta a lo predicado por san Pablo, pareciera acercarse a Orígenes en esa abominable felicidad derivada de la castración, aliviadora de tentaciones carnales. En realidad, quien resulta conmovedora para el lector contemporáneo de las cartas, y rodeada de un aura trágica, es Eloísa, verdadera constructora de una imagen de la pasión más allá de muerte y separaciones y, menos que en el fondo, verdadera víctima de esa historia del siglo xii: ella desarrolla el verdadero lenguaje amoroso y permite conocer un raro punto de vista femenino respecto a los sentimientos de la mujer enamorada.

No es extraño que, por lo mismo, la lectura medieval haya visto al héroe central de la relación en Abelardo, pues las reconvenciones morales y el distanciamiento emotivo frente a su esposa lo mostraban como el héroe cristiano arrepentido, como el hombre moralmente superior elevado desde los lodazales de la carne hacia Dios; mientras que Eloísa sólo confirmaba los prejuicios epocales respecto a la mujer: inferior, concupiscente, pecaminosa, carnal, reincidente y, casi, corroboración de uno de los epítetos misóginos de Tomás de Kempis, "puerta del infierno". No fue sino hasta el siglo xix que la lectura se invirtió, cuando Eloísa fue percibida como un personaje "romántico" cuya vida trágica la transfiguraba en verdadera heroína del amor.

Lo sorprendente, frente al monumento funerario de la pareja, en París, es la certeza de que el amor constante más allá de la muerte corrió por cuenta de Eloísa, y parece ridículo el gesto del cadáver abelardiano, abriendo los brazos para recibir el de su antigua amante, después de escritos epistolares plenos de contrición, frialdad y reconvenciones, lo cual contrasta con el empecinamiento amoroso, no exento de tristitia, perceptible en el encabezado de la "Quinta carta", dirigida por Eloísa a Abelardo, donde insiste: a Dios, como religiosa; a ti, como mujer.