La Jornada Semanal,   domingo 6 de abril del 2003        núm. 422
Virginia Woolf

1,293 páginas

Las obras completas de Lewis Carroll han sido editadas por Nonesuch Press, en un grueso volumen de 1,293 páginas. Así que no hay pretexto: Lewis Carroll debía estar completo de una vez por todas. Debíamos ser capaces de asirlo en su totalidad. Pero fracasamos –una vez más fracasamos. Creemos que ya comprendimos a Lewis Carroll; miramos de nuevo y descubrimos a un clérigo de Oxford. Pensamos que ya comprendimos al reverendo C.L. Dodgson –miramos de nuevo y descubrimos a un duende. El libro se parte en dos en nuestras manos. Para reintegrarlo, recurrimos a su Vida.

Pero el reverendo C.L. Dodgson no tuvo vida. Pasó por el mundo con tal ligereza que no dejó huella. Se disolvió en Oxford con tal pasividad que es invisible. Aceptó todos los convencionalismos; era mojigato, quisquilloso, piadoso y divertido. Si los catedráticos de Oxford, en el siglo xix, tenían una esencia, él era esa esencia. Era tan bueno que sus hermanas lo adoraban; tan puro, que su sobrino no tiene nada que decir de él. Es quizá posible, insinúa, que "una sombra de desilusión cubriera la vida de Lewis Carroll". Dodgson niega de inmediato esa sombra. "Mi vida", dice, "está libre de toda aflicción y pena." Pero esta substancia incolora contenía dentro de sí un cristal perfectamente sólido. Contenía la infancia. Y esto es muy extraño, porque normalmente la infancia se desvanece lentamente. Vestigios de ella permanecen cuando el niño o la niña se han convertido en un hombre o en una mujer. A veces regresa durante el día, con más frecuencia durante la noche. Pero no sucedió así con Lewis Carroll. Por alguna razón que ignoramos, su infancia se aisló severamente. Se alojó dentro de él íntegra e intacta. No pudo desvanecerla. Y por lo tanto, este impedimento en el centro de su ser, este duro bloque de infancia pura, privó de alimento al hombre maduro. Pasó por el mundo adulto como una sombra, solidificándose sólo en la playa de Eastbourne con las niñas cuyos vestidos prendía con alfileres de seguridad. Pero como su infancia permaneció intacta en él, fue capaz de hacer lo que nadie más ha podido: pudo regresar a ese mundo; pudo recrearlo, de modo que nosotros también volvemos a ser niños.

Para convertirnos en niños, primero nos hace dormir. "Abajo, abajo, abajo, ¿nunca terminará la caída?" Abajo, abajo, abajo caemos en ese mundo aterrador, salvajemente inconsecuente y, sin embargo, perfectamente lógico, en donde el tiempo corre, después se detiene; en donde el espacio se extiende, después se contrae. Es el mundo del sueño; es también el mundo de los sueños. Sin ningún esfuerzo consciente, los sueños llegan; uno tras otro, brincando y saltando, aparecen en la mente el conejo blanco, la morsa y el carpintero, transformándose y convirtiéndose el uno en el otro. Es por esto que los dos libros de Alicia no son libros para niños; son los únicos libros con los que nos convertimos en niños. El presidente Wilson, la reina Victoria, el editorialista en jefe del Times, el último Lord Salisbury –no importa qué tan viejo, tan importante, o tan insignificante seas, vuelves a ser niño otra vez. Convertirte en niño significa ser muy literal; descubrir que todo es tan extraño que nada es sorprendente; ser cruel, despiadado y, sin embargo, tan apasionado que un desaire o una sombra envuelven al mundo en tristeza. Así es ser Alicia en el País de las Maravillas.

Así es ser, también, Alicia a través del espejo. Es ver el mundo al revés. Muchos grandes escritores satíricos y moralistas nos han mostrado el mundo al revés, y nos lo han hecho ver, como lo ven los adultos, brutalmente. Sólo Lewis Carroll nos lo ha mostrado al revés como lo ve un niño, y nos ha hecho reír como se ríen los niños, irresponsablemente. Por las arboledas del puro sinsentido giramos riendo, riendo:

Lo buscaron con dedales, lo buscaron con esmero;
Lo persiguieron con tenedores y esperanza...
Y entonces nos despertamos. Ninguna de las transiciones de Alicia en el País de las Maravillas es tan extraordinaria. Pues al despertar nos encontramos con –¿el Reverendo C. L. Dodgson? ¿Lewis Carroll? ¿O una combinación de ambos? Este sujeto aglutinante tiene la intención de hacer una edición extra mutilada de Shakespeare, para uso de las señoritas británicas; les suplica pensar en la muerte cuando vayan a ver la obra; y siempre, siempre a darse cuenta de que el "verdadero propósito de la vida es el desarrollo del carácter..." ¿Existe, entonces, aún en 1,293 páginas, algo que se pueda considerar como "totalidad"?

Traducción de Helena Guardia