La Jornada Semanal,   domingo 30 de marzo del 2003        núm. 421
Zalce, la fragua intensa

Juan Antonio Zúñiga Mendoza

Alfredo Zalce fue un hombre renancentista que incursionó en todos los caminos de las artes plásticas y fue siempre fiel a sus compromisos políticos. Nuestro compañero Juan Antonio Zúñiga lo entrevistó cuando la enfermedad ya lo sitiaba. En la conversación, Alfredo afirmó sus antiguas verdades y demostró una sorprendente capacidad de asombro y un refrescante sentido del humor. Elsa Cross, griega honoraria, entra en el poco recordado mito de la primera esposa del padre Zeus, Metis (Consejo sabio), y de ahí parte para reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo, la historia y la vida. Alejandro Pescador nos tradujo del chino cinco poemas de Bei Dao publicados en la revista Jintian, en 2001. María Sten entrevista a Francisco de la Cruz, poeta del mundo zapoteco, y Raquel Tibol nos habla de los paisajes interiores de Beatriz Ezban. Badr Shâkir al-Sayyâb, poeta de Irak, nos describe la ciudad de Simbad mientras los misiles de la putrefacta alianza caen sobre ella y sobre la cuna de la civilización.

En el número 09 de la Avenida Camelines de la ciudad de Morelia, en Michoacán, vivió Alfredo Zalce. Ahí están sus esculturas, grabados, pinturas y tapices; las mesas de trabajo repletas de pinceles, bocetos, tintas, colores, paletas, un sinfín de instrumentos y una intensa curiosidad con la que recorrió desde su niñez los más extensos campos del arte, para bien de la humanidad.

Hijo de fotógrafos profesionales, de este oficio lo que más maravilló a Alfredo Zalce fue el laboratorio de revelado que atendía con su madre, María Torres Sandoval, en el estudio que estuvo situado en la calle de Tacuba, muy cerca de La Palma, en el centro de la Ciudad de México.

"Era mágico ver cómo surgían las imágenes en un papel blanco sumergido en agua", recordaba de su niñez aquel 26 de marzo de 2000 en la privacidad de su casa-taller, sin más ánimo que el de la charla con la pintora y grabadora Teolinca Escobedo López, hija de su contemporáneo en el Taller de la Gráfica Popular, Jesús Escobedo.

La maestra Raquel Tibol refiere en el capítulo Retratos segmentados de su libro Gráficas y neográficas en México, que Alfredo Zalce "estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes hasta el periodo de Diego Rivera en la dirección, cuando fue llamada Escuela Central de Artes Plásticas. Sostuvo sus estudios con trabajos de fotografía".

Rodeado de su obra, o parte de ella, en la apacibilidad de su casa-taller no deja de impresionar la plenitud creativa de Zalce a sus noventa y dos años, inmersa en la corriente de la vida.

"Este trabajo es magnífico", expresa mientras contempla un grabado de la Escobedo, expuesto en el Museo de la Estampa de Toluca, en el estado de México. "¿Cómo lo hizo?; es muy bonito", inquiere a la grabadora con la curiosidad de un joven. "Está hecho en fierro, maestro." ¿Cuánto mide?", pregunta nuevamente Zalce. "Sesenta por un metro."

-¿Maestro, usted prefiere un grabado grande a uno chico?

–No es que lo prefiera, me gusta. Pero en grabado hay obras maestras de este tamaño [y describe con su mano una miniatura]. El tamaño nada tiene que ver, pero es muy bonito ver un grabado grande. Antes no se hacían grabados grandes porque casi todos estaban relacionados con libros. El grabado como forma independiente empezó en el siglo pasado. Antes era para la función de un libro, nada más; pero ya después el grabado tomó vida aparte ya como objeto para colgarse. El arte no se mide por metros, pero es una cualidad hacer grabados grandes porque todos los problemas se multiplican.

Intentar una entrevista periodística en medio de una conversación de pintores parece punto menos que imposible, porque en ningún momento deja de ser una intromisión abusiva en la atmósfera que recrean.

Absorto, contempla el catálogo de su colega y expresa: "De lo que estoy viendo aquí me gusta mucho éste", y señala con el índice la fotografía de un óleo trabajado con espátula que recrea la profundidad de una estación del Metro capitalino, en la que casi se escucha el taconeo de una mujer con prisa –que no figura en el cuadro– en la inmensa soledad de la espera de cualquier espectador de la obra.

–Tiene muy buena calidad de pintura y una gran sencillez, sin rebuscamientos está bien resuelto.

–¿En un cuadro qué es lo que está bien resuelto?

–Que no hay nada que moleste, que esté mal compuesto, que la composición esté coja. En fin, hay una serie de defectos que puede tener y aquí no hay ningún defecto. Lo veo y me gusta porque está muy bien resuelto, bien compuesto, con sencillez.

–¿Qué le parece trabajar con espátula? ¿No es un trabajo artesanal?

–No, es muy bonito. Yo también he trabajado con espátula porque da una cosa muy diferente al pincel, por eso la prefiere uno a veces. Y además, en el pasado hubo pintores que manchaban con espátula y terminaban con pincel, como Goya. Goya hizo muchos cuadros que se supo así los hacía, manchaba con espátula, y luego iba terminando el acabado con pincel.

–¿El de la espátula es un trabajo que se considera con mucha fuerza, o qué significa?

–Pues nada. La espátula es una herramienta diferente al pincel, eso es todo. Los pinceles mismos... pintar con un pincel de cerda gruesa da una cosa, pintar lo mismo con un pincel más fino se tarda más y da otra cosa. Nada tiene que ver, la espátula es una herramienta como cualquier otra.

Arrellanado en un sillón, Zalce comparte el calor de los tapices que visten de colores y figuras las paredes de esta casa-taller de grata sencillez, como la de su morador. Sonríe como para refrendar que la quietud es la rectora del movimiento, y su corazón, una fragua tan intensa como los altos hornos y apacible como las aguas del lago de Pátzcuaro que le vieron nacer el 12 de enero de 1908.

Tenía 92 años aquella tarde, en la que siempre sonriente evocó sus andanzas de bailarín en 1930 con Rufino Tamayo, en un lugar de la calle de 16 de Septiembre, "a una cuadra de San Juan de Letrán, llamado el Ciberdancing o algo así". 

Dondequiera que ha estado ha dejado una estela de colores en sus cuadros y murales, dibujos, esculturas, enseñanzas y colaboraciones gráficas como en La Voz de México, heredero de El Machete, en el cual participó sin ser miembro activo del Partido Comunista Mexicano, pero sí militante de las causas más sentidas de su pueblo. 

La maestra Raquel Tibol refiere también que Alfredo Zalce "participó en el movimiento estudiantil en pro de la autonomía universitaria y en la frustrada reforma de la enba (Escuela Nacional de Bellas Artes)". En 1930 se encargó de la fundación de una escuela de pintura en Taxco, Guerrero, y ese mismo año pintó, con Isabel Villaseñor, un mural en la fachada de la Escuela de Ayotla, "donde por primera vez en la historia de la pintura mexicana se ensayó el cemento coloreado".

Su primera muestra individual se llevó a cabo en 1932 en la Sala de Arte de la Secretaría de Educación Pública. En 1935 se integró a las Misiones Culturales, donde luchó con sus compañeros misioneros para lograr la unidad del magisterio del país, y un año después integró el equipo de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (lear) junto con Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y Fernando Gamboa. En 1937 se unió al Taller de la Gráfica Popular que éstos acababan de fundar, y "participó en todos sus trabajos, exposiciones y ediciones hasta su separación por diferencias teóricas en 1947". En 1949 fundó un taller de artes plásticas en Uruapan, Michoacán. Un año después asumió la dirección de la Escuela Popular de Bellas Artes de Morelia, auspiciada por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Raquel Tibol sintetiza: "De todos cuantos participaron en las cruzadas culturales, Zalce es de los muy pocos que asimilaron un espíritu de misionero del arte; desde entonces quedó prendido a la obligación, a la responsabilidad de proyectarse en las nuevas generaciones alejadas de los centros irradiantes y de vanguardia." Agrega: "Si la revolución había entregado a los artistas que en ella combatieron un panorama cierto de las tradiciones y el paisaje nacional, las misiones culturales dieron a sus animadores una conciencia de las necesidades de un pueblo que aspiraba a conquistar una elemental dignidad humana.

"A ello se debe seguramente el humanismo sin poses, el humanismo entrañable de artistas como Alfredo Zalce, Leopoldo Méndez, Angel Bracho, Pablo O’Higgins. Fueron misioneros consecuentes con su oficio; su tarea de difusión cultural la hicieron siempre como grabadores, dibujantes o pintores, y fueron dejando en todos los lugares por donde pasaron testimonio de su impulso creativo." 

Hacia el fondo de la vivienda taller de Zalce se aprecian unas prensas planas –tórculos les llaman– o tal vez algunas máquinas litográficas. Artista universal como el humus a la tierra, aquel hombre bien parecido, de cabello cano y bigote alineado, sobrio y elegante en su sencillez, ataja amable las florituras que antecedían a la pregunta del reportero, intruso en la fluidez de aquella charla.

–Maestro, usted es uno de los grandes maestros contemporáneos...

–¡Bájele!, bájele y nos entendemos... No soy grande, soy chaparrito –paró en seco Zalce, entre la risa zumbona de los presentes.

Y aunque maltrecho insistió.

–Ultimamente ha sido usted no se si víctima o favorecido por grandes homenajes, maestro ¿Se siente agusto?

–Si es así, soy víctima porque no me gustan. Y si voy es porque tampoco puedo ser grosero con una gente que me está atendiendo, pero no me gustan.

–Maestro, usted ha pasado de la gráfica a la pintura, a la escultura, a los murales y también observo que hay en su casa unos tapices hermosos.

–Mire, siempre he pintado y siempre he hecho gráfica al mismo tiempo. No es una cosa y después otra. Siempre he llevado todo parejo.

–Un artista como usted, quien con su enorme modestia no deja de ser un gran maestro de las artes en México y el mundo ¿No cree necesaria una especialización?

–No es necesaria. La prueba está en que uno puede, si tiene curiosidad. Muchos pintores graban al mismo tiempo que pintan y lo hacen muy bien, como Teolinca. A veces solamente dibujan, a veces con color, a veces sin color. En fin, eso no es lo importante.

–Maestro, no deja de llamarme la atención que usted se sienta víctima ¿Por qué no le gustan los homenajes? ¿Qué es lo que a usted más le interesa?

–Porque creo que no los merezco, por eso. Me da una satisfacción que a alguien le gusten si son sinceros. Hay gente que es profesional de promover el arte, está bien, pero a mí eso no me interesa. Lo que más me interesa es trabajar.

–¿Es usted promotor en la bienal Alfredo Zalce?

–Nada tengo que ver. Usaron mi nombre, pues muy amables, pero nada tengo que ver con eso.

–¿O sea que usted no es jurado?

–No, nada. Yo no he ido a ninguna cosa de ésas.

–En la más reciente bienal que se hizo y fue expuesta en el museo que lleva su nombre ¿No fue?

–Pues no. Es como irse a ver en el espejo.

–¿Y no le afecta que usen su nombre?

–Pues no, no es ninguna cosa deshonrosa. Está muy bien, que bueno y me da mucho gusto, se los agradezco.

–Oiga maestro ¿Y los políticos lo han molestado?

–Nunca, como no tengo nada que ver con ellos... hay distancias.

–¿No tiene nada que ver con el político Cuauhtémoc Cárdenas?

–Él está en su trabajo y yo en el mío. Sí lo conozco y somos amigos de muchos años, pero nada más, él en lo suyo y yo en lo mío.

–Y el artista así debe vivir...

–Pues bueno, no todo el mundo piensa igual, pero yo sí me separo de todas esas cosas. No me interesan ni me gustan, así es que no me molestan.

La conversación volvió a sus causes. Los artistas retomaron la conversación sobre las cualidades del grabado en zinc y las posibilidades que aportan los nuevos materiales para experimentar con colores en la gráfica, con polvos acrílicos y texturas en la pintura. Y sobre la expresión directa que posee la pintura de los niños.

–¿A usted qué es lo que más le llena de su trabajo? –Preguntó la pintora, mientras sacaba de su carpeta el grabado que había gustado al maestro Alfredo Zalce.

–Todo, todo. Tengo mucha curiosidad por todo lo nuevo y cualquier cosa de material o una herramienta, lo que sea, me interesa pues es parte del oficio... del oficio de vivir.

Teolinca Escobedo no pudo o no quiso reprimir el impulso y le abrazó, mientras el maestro exigía: "¡Pero me lo firma, no vayan a decir que me lo robe!". 

–¿Qué día es hoy? –Inquirió ella mientras firmaba la obra. "Hoy es 26 de marzo de 2000", respondió el reportero.

–La otra vez tuve algo que firmar, y era el 2000 ¡No lo podía creer! 

Dijo aquel niño de curiosidad imbatible, quien por 1916 corría por las calles del centro histórico de la ciudad de México, para ayudar a su madre en el revelado fotográfico y hacer surgir, como por magia, las imágenes sobre un papel blanco inmerso en el agua. Un sortilegio de artista que cultivó hasta el 19 de enero de 2003.

–¿Cómo le hace para conservarse tan bien, maestro?

–Es el trabajo. Como siempre está uno haciendo cosas tranquilas aquí, pues ahí vamos.