Jornada Semanal,  domingo 6 de abril de 2003           núm. 422 

JAVIER SICILIA

DIARIO DE UN ERMITAÑO, DE THOMAS MERTON

Durate 1964 y 1965, cuatro años antes de su extraña muerte, Thomas Merton, entre artículos, traducciones, su tarea como maestro de novicios en el monasterio trapense de Getsemaní y su camino hacia la vida eremítica, escribió un diario destinado al público, Diario de un ermitaño. Un voto de conversación (Lumen 1998).

Thomas Merton fue un hombre fiel a sí mismo y ese diario, que creció lentamente a lo largo de casi dos años, no sólo muestra la crisis por la que atravesaba y la incesante lucha por mantenerse fiel a su condición de monje y de hombre frente a los acontecimientos de su tiempo, sino también la lucidez y el rigor con que observaba los movimientos del mundo, del monasterio y de los más recónditos procesos de su alma para afinar su mirada y extraer de todo aquello un mayor crecimiento espiritual.

En este sentido, su diario se enmarca dentro de circunstancias sumamente difíciles: el paso de su vida cenobítica a la ermitaña; los problemas de entendimiento con el abad Dom James (quien le dificultaba el paso a una vida eremítica total y le prohibía asistir a reuniones de naturaleza política fuera del monasterio); los cambios que se realizaban en el Vaticano ii; su incomodidad con la vida monástica que sentía no sólo anclada en una rutina, sino que, con los cambios litúrgicos que comenzaban a realizarse parecía fracturarse; Vietnam, la bomba atómica, la posición de la Iglesia frente a la guerra y el desarrollo tecnológico.

Sus juicios son severos, sus observaciones penetrantes. Para Merton, lo que siempre había estado en juego, desde que encontró a Cristo, era la transformación del hombre en Él. De ahí sus críticas a estructuras que no dinamizaban el alma, sus ataques a la guerra y al racismo norteamericano, su mirada desdeñosa sobre los desarrollos tecnológicos, su horror por la bomba, su búsqueda de una vida eremítica que, paradójicamente, incidiera sobre ese mundo que negaba la redención, y el diálogo que por ese entonces había establecido con el budismo Zen, en la persona de D.T. Suzuki.

Desde que a los veinticinco años, después de un largo periplo por el mundo y la literatura, Merton abrazó la vida monástica, lo que siempre buscó fue lo mismo que buscaron sus antecesores, los Padres del Desierto: la creación de un hombre nuevo y una nueva sociedad en Cristo. Al igual que ellos, Merton consideraba a la sociedad tecnológica, limitada por los horizontes y las perspectivas en este mundo, como un naufragio. Creía, como ellos, que dejarse llevar aceptando pasivamente los dogmas y valores de la sociedad, era un desastre; de ahí que hacia el final de su vida propugnara por una vida aún más radical que la cenobítica: la ermitaña. El hecho de que el Vaticano ii y los cambios que vivía el monacato se abrieran al mundo, sólo lo fortaleció en su resolución. Su huida del mundo era una mejor forma de atacarlo. Alejado de él, pero en contacto con los pensadores modernos, Merton hacía de su refugio un sitio de ataque al mundo y a sí mismo en lo que de mundano había en él. Su vida de oración, de lectura, de silencio, de trabajo con sus manos, normada por el ciclo de la naturaleza, era el testimonio vivo de lo que defendía con sus escritos y conferencias. Estaba en el mundo sin estar en él.

Lo que buscaba, semejante a los Padres del Desierto, de los que escribió páginas admirables, era su propio sí mismo en Cristo y, para ello, rechazó lo falso y lo formal, lo fabricado bajo la compulsión de la vida moderna. Buscaba un camino hacia Dios que partiera de la tradición cristiana, pero que fuera fruto de su experiencia más interna.

Su fin –se ve muy claro en algunos puntos fundamentales del diario en los que enjuicia sus sentimientos ocultos, su narcisismo, su egoísmo, su vanidad...– era conquistar la "pureza de corazón", es decir, una clara visión que le permitiera asir la propia realidad interna perdida en Dios a través de Cristo y desde ahí fermentar la sociedad.

La tensión que manifiesta en el diario es propia de ese proceso. Merton, al escribirlo, se encontraba en crisis y las crisis, cuando se afrontan como lo hizo él, son siempre un espacio de crecimiento. Las mejores intuiciones que hay en esas páginas muestran el grado de crecimiento espiritual que había logrado y que concuerdan maravillosamente con la fidelidad que tuvo siempre consigo mismo y con su compromiso con Cristo.

No sé si antes de su muerte logró adquirir la "pureza de corazón" que tanto deseó. En todo caso, la coherencia con la que vivió, amó, sufrió y escribió, dicen que varias veces la tocó y que por instantes hizo que el otro tiempo, el de Cristo y su redención, volviera a revelársenos y a recordarnos lo que la obediencia a Cristo significa en un mundo como éste.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.