Jornada Semanal, domingo 6 de abril del 2003                núm. 422

LUIS TOVAR

EL CINE ANTÍPODA

Otrora integrante del Servicio Exterior Mexicano, cuando tenía veintisiete años de edad –hoy cuenta con cinco más–, Carlos Reygadas decide que lo suyo no es el derecho internacional sino el cine, y con su autodidaccia a cuestas rueda en aquel 1998 un cortometraje (Adulte), y al año siguiente otros tres (Prisoners, Oiseaux y Max-humain), todos filmados en Europa. La experiencia ganada le deja el suficiente callo y la osadía de afrontar su primer largometraje, del cual es productor, guionista y director.

La película se llama Japón, aunque en este caso el título pareciera ser lo menos importante, salvo que se quiera ver en él una forma de englobar conceptualmente una muy destacada entre las muchas sensaciones e impresiones que produce esta opera prima de Carlos Reygadas, a saber: la de hallarnos frente a un cine antípoda, comparado con la producción fílmica mexicana reciente.

Japón carece, para bien, de ciertas características que tienen que ver con la estructura y la forma cinematográficas más en boga, al menos en nuestro país. Intrínsecamente tales características no comportan, desde luego, nocividad alguna; es la utilización que de ellas se haga, según el caso, inclinada al acierto o al desatino, la que puede malograr o redondear un resultado en pantalla. En concreto me refiero, entre otros atributos, al ritmo narrativo que Reygadas decidió imprimir al filme. En lugar del habitual frenesí óptico que convierte al público en mero espectador de flashazos de imágenes que se van hilvanando narrativamente más por simple acumulación de datos que por integración armónica de los mismos, Japón ofrece pausadas y generosas secuencias, cargadas de significado tanto en el plano visual como en el auditivo. Un estilo así es el que Muchagente acostumbra tildar de "lento", donde tal palabra denota, sin que Muchagente se aperciba, el padecimiento de un crónico catarro de percepción: para quienes tienen mormadas las entendederas, lento es todo aquello que no altera, por vía de la edición casi siempre, el desenvolvimiento unitario y completo de una secuencia, y que, al mismo tiempo, deja de ofrecer ya no una acción rápida sino una francamente vertiginosa.

Reygadas sabe que a su sencilla y al mismo tiempo compleja historia no le hace falta ni le vendría bien el vértigo, ya sea icónico, histriónico o formal. Se trata de un hombre, del cual siempre ignoraremos su pasado y sus motivaciones, que decide ir a morirse a una barranca remota y duramente accesible, que conoció siendo niño. Desde que da inicio lo que, según la voluntad del protagonista, será un trayecto terminal, el filme dosifica una serie de evidencias contundentes de que la vida y la muerte son igual de tozudas. Reygadas se da el lujo de incluir auténticos alardes de elegancia visual que no se quedan en preciosismo inane, sino que le sirven para establecer un contrapunto entre Eros y Tanatos que son la más profunda vena del filme. La escena de un caballo muerto abandonado pudriéndose a cielo abierto, con las entrañas al aire, a pocos metros del borde de un precipicio, con el protagonista tendido, quieto y silencioso a un lado, es algo que no se borra de la mente una vez que entra por los ojos; y es sólo una de las muchas escenas en las que el director tuvo el talento necesario para conjuntar plasticidad, carga semántica, ritmo, estilo...

Otra característica de Japón convertida en cualidad es la utilización inteligentemente mesurada del sonido, tanto del ambiental, como de los diálogos y también de la música. Reygadas subraya el valor del silencio dosificando la voz de sus personajes, que no dicen una sola cosa de más ("mientras callen las palabras para hacerse necesarias", Aute dixit); pero sobre todo haciendo abstracción de la música, que en tantas otras películas pretende inútil, lamentable y hasta chocantemente ocultar las falencias dramáticas que haya dejado un mal guión. Como ejemplo del acierto en Japón baste citar la última secuencia, que por supuesto no describiré completa por no malograr un placer garantizado: a una cámara en movimiento envolvente y avanzando sobre las vías del tren, se suma una indescriptible pieza musical de Arvo Pärt, para un final soberbio.

Japón ha obtenido los siguientes premios, todos de 2002: mención especial Cámara de Oro en Cannes; Coral a la mejor opera prima en La Habana; mejor director en Salónica, Grecia; premio del público en Estocolmo, Suecia; Gran Premio en Bratislava, República Checa; mejor película latinoamericana del año por la Federación Internacional de Críticos de Cine; mejor director en Edimburgo; L’age d’Or y Cinédecouvertes en Bruselas; mejor guión en Montreal. Se estrenó el viernes pasado y usted haría bien yendo a verla pronto pues, siendo como es una película antípoda del cine comercial, resulta más que probable su corta duración en cartelera.