Jornada Semanal,  domingo 30 de marzo del 2003                 núm. 421

BAGDAD

La primera vez que vi este nombre fue mientras leía una versión para niños de Las mil y una noches. Bagdad. Sonaba extranjero y antiguo, por eso me gustó. Mi libro era un volumen empastado con tela azul claro y las ilustraciones eran coloridas acuarelas. A pesar de que era una versión para niños y por lo tanto muchos de los detalles que llenan las aventuras de Aladino y Alí Babá habían sido omitidos y de que el ilustrador era muy psicodélico, las imágenes de las mezquitas, los minaretes y las palmeras me hipnotizaron. La palabra Bagdad quedó en mí como sinónimo de la Arabia feliz. Bagdad, antigua y opulenta, sobre el Tigris, el "río flecha", levantada sobre la cuna de la civilización: el valle de la Media Luna.

El gobernante que reina sobre la gente de Bagdad en Las mil y una noches es el califa Jarún al-Rashid. En el año 810, al-Rashid envió una embajada al emperador Carlomagno. Los diplomáticos llevaban con ellos regalos y documentos que llenaron de admiración a la ruda corte de los francos. El sultán era un hombre refinado, cuya exquisita educación superaba con mucho la del emperador europeo, de quien dice la leyenda que nunca aprendió a escribir correctamente (imaginar a Carlomagno practicando la escritura con la tablilla de cera y el stylus me inspira mucha ternura). Uno de los regalos que recibió Carlomagno fue un elefante: Abú Lubabah, "el padre de la inteligencia". Abú Lubabah, valiente, murió como el guerrero que era en una batalla contra los daneses.

Se dice que Jarún al-Rashid y Carlomagno tenían en común la costumbre de vestirse como cualquiera de sus gobernados y, de incógnito, mezclarse entre ellos para enterarse de cómo andaban las cosas. Bush no le hace caso ni al Papa, y Hussein es un tirano cruel que tampoco oye a nadie. Pobres iraquíes, entre la espada y la pared.

Bagdad significa la regalada por Dios. Allá, entre la abominable y cementina arquitectura favorecida por Hussein está el minarete de Suq-al-Ghazi, construido en el siglo X y la madrasa –escuela– y mezquita de al-Mustansiriya, levantados durante el siglo xiii.

Marco Polo, en su Libro de las maravillas, la llama Baudac y nos dice que "en la Sagrada Escritura se llama Susa", y que "alrededor de toda la ciudad hay grandes bosques de palmeras que dan los mejores dátiles del mundo". Y cuenta Marco Polo, para convencernos de que la Historia tiene la desdichada tendencia a repetirse –aunque los protagonistas de la versión de hoy son muy repulsivos, sobre todo el hipócrita de Bush–, que "el califa de Baudac tenía el mayor tesoro de oro, de plata y de piedras preciosas (aquí podemos poner ‘yacimiento petrolífero’) que haya tenido ningún hombre; pero que en última instancia, debido a ese tesoro, el califa hubo de morir…" El padre Juan de Pian de Carpini, contemporáneo de Marco Polo, nos cuenta en su crónica que Bagdad fue arrasada por Chinguis Khan, pero que hubo de levantarse de sus ruinas.

Pero no sólo los ejércitos arrasaron Bagdad; el tiempo destruyó muchas de sus bellezas. En el siglo xix, Sir Wilfrid Scawen Blunt y su esposa, quienes habían conocido a Sir Richard Burton y caído bajo el hechizo del Oriente, viajaron a Bagdad. Para Lady Jane fue evidente que "era una ciudad que había conocido su esplendor hacía ya tiempo… las casas son bajas y pobres y están construidas con adobe. Las calles son estrechas y carecen de pavimentación. Desprovista de su antigua riqueza, Bagdad no tiene interés alguno, es una ciudad oriental sin más".

Tampoco le gustó al escritor inglés Robert Byron, autor del hilarante The Road to Oxiana (1937). Su descripción bastaría para alejar a cualquiera que no fuera un soldado a las órdenes de la cursi dupla Bush-Blair: "Hay poco consuelo en recordar que alguna vez Mesopotamia fue tan rica, tan fértil en el arte y la ciencia, hospitalaria para los sumerios, los Seleúcidas y los Sasánidas. El dato principal de la historia de Mesopotamia es que en el siglo xiii Hulagu [un tártaro] destruyó los sistemas de irrigación; desde ese día hasta hoy Mesopotamia no es más que una extensión de lodo que carece de la única virtud que el lodo posee: la fertilidad vegetal. […] En la planicie se levantan ciudades y aldeas de lodo, color lodo. Los ríos son lodo líquido. El aire es lodo refinado hasta convertirse en lodo gaseoso." Pero ser una ciudad fea, con un pasado esplendoroso y capital de un país petrolero, no es un crimen por el que deban pagar los habitantes. Si lo fuera, sería motivo de gran alarma para nosotros, los deefeños.