La Jornada Semanal,   domingo 6 de abril del 2003        núm. 422
W. H. Auden

Necesidad de Alicia

La tarde del viernes 4 de julio de 1862, el reverendo Charles Lutwidge Dodgson, catedrático y consultor matemático de Christ Church, Oxford, escribió en su diario:

Atkinson trajo a mis habitaciones a unas amigas suyas, la señora y la señorita Peters. Les tomé algunas fotografías, vieron mi álbum y se quedaron para el almuerzo. Más tarde se fueron al museo y Duckworth y yo nos fuimos, con las tres hermanas Liddell, de excursión río arriba, rumbo a Godstow: tomamos el té en la ribera del río y regresamos a Christ Church hasta las 8 y cuarto; las llevamos a mis habitaciones para ver mi colección de microfotografías y las regresamos al Deanato justo antes de las 9. 
"Las tres Liddells" eran las hijas del deán de Christ Church, uno de los autores del famoso lexicón griego Liddell & Scott. Sus nombres eran Lorina Charlotte, Alicia y Edith –a quien llamaban Matilda. Alicia tenía diez años.

Esta no era, por supuesto, su primera excursión juntos. Se frecuentaban bastante desde hacía algunos años. Durante el invierno, visitaban a Dodgson en sus habitaciones y se sentaban a su lado en el sofá, mientras él les contaba historias que ilustraba en el momento con dibujos a lápiz o tinta. Cuatro o cinco veces, durante el verano, las llevaba a pasear al río con una gran cesta con pasteles y una tetera. En esas ocasiones, Dodgson cambiaba su traje de clérigo por unos pantalones de bayeta blanca y su chistera negra por un sombrero duro de paja blanca. Siempre iba muy erguido, "como si se hubiera comido un palo".

En apariencia, no había nada que distinguiera esta excursión a Godstow de las demás. Hoy nadie la recordaría de no ser por lo que parece haber sido un mero accidente. Él ya les había contado muchas historias a las niñas, quienes escuchaban con deleite pidiéndole siempre que les contara otra. Quizá esta vez se encontraba de mejor vena narrativa que de costumbre, pues su amigo Duckworth estaba visiblemente impresionado:

Yo llevaba la boga y él el timón... la historia fue, literalmente, creada y narrada por encima de mi hombro, para regocijo de Alice Liddell, quien hacía el papel de "timonel" de nuestro bote. Recuerdo haberme volteado para decirle "¿Dodgson, estás improvisando esta aventura?" Y él me respondió "Sí, la voy inventando en el camino".

En cualquier caso, Alicia hizo en esta ocasión lo que nunca antes: le pidió a Dodgson que escribiera la historia. Al principio él respondió que lo pensaría, pero como ella siguiera insistiendo, finalmente prometió hacerlo. El 13 de noviembre escribió en su diario: "Empecé a escribir el cuento para Alicia, espero terminarlo para la Navidad."

En efecto, el 10 de febrero de 1863, el texto estaba terminado. Las ilustraciones de Tenniel estuvieron listas hasta septiembre de 1864, y Alicia en el País de las Maravillas fue publicado por Macmillan en 1865 (que es también, casualmente, el año en que se estrenó otra obra maestra, Tristán e Isolda, de Wagner).

Estos hechos son memorables porque nos revelan un tipo de ser humano que es, a mi juicio, extraordinariamente raro –un hombre de genio que, en relación con su genio, no es egoísta. Por lo demás, Dodgson no era ni desinteresado, ni carecía de vanidad. Como miembro del Consejo de Decanos era un colega difícil, siempre quejándose de cualquier negligencia o inconveniencia sin importancia. Sus opiniones enérgicas y conservadoras sobre casi todas las cuestiones del Colegio o de la Universidad, y la ferocidad de sus polémicos panfletos, como "El nuevo campanario de Christ Church" o "Doce meses en una curaduría", no podían granjearle muchas simpatías entre sus opositores.

Estaba orgulloso de sus fotografías, y con razón, pues fue uno de los mejores retratistas del siglo. Tenía grandes esperanzas en su teoría de lógica simbólica que, según entiendo, es mucho más apreciada actualmente de lo que lo fue en su tiempo. Por sus diarios sabemos, también, que tenía un buen concepto de sus pequeños inventos –siempre estaba inventando algo: una memoria technica para los logaritmos de todos los números primos menores de 100; un juego de croquet aritmético; una regla para encontrar el día de la semana para cualquier fecha del mes; un substituto de pegamento; un sistema de cantidad proporcional; un método para controlar el tráfico de carruajes en Covent Garden; un aparato para tomar notas en la oscuridad; un manubrio de triciclo perfeccionado; y siempre buscó la publicación de su verso blanco. Pero cuando se trataba de aquello que hacía excelentemente, ahí donde no tenía rival –a saber, contar historias para niños–, el pensamiento de sí mismo, de publicar o de la fama inmortal, parece no haber cruzado nunca por su mente.

Los dos libros de Alicia no fueron creaciones inusuales. En su correspondencia con niñas existen pasajes igualmente extraordinarios. Por ejemplo:

Por aquí está haciendo un calor tan espantoso que no me he sentido con fuerzas ni para sostener la pluma, pero aún si la hubiera tenido, no había tinta –se evaporó, convirtiéndose en una nube de vapor negro, y en ese estado ha flotado por toda la habitación, entintando los muros y el techo hasta el punto de volverlos apenas visibles: hoy está más fresco, y un poco de tinta ha vuelto al tintero en forma de nieve negra.
Toda su vida siguió improvisando historias para las niñas, que nunca se escribieron, y por todo lo que sabemos, es muy probable que hayan sido superiores a las que sí lo fueron. 

A pesar de que ninguna personalidad humana puede ser explicada exclusivamente en términos de su educación o de su medio ambiente, es válido buscar los factores que pudieron haber influido en ella. En el caso de Dodgson, uno de estos factores pudo haber sido su posición como hijo mayor de un clérigo en una familia numerosa: tuvo siete hermanas y tres hermanos. A los once años era el que entretenía a toda la familia. Con una carretilla, un barril y un pequeño furgón, construyó un tren que transportaba pasajeros de una estación a otra dentro del jardín de la rectoría. En las reglas que redactó para este juego, la imaginación de Lewis Carroll es ya evidente:

A todos los pasajeros que se alteren, se les suplica recostarse y mantenerse inmóviles hasta ser recogidos, pues para poder recibir la atención del médico y sus asistentes, es requisito que por lo menos tres trenes pasen por encima de ellos.

Cuando un pasajero, a pesar de no tener dinero, desee viajar en tren, deberá detenerse en cualquier estación en la que se encuentre y ganar dinero –haciendo té para el jefe de estación (que lo bebe a todas horas del día y de la noche), y moliendo arena para la compañía (la cual no está obligada a explicar para qué la usa).

Dos años después se convirtió en el editor y colaborador principal de una serie de revistas para la familia, de las cuales la última, El Paraguas de la Rectoría, seguía saliendo cuando se volvió catedrático en Oxford y cuando ya se había hecho la primera edición del cuarteto inicial de "Jabberwocky".

Así que, en sus inicios como escritor, escribía para un público con el cual ya estaba familiarizado y con 
el que no tenía rival literario. Normalmente, la experiencia de un escritor promedio, por lo menos hoy en día, es muy diferente. Al comienzo, el escritor no cuenta con ningún lector, excepto él mismo; es probable que su primer público esté formado por escritores rivales aún cuando todavía no estén publicados y su única posibilidad de adquirir un público propio es publicando en revistas, conocidas o no; y éste consistirá en lectores a los que no conoce personalmente.

Parece claro que lo que Dodgson más valoraba como creador imaginativo era la respuesta inmediata e íntima de su público y su completa atención (de ahí, tal vez, su pasión por el teatro). Tanto sus escritos para adultos como sus historias para niños son para la "familia". Oxford era para él como una rectoría más, aunque más grande. Aún en la compañía de niñas, que era en la única en la que se sentía tan a gusto que dejaba de tartamudear, prefería estar con ellas individualmente. Como le escribió a una de las madres: "¿Podría Usted ser tan gentil de decirme si puedo invitar a sus hijas, individualmente, a tomar el té o a cenar? Sé que a veces sólo se les puede invitar en grupo (como las novelas de las librerías circulantes), y a mí no me parece que valga la pena continuar con ese tipo de amistad. No creo que nadie sea capaz de conocer la auténtica naturaleza de una niña si sólo la ha visto en presencia de su madre o de sus hermanas."

Muchas conjeturas se han hecho, verosímiles y no, respecto a los orígenes históricos de los personajes y de los acontecimientos que aparecen en los libros de Alicia, pero podemos estar seguros de que muchas de las alusiones que para las Liddell eran evidentes son ahora irrecuperables. Cuando él contaba un cuento lo hacía siempre para una niña en particular. Una de ellas, no Alicia, escribió: "Algo que hacía que sus historias fueran particularmente fascinantes para una niña era que, con frecuencia, se inspiraba en las observaciones que ella hacía: una pregunta podía despertar en él toda una serie de ideas completamente nuevas y se sentía que, de alguna manera, uno había ayudado a contarla y por lo tanto te pertenecía."

Creo que muy pocos escritores, por más que anhelen la fama para sus libros, disfrutan ser una figura pública, reconocible para los extraños en la calle, pero Dodgson detestaba la publicidad más que la mayoría. No permitía que apareciera ninguna fotografía suya –"Nada sería más desagradable para mí que dar a conocer mi rostro a un desconocido"– y dio la orden de que las cartas dirigidas a L. Carroll, Christ Church, Oxford, fueran devueltas con la inscripción "no conocido".

Pero gracias a la importunidad de Alicia Liddell, y para fortuna nuestra, el narrador íntimo se convirtió en un autor mundialmente conocido. Como suele suceder con una obra maestra, la recepción de la crítica a Alicia en el País de las Maravillas fue polémica. A Las Noticias Ilustradas de Londres y a la Gaceta Pall Mall les gustó; el Espectador, a pesar de su aprobación general, censuró la fiesta del Sombrerero Loco; el Ateneo la consideró una "historia afectada y recargada", y el Times Ilustrado, si bien admitía que el autor poseía una fértil imaginación, afirmaba también que las aventuras de Alicia "son demasiado extravagantes y absurdas, y más que diversión provocan desencanto e irritación".

Cuando apareció Alicia a través del espejo, siete años después, los críticos sabían, por el enorme éxito de su predecesor, que debía de ser buena –aún cuando yo no podría pensar en una comparación más dispar que la de Henry Kingsley, quien escribió: "Esto es lo mejor que hemos tenido desde Martin Chuzzlewit."

Y la fama del libro continúa creciendo.

Siempre he pensado que se puede aprender mucho sobre la historia cultural de un país estudiando los discursos de sus hombres públicos a lo largo de un cierto periodo de tiempo, en legislaturas, tribunales y celebraciones oficiales, y haciendo una lista de los libros citados sin mencionar la fuente. Tengo la fuerte sospecha de que en Gran Bretaña, durante los últimos cincuenta años, los dos libros de Alicia y La caza del snark han encabezado esta lista.

¿Cómo reaccionan los lectores norteamericanos? A pesar de que a la mayoría de los que yo conozco personalmente, Lewis Carroll les encantaba de niños, puede ser que ellos no sean representativos del gusto estadunidense en general. Efectivamente, nada podía estar más lejos de todos los libros norteamericanos para niños que yo conozco –desde Huckleberry Finn hasta los libros de Oz–, que el mundo de Alicia. 

El niño-héroe norteamericano –¿existe alguna niña-heroína norteamericana?– es un Buen Salvaje, un anarquista que, incluso al reflexionar, está principalmente interesado en el movimiento y la acción. Puede hacer casi cualquier cosa menos sentarse tranquilo. Su virtud heroica –es decir, su superioridad sobre el adulto– reside en su liberación de los pensamientos y modos de actuar convencionales: todos los hábitos sociales, desde los modales hasta las creencias, se consideran falsos o hipócritas, o ambos. Todos los emperadores están realmente desnudos. Alicia, sin ninguna duda, representa un choque para el norteamericano promedio.

Para empezar, Alicia es una "dama". Cuando, confundida por la novedad del País de las Maravillas se pregunta si pudo haberse convertido en alguna otra niña, ella sabe muy bien qué clase de niña no desea ser: "Estoy segura de que no puedo ser Mabel, porque yo sé toda clase de cosas, y ella, oh, ella sabe tan poquito... Después de todo, creo que sí debo ser Mabel, y tendré que vivir en esa casita tan apretada, y casi no tendré juguetes con qué jugar... No, estoy decidida: si soy Mabel, me quedaré aquí abajo."

En medio de los adultos, ella sabe la diferenciaentre la servidumbre y las señoras: "‘Me confundió con su sirvienta’, se dijo mientras corría. ‘Cómo se va a sorprender cuando sepa quién soy.’ [...] La institutriz jamás pensaría en exentarme de mis lecciones por eso. Si no pudiera recordar mi nombre me diría ‘Señorita’, como hacen los sirvientes.’"

Y cuando la Reina Roja le aconseja: "Habla en francés cuando no puedas recordar el nombre de algo en inglés –al caminar, gira hacia afuera las puntas de tus pies –¡y recuerda quién eres!" –ella sabe que la respuesta a la pregunta "¿Quién soy?" es en realidad: "Soy Alice Liddell, hija del deán de Christ Church."

Lo que muy probablemente confunde a un niño norteamericano, sin embargo, no es la conciencia de clase de Alicia, que es fácil de no percibirse, sino la peculiar relación de niños y adultos con la ley y con las costumbres sociales. Es la niña-heroína Alicia quien invariablemente es prudente, controlada y cortés, mientras que todos los demás habitantes del País de las Maravillas y del Espejo, humanos o animales, son excéntricos antisociales –a merced de sus pasiones y extremadamente groseros, como la Reina de Corazones, la Duquesa, el Sombrerero y Humpty Dumpty, o grotescamente incompetentes, como la Reina Blanca y el Caballo Blanco.

Lo que a Alicia le parece tan extraordinario acerca de la gente y de los acontecimientos de estos mundos 
es la anarquía, a la que ella siempre está tratando de encontrarle sentido y orden. En ambos libros, los juegos tienen un papel muy importante. Toda la estructura de A través del espejo está basada en el ajedrez, y el pasatiempo favorito de la Reina de Corazones es el croquet –ambos son juegos que Alicia sabe cómo jugar. Para jugar es esencial que los jugadores conozcan y sigan las reglas y que sean lo suficientemente hábiles para hacer lo correcto o lo razonable, por lo menos durante la mitad del tiempo. La anarquía y la incompetencia son incompatibles con el juego.

El croquet que se juega con erizos, flamingos y soldados en lugar de pelotas, mazos y aros convencionales es posible, siempre y cuando ellos estén dispuestos a imitar el comportamiento de esos objetos inanimados, pero en el País de las Maravillas todos se conducen como se les da la gana y el juego se vuelve imposible de jugar.

En el Mundo del Espejo el problema es diferente. No es, como el País de las Maravillas, un lugar de completa anarquía en donde todos dicen y hacen lo que se les ocurre, sino un mundo sin elección, totalmente determinado. Tweedledum y Tweedledee, el León y el Unicornio, el Caballo Rojo y el Blanco, deben combatir a intervalos regulares, independientemente de sus sentimientos. En el País de las Maravillas Alicia tiene que adaptarse a una vida sin leyes; en el País del Espejo, a otra, gobernada por leyes a las que ella no está acostumbrada. Tiene que aprender, por ejemplo, a alejarse de un lugar para llegar a él, o a correr velozmente para permanecer en donde está. En el País de las Maravillas ella es la única persona que se controla; en el País del Espejo, la única competente. Pero por su forma de mover al peón pareciera que el juego nunca va a terminar.

En ambos mundos, uno de los personajes más importantes y poderosos no es una persona sino la lengua inglesa. Alicia, quien hasta ahora ha pensado que las palabras son objetos pasivos, descubre que tienen una vida y una voluntad propias. Cuando intenta recordar los poemas que ha aprendido, nuevas líneas llegan a su mente, sin ninguna invitación, y cuando cree que conoce el significado de alguna palabra resulta que quiere decir algo diferente.

Y así las tres pequeñas hermanas –aprendían a dibujar, ya sabes–

¿Qué dibujaban ?...

Melaza –de un pozo de melaza...

Mas ellas estaban en el pozo.

Por supuesto que estaban: bien adentro. 

¿Qué edad dices que tenías?

Siete años y seis meses.

¡Falso! ¡No dijiste nunca una palabra así!

Tomas un poco de harina.

¿Dónde recoges la flor? ¿En un jardín o en los vallados?

Bueno, no se machaca en absoluto: está molida.

¿Cuántos acres de tierra? 1

Indudablemente, nada podía estar más lejos de la figura norteamericana del héroe pionero, cazador y pre-político, que esta preocupación por el lenguaje... Ésta atañe al pensador solitario, porque la lengua es la madre del pensamiento y del político –en el sentido griego–, pues el discurso es el medio por el cual nos revelamos ante los demás. El héroe norteamericano no es ninguno de los dos.

Los dos "sueños" de Alicia finalizan en un estado de caos creciente del que se despierta justo antes de que se conviertan en pesadillas:

En ese momento la baraja entera se elevó por los aires, precipitándose sobre ella; Alicia lanzó un pequeño grito, mitad por miedo y mitad de indignación, y trató de rechazarla; entonces se descubrió en la ribera del río, recostada sobre el regazo de su hermana....

Varios de los invitados estaban ya recostados sobre los platos y el cucharón se aproximaba a la silla de Alicia, haciéndole señas impacientes para que se hiciera a un lado.

"¡No puedo tolerar más esto!" exclamó, dando un salto y tomando el mantel con ambas manos: un fuerte jalón, y vajilla, manjares, invitados y velas cayeron estrepitosamente, estrellándose en el suelo.

El País de las Maravillas y el País del Espejo son muy divertidos para ir de visita pero no son lugares para vivir. Incluso estando ahí, Alicia se llega a preguntar con cierta nostalgia "si alguna vez las cosas volverán a suceder de un modo natural", y por "natural" entiende lo contrario que Rousseau. Ella se refiere a una sociedad pacífica y civilizada.

Existen buenos libros que son sólo para adultos porque su comprensión presupone la experiencia del adulto, pero no hay buenos libros que sean sólo para niños. Un niño que disfruta los libros de Alicia continuará haciéndolo al crecer y convertirse en adulto, aunque su "comprensión" de lo que significan probablemente cambie. Para evaluarlos, uno puede preguntarse dos cosas: primero, ¿qué penetración ofrecen en cuanto a la percepción que tiene un niño del mundo? ; y segundo, ¿hasta qué punto es el mundo realmente así?

Según Lewis Carroll, lo que más desea un niño es que su mundo tenga sentido. No son, en sí mismas, las órdenes y las prohibiciones impuestas por los adultos lo que el niño resiente, sino más bien el no lograr percibir ningún código que las articule en un patrón consistente.

Al niño, por ejemplo, se le dice que no debe hacer ciertas cosas, pero después ve a los adultos haciendo precisamente eso. Esto ocurre con particular frecuencia en el terreno de las costumbres sociales. En una sociedad bien educada la gente se relaciona entre sí con cortesía, pero al intentar enseñarles a sus hijos esta amabilidad, a menudo utilizan un método militar. Sin darse cuenta, los adultos pueden ser tan groseros con los niños que, si estuvieran tratando con alguien de su edad, recibirían un golpe. A cuántos niños, cuando les dicen "¡Habla sólo cuando se te hable!", les gustaría contestar como lo hace Alicia: "Pero si todos obedecieran esa regla, y tú sólo hablaras cuando te hablan, y si la otra persona esperara siempre a que tú le hablaras, verías que nunca nadie diría nada."

Sería exagerado decir que los niños ven a los adultos tal y como son pero, como los sirvientes, los ven en momentos en los que no les interesa causar una buena impresión.

Como es bien sabido, la Musa de Dodgson encarnó en una serie de niñas entre los ocho y los once años. 
A los niños les tenía miedo y le desagradaban: eran sucios y ruidosos y rompían las cosas. La mayoría de los adultos le parecían insensibles. A los veinticuatro años escribió en su diario: "Me parece que el carácter de la mayoría de las personas a las que conozco no es más que refinadamente animal. ¡Qué pocos parecen interesarse en los únicos temas de interés real en la vida!"

Por supuesto, la mayoría de sus "amigas-niñas" provenían de familias inglesas de clase media o media alta. Menciona haber conocido a una niña norteamericana, pero el encuentro no tuvo éxito: "Lily Alicia Godfrey, de Nueva York: edad, 8 años; pero hablaba como una chica de 15 ó 16, y se rehusó a darme un beso de despedida, diciendo que ella ‘jamás besaba a un caballero’... Me temo que es cierto que en [Norte] América no hay niños."

Las niñas tranquilas e imaginativas eran con las que mejor se entendía. Por eso Irene Vanbrugh, que debe haber estado atravesando por un periodo muy inquieto cuando lo conoció, dice: "Sentía un profundo amor por los niños, aunque me inclino a pensar que tal vez no los comprendía lo suficiente... Su mayor deleite era enseñarme su Juego de Lógica. Me figuro que eso hacía la tarde demasiado larga, mientras afuera se escuchaba la música del desfile, y la luna brillaba sobre el mar."

Para un lector adulto de Lewis Carroll, sin embargo, lo importante no son las peculiaridades psicológicas del autor, sino la validez de su heroína. Es decir, ¿es Alicia un símbolo adecuado para lo que todo ser humano debería intentar llegar a ser?

Me inclino a responder que sí. Una niña de once años (o un niño de doce), que proviene de una buena familia 
–es decir, de un hogar en donde ha conocido tanto el amor como la disciplina, y en donde la vida intelectual es considerada con seriedad pero sin solemnidad, puede ser una criatura admirable. Una vez que ha crecido, ha aprendido a controlarse a sí misma, ha adquirido ya el sentido de su identidad y puede pensar con lógica sin dejar de ser imaginativa. Ella ignora, por supuesto, que su sentido de identidad ha sido ganado con demasiada facilidad –un regalo de sus padres más que el fruto de su propio esfuerzo– y que pronto habrá de perderlo, primero con los Sturm und Drang2 de la adolescencia y después, al entrar al mundo social adulto, con la ansiedad por el dinero y la posición social.

Pero uno no puede conocer a una niña o a un niño así sin sentir que lo que ella o él son –por suerte y momentáneamente– es lo que a uno, después de muchos años y de incontables tonterías y errores, le gustaría, al final, llegar a ser.

1 Carroll hace un juego de palabras con los términos: pozo –well, bien adentro –well in, y bueno –well ; así como en la siguiente cuarteta, donde juega con: harina –flour, flor –flower ; pick –recoger, picked –machacado o molido y ground (pasado de grind) –molido y ground –tierra.

2 Tempestad e ímpetu.

Traducción de Helena Guardia