Jornada Semanal,  6 de abril de 2003         núm. 422

JUAN DOMINGO ARGÜELLES

CONTRA NERUDA

Lo refiere Julio Cortázar: Cuando, en 1963, Witold Gombrowicz deja Buenos Aires luego de veinticinco años de exilio argentino, al subir la escalerilla del avión arroja, entre sus seguidores, la última de sus provocaciones antes de retornar a Europa: "Muchachos, maten a Borges."

Pero los muchachos no lo pudieron matar, pues en cuestión de parricidios, lo de menos, al parecer, es exterminar a nuestros mayores de edad, pero no así a nuestros dioses tutelares. Ni la peligrosa mezcla de soberbia, vanidad e ingenuidad puede algo contra las deidades.

Esto es lo que ha pasado, también, con Pablo Neruda (1904-1973). Son muchos los que han querido matarlo, sin por supuesto conseguirlo. Contra Neruda se ha dicho y se ha escrito de todo: lo han llamado desmedido, torrencial, excesivo, desordenado, desmesurado, desorbitado, etcétera; sinónimos descalificativos que provienen de las huestes a las que el gran poeta chileno identificó, en su prodigioso Canto general, como los "poetas celestes", los "falsos brujos existenciales", las "amapolas surrealistas".

Neruda sigue tan campante como el que más. Este año (el 23 de septiembre) se cumplirá su trigésimo aniversario luctuoso, pero a treinta años de haber fallecido físicamente, el portentoso muerto aún no acaba de morir. Los que anunciaron su extinción y, con ella, el fin de la poesía emotiva, electrizante, conmovedora, perturbadora, han tenido que resignarse a morir sin ver cumplidos sus augurios. Sentado a la entrada de su tienda, el autor de Residencia en la tierra ha visto desfilar, uno a uno, los cadáveres de sus enemigos.

Hoy hasta el profesor Harold Bloom, pese a sus reticencias antinerudianas (ideológicas y academicistas más que literarias), nos advierte que "ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo (el xx) admite comparación con él".

Y así es. Neruda sigue milagrosamente vivo, al igual que Borges. Y ni siquiera aquella caricatura que con rencor trazó Juan Ramón Jiménez en sus Españoles de tres mundos (con la que quiso iniciar la labor demoledora contra el chileno) ha podido hacer mella en la fortaleza nerudiana.

La caricatura ha quedado tan sólo como ejercicio malicioso de la evanescente prosa del autor de Platero y yo. No podemos releerla sino como tal: "Siempre tuve a Pablo Neruda por un gran poeta, por un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de comprender ni emplear sus dotes naturales. Neruda me parece un torpe traductor de sí mismo y de los otros, un pobre explotador de sus filones propios y ajenos, que a veces confunde el original con la traducción; que no supiera completamente su idioma ni el idioma de que traduce... no entiende ni lo que sabe leer y lo interpreta con olvido de lo existente. Un poema entendido y escrito, traducido u original, es una unidad organizada que Neruda no ha conseguido, a mi juicio, hasta ahora." Y concluye su trazo Juan Ramón Jiménez con esta frase que pretendió ser una lápida: "Pablo Neruda no es en realidad sino un abundante, descuidado escritor realista de desorbitado romanticismo."

La verdad, no del todo confesada por el poeta español, es que esa acre caricatura la motivó un episodio de enemistad personal ("lo he oído por teléfono cantar contra mí en coro de necios o beodos", dijo) en el que tuvo que ver el también chileno Vicente Huidobro, otro de los ilustres adversarios de Neruda, por motivos más bien políticos, como políticos fueron también los motivos de la animadversión de Borges hacia el autor del Canto general.

En El canon occidental, Bloom recoge una de las opiniones más duras (aunque también menos exactas y más injustas) que emitió Borges al referirse a Neruda: "Lo considero un hombre muy mezquino... Escribió un libro acerca de los tiranos de Sudamérica, y a continuación varias estrofas contra los Estados Unidos. Ahora sabe que todo eso es basura. Y no dice ni una palabra contra Perón. Porque tenía un pleito en Buenos Aires, eso me lo explicaron luego, y no quería arriesgarse. Y así, cuando se suponía que escribía a voz en cuello, lleno de noble indignación, no tenía nada que decir contra Perón."

En sus Memorias, Neruda no menciona para nada a Borges, pero sí a Juan Ramón Jiménez y a Huidobro, y de ambos dice que son poetas extraordinarios y personas aviesas cuando no perversas. Del primero escribe: "Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es un gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra... Contra mí escribía todas las semanas en unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol." Neruda reconoce que la obra de Huidobro "brilla por todas partes y tiene una alegría fascinadora", pero a cambio nos advierte que su compatriota "es el representante de una larga línea de egocéntricos impenitentes".

Eso en cuanto a los célebres, porque luego vendrían también ilustres desconocidos, más que poetas celestes, "masticadores de teorías", como los llamó Neruda: los nada ilustres pero sí excesivamente "ilustrados" que "se han dispuesto a oscurecer la luz, a convertir el pan en carbón, la palabra en tornillo"; los mixtificadores y mitificadores de la poesía a través de oscuros y retorcidos tratados que "recuerdan los alimentos de ciertas tribus polares, que unos mastican largamente para que otros los devoren".

Desde hace ocho décadas (las ocho décadas que cumple este año Crepusculario, su primer libro), contra Neruda ha habido desde líricas y pedantes descalificaciones hasta los más sombríos augurios. Pero el prodigioso muerto está por cumplir tres décadas de haberse despedido, y aún no termina de partir. Neruda sigue palpitantemente vivo, desde sus 20 poemas de amor hasta su Fin de mundo; desde su Canto general hasta sus Residencias y sus Odas elementales. Pleno de sus poderes, Neruda es el muerto más vivo de nuestra más portentosa poesía.