La Jornada Semanal,   domingo 23 de marzo del 2003        núm. 420
Angélica Abelleyra

Estampas de Israel

Angélica Abelleyra hace en este ensayo un recuento y algunas reflexiones sobre el estado y la difusión de la cultura artística y académica en Israel. Con modestia y buen gusto titula su trabajo “Estampas de Israel”, pero es mucho más que eso, pues navega con gran solvencia por todas las aguas de la vida cultural israelí e incluye a varias figuras de la diáspora. En este número publicamos una entrevista con el escritor Abraham Yehoshúa, cuentos de Esther Seligson y de Etgar Keret, y una antología poética que incluye textos de Yehudah Amichai, Dalia Ravikovitch, Nathan Ionatán y Meir Wieseltier. Finalmente, damos la bienvenida al musicólogo Ricardo Rondón a estas páginas.

"La vida cultural sigue y continuamos aquí." "El impulso creativo fluye, pese a la violencia y la incertidumbre." "El arte puede generar algo más que placer. Lazos de tolerancia y de fraternidad ante el horror... tal vez."

Esa parece ser la convicción de la gente de a pie en Israel. Como grito o susurro, con sonrisa a veces pero sobre todo con desconfianza, las frases se escuchan en aulas universitarias, kibbutzim y bares; entre comerciantes, catedráticos, estudiantes y en medio de los actores de la vida cultural en este punto del Medio Oriente que trasciende al mundo por noticias ligadas siempre con atentados, bombas humanas, corrupción gubernamental, elecciones presidenciales, odio, guerra, odio, guerra, odio, guerra y así hasta el infinito... sin curación a la vista.

De Jerusalén a Tel Aviv, entre Haifa y Natania, escritores, bailarines, pintores, músicos, custodios de museos, árabes en sus locales de artesanía, beduinos que cobran por fotos con su camello y niños en un parque público repasando historia ante el candelabro (menorá) que es el escudo oficial... Todos aquí refrendan a su manera el anhelo de que el arte debiera trascender odios y hacernos mejores personas dentro de esta casa colectiva que es el mundo o, en este caso, una pequeña zona de este mundo atribulado: Israel. Otros personajes optan por ligar a la cultura un tono desafiante: "¿Interrumpir la vida cultural por un atentado? No. Eso sería mostrarles a ellos [a los terroristas palestinos] un logro. Y eso no lo vamos a permitir."

Recorrer en una semana algunas regiones de este país provoca tensión y temor; sorpresa ante las maravillas arquitectónicas y naturales que alberga y cierto hábito ante los dispositivos de seguridad que se realizan en todo sitio y hora: restaurantes, hoteles, oficinas públicas, universidades y mercados. Ante una drástica disminución del turismo luego del comienzo de la Intifada en septiembre de 2000, la gente mira con recelo a una treintena de bulliciosos periodistas procedentes de veinte países latinoamericanos, de España y Portugal, invitados por el Instituto Cultural Israel-Iberoamérica. ¿Turistas ahora?, pareciera ser la pregunta nunca verbalizada, que sin embargo toma cuerpo en el arrebato de comerciantes árabes a la caza de compradores y en una frase repetida en muchos labios: "Gracias por estar aquí en estos días aciagos."

Café Paradisso, a unas cuadras de la vieja Jerusalén. La mesera no concibe la osadía de un grupo que no habla hebreo ni inglés y sí ríe estruendosamente de sus chistes mientras bebe cerveza y vino en una mesita con vista franca a la acera. El guardia ya revisó con cautela las bolsas y los sacos pero durante las dos horas que transcurren de tertulia sigue repasando con los pies y los ojos ese pedacito de calle. Los pocos comensales israelíes se han ido y las carcajadas se acaban cuando llega la medianoche. No sólo la cuenta abultada en shékels desdibuja la risa. También decenas de orificios en la marquesina del local que nadie había visto. No es mera escenografía. Entre la P y la A y la doble "S" del delicioso nombre a paraíso, los impactos de 9 mm o el calibre .22 y .50 hacen que venga a nuestra cabeza un poco de historia con la Guerra de los Seis Días en 1967, cuando este sitio fue blanco de francotiradores. También nos acordamos del aquí y ahora, treinta y cinco años después... Estamos en Israel.

DE ROLLOS ANTIGUOS Y UN SANTUARIO

Es el rompecabezas más grande sobre una parte de la historia del hombre. Varios de sus 40 mil fragmentos miden apenas centímetros y pocos alcanzan los diez metros. Para algunos representa un icono de la cultura moderna; para otros son acervo que atrae la mirada del mundo como uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes en el siglo xx; un hallazgo que modificó la comprensión de los orígenes del judaísmo y el cristianismo.

Son los Rollos del Mar Muerto que no descansan en su viaje por el planeta, ya sea en exposiciones abiertas a todos los públicos, en congresos internacionales, en bóvedas donde son sometidos a cuidados intensivos, en escandalosos bestsellers que los lían con el Vaticano o en cubículos de historiadores que ofrecerán estudios y quién sabe si secretos.

Una cúpula blanca vestida con líneas circulares es el preámbulo para acceder al Santuario del Libro, hogar de estos antiguos documentos en cuero y papiro, hallados entre 1947 y 1956 en la región de Qumrán, desierto de Judea. Junto a la cúpula, un muro negro adicionado con líneas verticales ofrece el descenso hacia una de las áreas más visitadas del Museo de Israel, considerado en su conjunto uno de los veinte recintos más extensos en el mundo con sus 60 mil metros cuadrados. Además de resguardar los célebres rollos, otras áreas de este museo en Jerusalén contienen salas especializadas en Etnografía, África, Oceanía, Sudamérica y Lejano Oriente; cuenta con un jardín de esculturas y un área de arte moderno y contemporáneo.

El Santuario del Libro fue abierto en abril de 1965, un mes antes de que se inaugurara el Museo de Israel en sí. Consta de tres secciones –división tripartita similar a la de los antiguos templos– unidas por un túnel y una disposición espacial que asemeja las cuevas donde un joven pastor beduino descubrió los rollos hebreos en una caverna intocada por miles de años. El material revela la historia que va del segundo siglo antes de nuestra era, hasta el año ’70 de ésta.

El primer hallazgo consistió en siete grandes rollos ubicados en la Caverna 1. Las condiciones políticas previas al establecimiento del Estado de Israel (1948) ocasionaron que un profesor de la Universidad Hebrea, E.L. Sukenik, comprara de manera clandestina tres rollos con un anticuario. Los restantes cuatro llegaron a manos de Mar Athanasius Yeshúa Samuel, del Monasterio Jacobita Sirio de San Marcos, en Jerusalén. En 1949 éste viajó a Estados Unidos para vender su preciado cargamento pero debieron pasar cinco años para que encontrara comprador. Sucedió en 1954: el hijo de Sukenik, Yigael Yadín, adquirió los cuatro faltantes y completó así los siete que pasaron a formar parte del Santuario donde se exhiben hasta hoy.

Luego de que fuera agotada la excavación arqueológica en la Caverna 1, prosiguió la búsqueda en una franja de acantilados de ocho kilómetros de largo que concluyó en 1956. Se hallaron materiales en once cuevas, entre los que destacaron dos rollos oxidados de cobre batido (Rollos de Cobre, Caverna 3), quince mil fragmentos de la Caverna 4 y el Rollo de los Salmos, una traducción aramea de Job y el Rollo del Templo (9.5 metros de largo) procedentes de la Caverna 11. Desde 1956 no se han encontrado más rollos en Qumrán y sin embargo la zona sigue aportando información.

Apasionado en el tema, Adolfo Roitman es curador del Santuario del Libro y especialista en el área de Qumrán. Este abril de 2003 se prepara para cerrar temporalmente el espacio con vistas a emprender renovaciones físicas y de mantenimiento para celebrar los cuarenta años del santuario y también del museo en 2005. Solamente para las tareas de mejoramiento del museo del libro se requerirán tres millones de dólares, presupuesto al que se suma una constante inversión para el proceso de limpieza y conservación de los rollos; cifra estimada en cien mil dólares para cada pieza aproximadamente.

Sobre los rollos existe una vastísima bibliografía que se calcula en 30 mil libros y artículos procedentes de todo el mundo y en todos los idiomas. En español abundan los estudios, como los procedentes de la Universidad Complutense de Madrid. También en su entorno abunda la polémica. La guerra de los rollos del mar muerto y otros títulos que lanzaron como tesis una conspiración del Vaticano contra la publicación de los manuscritos, son para Adolfo Roitman sólo una salida redituable de escritores y periodistas frente a la demora y dificultades de edición de los materiales.

Pese a la multiplicación de las investigaciones en el mundo, están lejos de concluirse ya que –a decir de Julio Trebolle, director del Instituto de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense– todavía no se logra una visión sintética de lo que representa la biblioteca de Qumrán ni se tiene un panorama completo sobre la historia del judaísmo y los orígenes cristianos. Otra veta interesante para abundar será, según el mismo especialista, insistir en el estudio de las relaciones entre los grupos judíos de la época: saduceos, hasidim, esenios, fariseos y celotas.

Hasta el momento se sabe de la existencia de 950 manuscritos, algunos de dimensiones pequeñas. Casualmente los más famosos son los documentos hallados en la primera cueva y la última (1 y 11), que también son los más extensos, completos y en mejor estado de conservación. Pero éstos no llegan a una docena. Uno de ellos se mostró ante los ojos de un grupo de periodistas latinoamericanos de visita en Israel a fines de 2002. Adolfo Roitman, nuestro guía, califica como una "imagen histórica" esto que vemos completo "sobre la guerra entre los hijos de la luz y los hijos de la sombra". El texto forma parte del conjunto de los primeros siete rollos descubiertos y es la última ocasión que se muestra íntegro. Luego de tareas de conservación, será fragmentado en cuatro partes a exhibirse en placas separada en museos de Canadá y eu.

No siempre es posible cumplir con el interés del público de observar los originales. Eso obliga a los custodios a cubrir tanto la demanda de exhibición como el resguardo de los rollos. Por un lado usan copias fieles de los originales y por otro exhiben temporalmente las piezas auténticas de acuerdo a calendarios de descanso, restauración y viajes por el mundo. "Los curadores tenemos el deber de preservar este patrimonio para la humanidad", refrenda Roitman, autor del libro Sectarios de Qumrán. Vida cotidiana de los esenios (Editorial Martínez Rosa, Barcelona, 2000).

Para cuidar, restaurar y estudiar este legado se requiere de profesionales de la arqueología, epigrafía, paleografía, historia, literatura, historia de las ideas y las religiones sumados a especialistas en hebreo, arameo, griego, siríaco, armenio, copto y latín con la tarea de descifrar los contenidos (ochenta por ciento de los documentos está escrito en hebreo, dieciseis por ciento en arameo y cuatro por ciento en griego). En tanto, el análisis científico de los soportes involucra el empleo de radiocarbono en manuscritos de papiro, uso de radar y análisis de adn en la piel de los pergaminos.

Roitman está convencido de que este legado es importante para el mundo y no sólo para los judíos. Representa una literatura clave para entender los comienzos del cristianismo y "ayuda a demostrar que tanto qumranitas como cristianos eran grupos judíos que pertenecían a una misma realidad histórica, social, política y religiosa" con una corriente en común: "la tradición bíblica y profética del Israel antiguo", cierra el especialista con su creencia permanente en el libro, el don de la palabra y la comunicación a pesar de estos tiempos cargados de violencia, sinrazón y desencuentro entre los hombres.

CHAGALL EN ISRAEL

Somos nebulosos; es nuestro mal
Marc Chagall


 La tensa situación en Israel ha provocado que sus museos tengan un escaso intercambio de obra con sus similares en el mundo. La exposición Chagall en Israel es un buen ejemplo de esa condición pues se alimenta de piezas procedentes de coleccionistas privados del país, de museos regionales y de aquellas obras usualmente embodegadas. Pinturas, dibujos, fotografías y correspondencia; bocetos para vitrales, escenografías teatrales, preparación de murales, tapices y mosaicos integran la retrospectiva en el Museo de Israel que revela la especial relación del pintor de Vitebsk con la Biblia, la escritura hebrea y la tradición judía.

En su autobiografía Ma vie, Marc Chagall (1887-1985) relata la rutina de su padre al levantarse a diario a las seis de la mañana para acudir a la sinagoga. Esa fue una influencia primera en su vida y obra, reflejada en el conjunto de piezas donde abundan los rabinos leyendo la Torá, escenas bíblicas y paisajes con el Muro de las Lamentaciones como interés primordial, si bien Chagall nunca se abocó a hacer una ilustración del jasidismo.

De familia judía ortodoxa (jasídicos, religiosos con raíces místicas), quiso ser cantante, violinista y bailarín, pero optó por la pintura y transgredió la prohibición de representar la figura humana (con valor de dogma para los ortodoxos). Fue así que la danza y la música ocuparon buena parte de su paleta de la misma manera que las representaciones circenses y las parejas de amantes imbuidos en una especie de "realismo mágico". Montada entonces por temas, la exposición presenta en la primera etapa varios autorretratos, el más añejo de 1907, cuando tenía veinte años; otros son Autorretrato con Palette (1917), Autorretrato con Grimace (1911), Estudios de la soledad (1933), El viejo rabino leyendo la Torá (1914), Amantes y luna (1927), entre óleos, aguatintas, acuarelas y dibujos.

El tema de la Biblia atrapó a Chagall desde joven. "Yo no veía La Biblia, la soñaba", solía decir, así que en 1930 viajó por primera vez a Haifa, Tel Aviv y Jerusalén para empaparse de aquellos paisajes y luz donde se había originado el llamado "libro de los libros"; también pintó sinagogas e inició una serie de aguafuertes sobre la Biblia a petición del editor francés Ambroise Vollard (realizados entre 1931 y 1956). "Desde muy joven me cautivó la Biblia. Siempre me pareció y me sigue pareciendo que es la fuente poética más grande de todos los tiempos. Desde entonces busqué ese reflejo en la vida y en el arte. La Biblia es como una resonancia de la naturaleza y yo he intentado transmitir este secreto". No sólo en grabado sino en pinturas y tapices Chagall ilustra la historia de Moisés, el éxodo del pueblo hebreo y la vida de otros profetas del Antiguo Testamento.

El dibujo, ese otro oficio ejemplar en Chagall, está de manifiesto en temas religiosos, el circo, los animales, las flores y los amantes. Además, del pintor formado entre Rusia, Francia y Estados Unidos se muestran ejemplos de su tarea en las artes escénicas, donde sus vestuarios y escenografías revolucionaron el espacio teatral. Aleko (presentada en México en 1942), El pájaro de fuego (Nueva York, 1950), Dafnis y Cloe (París, 1959) y La flauta mágica (Nueva York, 1967) son algunas de las obras en las que depositó su genio. Para el especialista Pierre Schneider, la obra "más extrovertida, social y jubilosa" de Chagall en este rubro fue la decoración para el Teatro de Arte Judío (Moscú), donde rinde un homenaje a la cultura judía y a su placer por la música y el baile. Violinistas, rabinos, comediantes, copistas de la Torá y otros personajes conviven en una rica composición en movimiento.

Durante sus posteriores viajes a Israel (1951, 1957, 1962 y 1968), el artista realiza exposiciones, crea vitrales en sinagogas y varias obras para el Nuevo Parlamento israelí (Knesset) en Jerusalén: el mosaico mural El muro de las lamentaciones y los tapices con La profecía de Isaías, El éxodo y La entrada a Jerusalén. De todo ello hay ejemplos en la muestra que ocupa temporalmente el Museo de Israel, mediante bocetos y fotografías.

DE DANZA Y KIBBUTZIM

En Israel, cerca del nueve por ciento de la población vive en áreas rurales, en aldeas, y en dos marcos cooperativos singulares: el kibbutz y el moshav, que se desarrollaron a comienzos del siglo xx. El kibbutz es una unidad social y económica autosuficiente en la que las decisiones son adoptadas por una asamblea general donde todos votan. Los medios de producción son de pertenencia comunal y sus integrantes pueden sumar entre dos mil y veinte mil personas. Actualmente cerca de dos por ciento de la población en Israel vive en 270 kibbutz convertidos en la columna vertebral de la agricultura israelí ya que producen treinta y tres por ciento de los productos de granja en el país; sin embargo, hoy han ampliado su campo de acción hacia la industria, los servicios y el turismo (sectores por cierto en crisis).

Uno de esos kibbutz está en Ga’aton, al norte de Israel y a pocos kilómetros de la frontera con Líbano. Allí, además de la vida comunitaria se desarrolla el baile. Sirve como sede a la Compañía Kibutziana de Danza Contemporánea, cuyo director artístico es Rami Be’er.

"Una forma de luchar contra las dificultades es hacer nuestro trabajo creativo. Tratamos de vivir en paz con nuestros vecinos y con nosotros mismos", advierte el coreógrafo y bailarín que se unió a la compañía desde 1980. El grupo de treinta y cuatro bailarines tiene una larga lista de presentaciones en España, Alemania, Venezuela, Polonia y Suiza. Este 2003 viajará a Colombia, Chile y Brasil. Algunos integrantes (no mayores de treinta y cinco años) viven en el kibbutz y otros se trasladan desde ciudades como Haifa, Tel Aviv o Jerusalén. Hace unos años el estudio estuvo a punto de cerrar pero han persistido y hoy pueden financiar su trabajo en dos terceras partes gracias a giras locales e internacionales.

Aide memoire (Ayuda memoria, estuvo en México dentro del Festival Internacional Cervantino de 1998), Al pi Tehom (Al borde del abismo) y Screen saver (Protector de pantalla) son algunas de las coreografías de Rami Be’er presentadas con éxito en Europa, América Latina y Estados Unidos. Son homenajes a los sobrevivientes del holocausto, llamados de atención contra el racismo y por la paz que nunca se convierten en obvias referencias ideológicas o propagandísticas sino en alegorías creativas marcadas por el manejo de la luz, la música y el movimiento.

También ligado al grupo, dice con cierto aire desangelado Dan Rudolf, gerente general de la compañía quien nació en Argentina, creció en Chile pero que vive desde 1954 en el Kibbutz Amir, al norte de Israel: "Hoy las necesidades del colectivismo están terminando. Yo llegué de joven al kibbutz y éste era un proyecto ideal que hizo aportes esenciales en la creación del Estado de Israel. Ahora el país cambió y siento un poco de ingratitud por parte de la sociedad para con nosotros. Dependemos del mundo, es cierto, y sin embargo permanecemos aquí, construyendo la paz a partir de la danza."

Otro kibbutz es el Ein Guev, junto al Mar de Galilea, donde Muki Tzur es educador sobre la historia del sionismo. El principal ingreso de la cooperativa proviene del turismo gracias a un hotel y restaurante que manejan, pero esa entrada hoy está casi paralizada por la ausencia de visitantes. Con sentido del humor, Tzur indica que "después de noventa años, el kibbutz es todavía un ensayo" pues "todo el tiempo estamos reflexionando qué pasa con nuestra forma de vida colectiva" frente al resto de la sociedad. "Muchos predicen que el kibbutz está perdido pero eso se dice desde que nació en 1910", y explica que allí no hay ropa ni ducha comunal aunque sí se comparten automóviles, se distribuyen presupuestos familiares y gastos educativos, como el que asignan a cada niño cuando recibe formación en el propio kibbutz durante doce años y, en algunos casos, lo apoyan tres años más para ingresar a una universidad externa.

Así, la educación, los sistemas productivos, el manejo de gastos familiares, pago de impuestos al Estado y la democracia en la toma de decisiones son aspectos más o menos atendidos. Pero Tzur acepta que "el asunto primordial que enfrentamos es el problema humano. ¿Cómo continuar integrados y propositivos en colectividad sin contagiarnos de las enfermedades de la sociedad, donde tal vez los lemas de
libertad e igualdad estén salvados pero del de la fraternidad todos se olvidaron?"

Admite que los jóvenes son su principal reto ya que muchos no retornan luego de hacer su servicio militar fuera del kibbutz. "Una cosa que no hicimos fue que nuestros hijos decidieran por ellos mismos. Ahora somos conscientes que deben estudiar, conocer el gran mundo y elegir. Algunos deciden irse pero otros regresan o crean otro kibbutz." Explica que en general dentro de los grupos se establecen relaciones interpersonales profundas y de convivencia en base a una ideología de izquierda –"en la derecha no existe un ideal de cooperación"– y siempre bajo el marco legal israelí. "Si alguien comete un asesinato llamamos a la policía y cuando tenemos algún otro tipo de problema contamos con comités para todo", se carcajea Tzur, pues está cierto de que "para vivir en el kibbutz se requiere de humor" a cada instante.

HAIFA Y LA COEXISTENCIA
ÁRABE-ISRAELÍ

Las calles de Haifa están colmadas de arte. De los cables públicos cuelgan peces y bicicletas; un poste de luz se viste de poemas árabes y una pared muestra átomos, células y espermas que darán origen a un ser humano; por allá una ventana resguarda ningún sitio y en un semáforo, inservible a primera vista, el rojo dice "don’t love" mientras el verde revela la otra cara del corazón tan lejana aquí y en el mundo: "love".

Es el área Wadi Nisnas, donde callejuelas y galerías celebran la "Fiesta de las fiestas" (festival Hanukah-Navidad-Ramadan, de diciembre a enero) que esta vez tiene como tema el Mediterráneo y el caballo. Así, en una ciudad que deviene menos tensa que Tel Aviv o Jerusalén, sus "caminos de coexistencia" distribuyen esculturas, murales, fotografías e instalaciones; poesías de Emile Habiby y Sammy Michael.

Haifa se localiza sobre la costa del Mediterráneo, al norte de Israel y en las laderas del Monte Carmelo. Está construida en tres niveles topográficos: la ciudad baja tiene las instalaciones portuarias y es el centro comercial y de intercambio, con vivienda pobre; la parte media es la antigua zona residencial y el nivel más alto se forma por los barrios modernos y hoteles de lujo.

En tanto Tel Aviv es la ciudad que "se divierte" y a Jerusalén se le considera "la estudiosa", Haifa es "la roja y la trabajadora". También es un espacio más secular, laico y "de convivencia" entre árabes y judíos, cristianos y musulmanes, donde se habla tanto hebreo como árabe. Aquí, de una población de 266 mil habitantes, 35 mil son árabes.

"¿Por qué es posible que en Haifa hablemos de un lugar de coexistencia pacífica? Pues porque aquí no estuvieron ni Jesús ni Moisés ni Mahoma", dice con desenfado Mordechai Peri, profesor árabe y director del Centro Cultural de Coexistencia Árabe-Judío Beit Hagefen. Él, junto con trece miembros más (siete son judíos y siete árabes), programa las actividades de esta institución no lucrativa que apuesta por la educación como vía hacia la coexistencia y la tolerancia. Si bien Peri acepta que antes de la Intifada "creía que lo principal para hacer posible la coexistencia era la política, hoy cada vez estoy más convencido que la educación y la cultura son lo primordial" para alcanzar la paz.

El Beit Hagefen fue establecido en 1963 con el propósito de reunir a árabes y judíos a través de la actividad comunitaria y cultural. Recibe dos millones de dólares anuales de presupuesto para su programa que contempla festivales, un mes de cultura árabe, un encuentro teatral árabe (presentado además en algunas ciudades bajo la tutela de la Autoridad Palestina), una biblioteca infantil con temas arábigos, cursos de árabe y hebreo, una galería de arte y un jardín de esculturas donde han colaborado artistas palestinos.

Más allá de la creatividad diseminada en los callejones haifanos, aquí se encuentra otro prodigio natural que transformó al Monte Carmelo: los jardines y terrazas bahái.

Inaugurados en mayo de 2001, son sitio de peregrinaje sagrado para los miembros de la fe bahaíta. Se trata de diecinueve jardines escalonados que honran la memoria del Bab (fundador de esa religión) y sus dieciocho discípulos. Las terrazas están diseñadas en nueve círculos concéntricos y se extienden un kilómetro por la montaña hasta alcanzar una altura de 225 metros y un paisaje de sesenta a cuatrocientos metros de ancho. El diseñador es el arquitecto Fariborz Sahba, canadiense oriundo de Irán y miembro de Bahái. Algunos los consideran "la octava maravilla del mundo" y con razón. Además de la tumba en granito rosado y azulejo, resplandecen las fuentes, arroyos, piscinas en forma de diamante y el verde en todas sus tonalidades con trescientas especies vegetales entre cactos, olivos, salvia y romero; también hay pensamientos, jacarandas, petunias y buganvilias que atraen a turistas regionales y del mundo. Aquel primer año de apertura convidó a un millón de visitantes y hoy continúa como uno de los principales atractivos de la ciudad.

Bahái es una religión monoteísta independiente fundada en Persia a mediados del siglo xix que hoy cuenta con seis millones de fieles dispersos en 230 países. La idea central es que la humanidad es una sola raza y ha llegado el momento de unificarla en una sociedad global. Condena toda forma de prejuicio y persecución; predica la igualdad entre los sexos, la educación universal obligatoria y la eliminación de la pobreza y la riqueza extremas. La religión bahaíta no tiene clero y administra sus asuntos a través de consejos elegidos a nivel local, nacional e internacional. El ente de gobierno es la Casa Universal de la Justicia, con sede en el Centro Bahái Mundial en Haifa.

EL CINE: UN TERMÓMETRO VIVO

Casi ninguna parte del planeta se salva del éxito de las telenovelas; Israel tampoco. La colombiana Betty la fea causó sensación allá en los últimos dos años y el melodrama en series en televisión le ha ganado la partida a otras propuestas en la pantalla grande entre el público israelí. Tal vez influyan los problemas de comercialización o la situación política, pero lo cierto es que "poca gente israelí va a ver cine israelí" mientras, en contraparte, "hay un boom de lo audiovisual" y ha aumentado el interés de los jóvenes en estudiar y hacer cine.

Este es la rápida radiografía que Tzvi Tal hace de este quehacer en la actualidad. Nació en Argentina y es profesor del Departamento de Cinematografía de la Facultad de Arte de la Universidad de Tel Aviv. Doctorado en teoría cinematográfica y en la relación que guardan el cine y la colonización política y cultural, comenta que, luego de la crisis que vivió el sector hace un par de años por supresiones de la subvención estatal, hoy vive cierto florecimiento en su interés por ser "testigo de los sucesos sociales" y un "termómetro vivo y actualizado de los cambios". Acepta que "como en toda cultura, el tema histórico es asunto candente", mientras el holocausto ya "no es enfoque central" entre los jóvenes que en ese departamento suman ochocientos estudiantes y lo convierten en el más numeroso de la región.

Explica que en estos tiempos los cineastas y alumnos están ligados a obras de corte realista que abordan un futuro nexo (israelí-árabe) sin final feliz, pero no deja de haber ejemplos de todo orden, como cuando se realizó el cine heroico y nacionalista de los años sesenta; las creaciones individualistas de los setenta y su posterior transformación en un cine politizado hacia el encuentro con los palestinos, o un cine étnico que ha bordado en la integración cultural dentro de este crisol de diásporas que es Israel.

Con todo, Tzvi Tal reafirma que la mayoría de los creadores "están alineados con posiciones humanistas, de izquierda, y no han cortado su vínculo con los palestinos. El pueblo israelí no es automáticamente contra-palestino y en el terreno artístico se viven más cambios a nivel ideológico que en el ámbito de la política."

Cuestionado sobre la práctica de "censura previa" que ejercitan las autoridades israelíes sobre las películas, Tzvi Tal justifica que "no es la mejor salida pero eso ha logrado sacar una producción estable y con variación de temas y géneros. Preferimos eso a un cine vulgar", concluye mientras recordamos un reciente caso lejano de la vulgaridad pero sí próximo a una postura política pro palestina, como fue la prohibición para exhibir el documental Jenin, Jenin, del autor árabe-israelí Mohammed Bakri bajo el argumento de que "es unilateral y ofende seriamente los sentimientos del público". Y es que el realizador entrevistó a los sobrevivientes palestinos de la acción militar israelí en un campo de refugiados de Jenin donde murieron cincuenta palestinos y veintitrés israelíes, además de que fueron destruidas más de cien viviendas en abril de 2002 (La Jornada, 12/xii/02).

Así, mientras los cineastas se miran a sí mismos con ojo complaciente o crítico, con censura y sin ella, alistando los tambores de guerra o un soplo de paz, desde fuera otros ojos siguen interesados en ese pedazo del Medio Oriente. Recientemente ya vimos el entrañable documental Promises, de Carlos Bolado, B. Z. Goldberg y Justine Shapiro, donde niños palestinos e israelíes no se salvan del rencor que han aprehendido en su entorno; ya circula la más reciente versión de Roman Polanski sobre el holocausto en El pianista, y el cineasta chileno Miguel Littin prepara el rodaje de su película sobre este universo en conflicto. Le importa porque en Palestina "se está jugando el destino de la condición humana" –ha dicho en recientes entrevistas– y no acierta a entender por qué desde el punto de vista de la razón y de la justicia humana dos pueblos no pueden convivir en paz.

DE AMOR Y ODIO:
DOS MUSEOS PARA NO OLVIDAR

Son dos espacios distantes en sus contenidos y en su extensión. Uno refleja la pasión por el arte y el otro el horror del odio que lleva a la aniquilación. Sin embargo, ambos sirven de testimonio que nos ayudará a no olvidar. Una es la Casa Ticho y el otro es el Museo Yad Vashem, ambos en Jerusalén.

De amor. Estrechamente ligada a la fisonomía de la ciudad de Jerusalén desde hace 120 años, la Casa Ticho es un espacio sobrio y luminoso que refleja no sólo la generosidad de Anna Ticho –la mujer que transformó su hogar en un centro cultural desde 1984– sino que pone de manifiesto la capacidad creadora de esta pintora para retratar rostros y paisajes de Jerusalén.

En el inmueble con reminiscencias árabes, desde el siglo xix se conservan los objetos, documentos y obra artística de los esposos Anna y Albert Ticho; sirve además como espacio para conciertos, cuenta con biblioteca y un restaurante en medio de amplios jardines.

Su primer propietario fue el constructor árabe Haj Aga Rashid y entre sus ocupantes estuvo el anticuario Wilhelm Moses Shapira, famoso luego de un fraude y escándalo cuando en 1883 quiso vender al Museo Británico varios supuestos manuscritos hebreos por la friolera de un millón de libras esterlinas.

Albert Ticho (1883-1960), oftalmólogo checo formado en Praga y Viena, se casó con Anna en 1912, se instaló en Jerusalén y compró la casa en 1924, tras realizar viajes por Siria y Líbano. La casa le sirvió de hospital oftalmológico y al mismo tiempo fue espacio de bohemia para tertulias con los escritores, cirujanos, pintores y maestros de la época, así como buen número de judíos que llegaba de Alemania y otros países ante la persecución nazi.

También coleccionistas, los esposos reunieron alrededor de 150 lámparas de hanukkah, procedentes de Italia, Holanda, Alemania, Polonia, Grecia y Checoslovaquia, entre otros, distribuidas en museos israelíes y una treintena mostrada en la Casa Ticho de forma permanente.

Por lo que toca a la pintora austriaca (1894-1980), empezó a dibujar a los doce años en Viena y se empapó del arte de Durero, Klimt, Schiele, Kokoschka y Brueghel que veía en los museos. Cuando llegó a Jerusalén se impresionó con las colinas, los hermosos árboles de olivo y "la sensación de eternidad y silencio" que luego de mucho tiempo pudo plasmar en dibujos, pasteles y acuarelas.

No asimilada a la escuela artística local, su camino creativo fue difícil y lento, con más claras influencias de los artistas europeos que de la Escuela Bezalel. Además de los paisajes de la Vieja Ciudad de Jerusalén, Jericó y el Tiberiades, Anna se interesó en el cuerpo humano y creó retratos con énfasis en los rostros y los gestos de ancianos y mujeres. Además se afanó en plasmar el escenario rocoso y la vegetación de las colinas de Judea en largos espacios de papel; otro tanto hizo con sus visiones del Mar Muerto y el desierto de Neguev.

Hoy Anna Ticho es una de las pintoras más reconocidas en Israel. En 1980, poco antes de su muerte, recibió el Premio de Pintura que otorgan en ese país y su casa, ésa que ocupó por cincuenta años, continúa como espacio de cultura y arte que alimenta la calma en pleno centro de Jerusalén.

De odio. Es un pasaje ensombrecido y sin embargo luminoso donde cientos de veladoras se reflejan en los espejos junto a rostros de niños tristes y atentos. A nuestro paso, algunas voces recuerdan nombres, orígenes y edades de infantes que ya no existen más porque los mató la sin razón del odio hace sesenta años. Es el memorial a un millón y medio de pequeños menores de catorce años, asesinados por los nazis durante el holocausto: el espacio más sobrecogedor del Museo Yad Vashem en Jerusalén.

Abraham y Edita Speigel querían hacer un homenaje a Uziel, su hijo muerto en Auschwitz en 1944, pero como no estaba permitido hacer recordatorios personales, los donadores decidieron dedicar el espacio a todos los niños asesinados. Moshe Safdie es el arquitecto que diseñó el santuario al que se suman otras obras de arte diseminadas en los jardines: una escultura en madera de Boris Saktsier; el "Pilar del Heroísmo" hecho en concreto y acero inoxidable por Buki Schwartz a fin de homenajear la resistencia judía ante la masacre; la pieza en bronce de Nandor Glid con cuerpos torcidos rememorando a las víctimas en los campos de exterminio y, de manera central, el candelabro Yad Vashem realizado por Zohara Schatz con seis pilares por los seis millones de judíos muertos el siglo pasado por los nazis.

Si bien parte central del Yad Vashem es este memorial y su museo histórico, también cuenta con una amplia superficie donde están una galería de arte, el Salón de los Nombres, la Avenida de los Gentiles Justos, un archivo, una sala central con el recuerdo de los campos de exterminio y el Valle de las Comunidades Exterminadas.

Maquinaria pesada, gigantescas plumas y cientos de trabajadores son prueba de las labores de expansión "Yad Vashem 2001", iniciadas aquel año y que planean concluir en el verano de 2004. La idea es el mejoramiento de seis áreas fundamentales del conjunto: la Escuela Internacional de Estudios del Holocausto, la biblioteca y archivo, el Instituto de Investigación del Holocausto, el Museo, el complejo arquitectónico de la entrada y el área de cómputo. Si bien el plan comenzó hace dos años, se había planteado desde 1993 para adaptarse al enorme crecimiento del número de visitantes –de un millón cien mil personas en 1995 a dos millones en el 2000- y para recordar de una manera más actualizada el holocausto en este nuevo milenio marcado por la revolución de las comunicaciones.

Con diseño de Moshe Safdie, el futuro conjunto mantendrá el actual nexo arquitectura-naturaleza pero triplicará el área del Museo Histórico a tres mil metros cuadrados con su recuento cronológico de los sucesos entre 1933 y 1945; mejorará las instalaciones y el servicio de su biblioteca y archivo que cuenta con 87 mil títulos de libros y cien mil fotografías sobre el holocausto. Asimismo, en el nuevo Salón de los Nombres se incluirán los 3.2 millones de nombres de judíos registrados por el Yad Vashem como víctimas del nazismo.

Se mantendrá por supuesto el conjunto de árboles en la Avenida de los Justos de las Naciones para continuar recordando a aquellos no judíos que arriesgaron su vida para ayudar a los perseguidos. Allí están las placas de Oskar Schindler (célebre por Steven Spielberg y su película La lista de Schindler), Raoul Wallenberg y Sempo Sugihara, entre otros, de una amplia cuenta que suma cerca de seis mil personajes consignados por su solidaridad.

Así, árboles, esculturas, documentos y fotografías permanecerán como testimonio vivo de lo que sucedió hace sesenta años en el mundo pero que puede volver a ocurrir…o ya está ocurriendo con otros tintes y alcances. Que el Yad Vashem sirva para no olvidar que entre israelíes, palestinos, estadunidenses, iraquíes, británicos, mexicanos, españoles, brasileños y habitantes del mundo entero está latente el desastre por la sinrazón del poder y el odio hacia quienes son diferentes.