Jornada Semanal, domingo 30  de marzo  de 2003            núm. 421

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

ABELARDO Y ELOÍSA (II)

¿Puede decirse que se hace penitencia, sea cual sea la mortificación que se impone al cuerpo, cuando el alma conserva el gusto del pecado y arde por sus antiguos deseos? […]

Los placeres amorosos que juntos gozamos son tan dulces para mí que no consigo detestarlos, ni apartarlos de mi recuerdo. […] Lejos de gemir por las faltas que cometí, pienso, suspirando, en aquellas que ya no puedo cometer más.

Eloísa, Carta III, a Abelardo.

 
 La cesión del Paráclito a Eloísa y sus compañeras fue posible porque, antes del escándalo que rodeó a la comunidad de monjas, Abelardo había tenido que abandonar el antiguo oratorio para convertirse en el abad de San Gildas-de-Ruys, en la costa de Morbihan. Así, en 1129, durante el breve tiempo que coincidieron Abelardo y Eloísa en el convento del Paráclito, se produjo la última ocasión en la que volvieron a estar físicamente juntos en su vida, aunque en este segundo periodo no cohabitaran como pareja: él vivió con la comunidad de monjas, en calidad de padre espiritual, pero la cautela lo obligó a salir de ahí para evitar nuevos escándalos, que sus enemigos habían comenzado a reavivar, y no tuvo otro remedio que volver a su abadía. Contabilizados los tiempos de la pareja (desde antes de su separación, hacia 1120), es notorio que la convivencia de alrededor de tres años le permitió vivir enlazada mutuamente el resto de su vida, sin importar que la naturaleza de esos lazos, aparentemente sólidos y apasionados, se matice con la lectura de su breve correspondencia.

Permanentemente rodeado por la envidia y las intrigas, derivadas de la intención de Abelardo de aplicar métodos filosóficos para el análisis de la teología, y dialécticos, para el de los misterios sagrados (pero, también, por su temperamento orgulloso, narcisista y polémico), la vida del controvertido lógico no tuvo descanso: todavía en 1140, en el Concilio de Sens, san Bernardo consiguió una nueva condena contra él y su obra, incidente que lo hizo abandonar San Gildas para obtener asilo en la abadía de Cluny, donde fue acogido por Pedro, el Venerable, quien, más tarde, le consiguió el perdón papal.

A pesar de que la correspondencia amorosa se sitúa entre 1132-1134, hay indicios que dejan suponer un intercambio epistolar incesante entre Abelardo y Eloísa –como lo atestiguan las tres llamadas cartas "de dirección" conservadas, en las que ambos comentan asuntos relacionados con el convento, puesto que, a la distancia, Abelardo continuó siendo el director espiritual del mismo–, hasta la muerte del primero, a sus sesenta y tres años, cuyos restos fueron trasladados secretamente al Paráclito, por voluntad expresa del difunto y gracias a los buenos oficios de Pedro, el abad de Cluny. Veintidós años después, un domingo de mayo y también a los sesenta y tres, murió Eloísa, quien pidió que sus restos fueran depositados junto con los de su esposo. La crónica de Saint de Tours cuenta que, cuando su cuerpo fue colocado en la tumba de Abelardo, éste abrió los brazos para recibirla y la estrechó amorosamente entre ellos; el mismo cronista sostiene que hubo dos testigos fidedignos de tal prodigio.

Abelardo ha sido considerado el principal fundador de la filosofía medieval y el lógico más importante del siglo xii. De la obra que escapó a la hoguera se conservan: Sic et non (considerada su obra fundamental, de 1121), Sermones, Himnos, Comentarios de las Escrituras, Lamentaciones (poemas elegiacos), Dialéctica, Glosas de Porfirio, Theologia cristiana, una Ethica (de 1129), Historia calamitatum (suerte de epístola autobiográfica en la que cuenta sus desdichas) y la correspondencia con Eloísa.

Aunque Abelardo y Eloísa volvieron a encontrarse en 1129, en el Paráclito, la correspondencia entre ambos se inició tres años después, aparentemente por haber llegado a manos de ella una copia de la Historia calamitatum, carta en la que el autor expone analítica, objetivamente, sus errores y pecados, refiere lo vivido con Eloísa hasta el ingreso de la joven filósofa en el convento –después, nunca la vuelve a mencionar–, y concluye con las atribuladas experiencias personales ocurridas después de su castración y posterior ingreso al convento: en la epístola, supuestamente enviada a un amigo, se muestra arrepentido de todos los errores, Eloísa incluida. Así fue como, a sus treinta y un años, una mujer en quien el amor, la pasión y los apetitos estaban lejos de extinguirse, envió misiva a un Abelardo de cincuenta y tres, con la intención de propiciar mutuas aclaraciones; del epistolario amoroso sólo se conservan cuatro cartas, dos de cada corresponsal.