Jornada Semanal, domingo 13 de abril del 2003        núm. 423

MONSTRUOSIDADES IMPERIALES

En una pasada columna escrita a propósito de la guerra anunciada (gracias a don Gabriel de Aracataca por la paráfrasis), recordaba la frase que el leproso dice a los niños de La Gran Cruzada en el prodigioso libro de Schwob: Domine infantium, libera-me (señor de los niños, libérame). Ahora, en plena guerra, vuelvo a pensar en los niños asesinados, en los que padecen el miedo, en los abandonados, los huérfanos, los desposeídos de casa, escuela, vestido y sustento, en los hundidos en el desasosiego, en los vejados y humillados... Estos son los peores extremos de la guerra y se agravan cuando los adultos dejan de pensar en la infancia (los animales siempre protegen a sus cachorros. El grupo zoológico humano parece tener otras prioridades o padecer graves desórdenes morales) y ponen toda su atención en una serie de intereses económicos o en las cuestiones del poder, la soberbia y la prepotencia.

Cuando escribí la columna de marras, el gobierno de Fox andaba dando bandazos en el tema del voto en el Consejo de Seguridad (Bush le quitó esa preocupación en el momento en que mandó a calacas al ya moribundo organismo) y el Secretario de Hacienda jugaba con cuentas que se volverían alegres a costa del dolor y de la muerte de los involucrados en la contienda imperialista. Debo reconocer (honor a quien honor merece) que el presidente Fox, respetando la voluntad del pueblo que lo eligió, adoptó una actitud pacifista por todos conceptos loable y, por otra parte, al defender el multilateralismo, abogó a favor del organismo mundial tan dañado por la actitud unilateral y atrabiliaria del imperio y sus secuaces, guaruras, alicuijes y contlapaches. Por estas razones debemos apoyar al presidente y a su secretario de Relaciones.

Las actitudes de Francia, Alemania, Rusia, China, México y Chile (otros países se les unieron y otros más guardaron un miedoso silencio) fueron el más sólido apoyo moral de la maltratada onu. Gracias a estas naciones pacifistas, la sensatez y la racionalidad conservaron algunas menguadas esperanzas en un mundo sojuzgado por una potencia imperial que, en materia de prepotencia y de salvajismo, deja chiquitos a los otros imperios que en el mundo han sido (debemos recordar que, apenas se inició la invasión, los países opositores guardaron un inexplicable silencio). Este no es poco récord si pensamos en Roma, en los persas, los mongoles y los árabes; en España, Francia, los otomanos, los británicos, los horrendos nazis y el insaciable matarife Stalin. El horror cibernético de las actuales armas y la obscena burla al organismo mundial (de la vieja liga de las naciones se burlaron Hitler, Mussolini y Franco) hacen doblemente grave esta “guerra localizada” cuyas consecuencias dañarán al derecho internacional y a todos los derechos humanos. Terrible responsabilidad histórica tiene el Sr. Bush, figura de cera que posa al lado de Gengis Khan, Tamerlán, Atila, los emperadores monstruos de la decadencia romana, los empaladores otomanos, los nazis, los fascistas y los verdugos del Gulag.

Los esfuerzos a favor de la paz encabezados por Chomsky, Ferlingethi, Susan Sontag, Gore Vidal y otros “intelectuales liberales” (FBI dixit) se han estrellado en los muros de la Casa Blanca cada día más sorda y ensimismada en sus obsesiones de poder y en sus intereses demasiado evidentes. Todos sabemos que, desde hace años, el imperio posee unos servicios de inteligencia muy sofisticados y, a la vez, extrañamente ingenuos y cultivadores de los lugares comunes y de los más rudos estereotipos. La semana pasada, Carlos Monsiváis me hizo llegar una información contenida en una biografía de Siqueiros. Se trata de un memorándum enviado a J. Edgar Hoover por la oficina del fbi en Roma. En ese documento me hacen el honor de mencionarme y de considerarme sospechoso (data el papelito de marras de los álgidos años de la guerra fría) por haber asistido, junto con Severino Mansur Jorge, encargado de Negocios de Cuba, a las conferencias que el gran pintor dictó en Roma a los pocos meses de haber salido de la cárcel. Por esos años, este bazarista era agregado cultural de nuestra embajada en Roma. La asociación con los cubanos, la cercanía con Luigi Longo y el hecho de haber acompañado a Siqueiros en sus días romanos (en las conferencias agradeció el apoyo que le dieron los comunistas italianos en los años de su prisión y abogó por los presos políticos mexicanos) provocaron la curiosidad de los paranoides agentes imperiales, quienes jamás pensaron que era natural mi asistencia a las conferencias dictadas por uno de los más ilustres artistas de mi país. Prefirieron hablar de conspiraciones, de oscuros pactos y de intrigas sovietizantes. Todo esto es muy bobo, pero el conspicuo honor de haber sido mencionado en un memorándum dirigido al mismísimo Hoover nadie me lo quita. Es más importante que mi aparición en la contraportada de La Prensa, al día siguiente de haber salido de la cárcel en la que pasé, junto con Gerardo Estrada y Humberto Herrero, unas angustiadas horas por andar de sindicalista académico en los tiempos del soberonato.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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