La Jornada Semanal,   domingo 23 de marzo del 2003        núm. 420
Abraham B. Yehoshúa

No renunciar al sueño de la paz

 

¿Pero habrá alguien que nos
recuerde dentro de mil años?
A.B. Yehoshúa, Viaje al fin del milenio

 Nacido en Jerusalén en 1936, Abraham B. Yehoshúa es uno de los escritores israelíes más conocidos en el mundo y con más traducciones en su producción que suma quince libros: La muerte del anciano (1962), Frente a los bosques (1968), Nueve cuentos (1971), El amante (1977), Divorcio tardío (1982), El señor Mani (1990) y Viaje al fin del milenio (1997), entre otras novelas y relatos cortos. También dramaturgo y ensayista, en 1995 recibió el Premio Israel de Literatura. Actualmente es maestro en el Departamento de Literatura Comparada en la Universidad de Haifa. Su defensa del sionismo, la urgencia de establecer fronteras en la zona de conflicto con los palestinos, la crisis de la cultura en Israel y duros juicios sobre la literatura latinoamericana formaron parte de una charla colectiva que, traducida del hebreo, se resume aquí a manera de testimonio.
ANGÉLICA ABELLEYRA

 Desde 1967 vivimos épocas muy difíciles en Israel. Personalmente experimenté varias crisis en el aspecto material pero no recuerdo una época en que hubiésemos estado tan deprimidos como ahora. El sionismo en esencia ha sido un movimiento positivo porque concibe una obra épica, sacar al judío de la diáspora y traerlo a su casa para hacerlo responsable de su propia realidad. Y es un acto moral hacer al hombre responsable de su destino. Todo el tiempo supimos que la paz y la convivencia con los árabes ocurrirían finalmente como un proceso largo y difícil, pero creímos que ellos aceptarían que a nosotros también nos corresponde vivir en Israel.

La literatura y la cultura han abordado la resistencia árabe al movimiento sionista pero también consideraron que los árabes aceptarían la existencia de los judíos en Israel. Así, después de tantos conflictos, guerras y batallas se empezaron a vislumbrar signos de paz. Tuvimos paz con Egipto, con Jordania
y hasta en el corazón mismo del conflicto con los palestinos comenzamos a estrecharnos las manos, a hacer planes en común y a pensar en un futuro de convivencia.

Hace dos años sentimos que podíamos palpar la paz pero de repente vino la reacción violenta de los palestinos que no sólo nosotros no podíamos comprender, sino que los mismos palestinos no entendieron de dónde les surgió. No es casual que esta dimensión casi suicida de los palestinos haya conducido al terror; eso que nos deprime tanto ahora.

La dimensión irracional que conocemos en la literatura latinoamericana, con ejemplos en Gabriel García Márquez y otros autores, que nos atrae y nos parece tan envolvente, no es la misma sensación en la política de todos los días. Cuando la irracionalidad llega a la política cotidiana nos atemoriza y se acrecienta por el recuerdo de la irracionalidad nazi de hace cincuenta años que casi terminó con nosotros. Por eso la literatura, el arte y el cine que hace treinta cinco años eran precursores de la bandera de la paz, hoy se encuentran en una crisis terrible frente a la realidad.

Sobre esta crisis profunda hay dos opciones: el escapismo, una reacción traducida en obras sin relación con la realidad sino con asuntos personales y profundos como si uno quisiera hundirse en uno mismo sin querer saber lo que pasa afuera; la segunda opción es de aquellos que quieren ver cómo su situación individual, psicológica y familiar puede unirse al acontecer exterior.

Mi solución política particular –y estoy contento de que muchos piensen como yo– es no renunciar al sueño de la paz con los palestinos y buscar la separación en una frontera. El problema más grave entre los israelíes y los palestinos es la falta de fronteras. Vivimos con los palestinos sin ellas, entramos en ellos y ellos entran en nosotros. El concepto de la posibilidad de vivir sin fronteras es un concepto intrínsecamente judío. Y ser sionista es vivir dentro de fronteras claras, como cualquier país en el mundo. Ahora pagamos el precio de no tener fronteras con los palestinos. Lo que hay que hacer es una frontera, aunque sea unilateral, y sacar los asentamientos que les son dolorosos a los palestinos.

La frontera es un sujeto literario y cultural. Y si tuviera que proponer un tema a la cabeza de la cultura sería el de las fronteras. Me ha interesado ocuparme de ellas. Durante mucho tiempo escribí cuentos breves y pensé que sólo cuando llegara a los cuarenta años estaría lo suficientemente maduro para
escribir una novela. El amante y Divorcio tardío estuvieron influenciadas por Faulkner (el escritor más importante del siglo pasado). Son monólogos multivocales donde cada personaje expresa sus sentimientos. Pienso que la realidad israelí es tan compleja que no se podía expresar por una sola voz. Más tarde, sentí que la realidad presente no era suficiente y me amplié hacia el pasado, hacia la historia que me ayudara a comprender el presente.

La literatura israelí fue por mucho tiempo literatura del presente pues la dimensión histórica falta en el judío. Éste se maneja con mitos y no con historia. Ante esa realidad escribí mi novela más importante, El señor Mani, compuesta por cinco diálogos fechados entre 1848 y 1982. En cada diálogo hay un señor Mani que pertenece a la misma familia que conversa con otra persona sobre los sucesos de un determinado periodo. El proceso es analítico: ver los problemas del presente y buscar sus raíces en el pasado. Luego escribí otras novelas que hablan del presente como El regreso de la India, y posteriormente me introduje en el tiempo histórico y relaté Viaje al fin del milenio centrado en el conflicto de dos comunidades judías en la Edad Media sobre el problema de la bigamia.

Este Viaje..., última novela que terminé antes del comienzo de la segunda Intifada, se ocupa de las relaciones entre judíos y árabes pues otro tema que me preocupa es el límite entre la cultura oriental y occidental. Yo mismo soy de una familia oriental, mi madre es de Marruecos y mi padre de origen judío sefardí, pero mi cultura es occidental. Por eso me interesa la línea, el límite, nuevamente la frontera.

Por supuesto que hay influencia de lo árabe en lo israelí. Cincuenta por ciento de la población judía es originaria de países árabes. El gran problema hoy es la cultura árabe en sí. Una forma de ver el mundo tan esplendorosa en el pasado, con una filosofía, una ciencia y una poesía de las más desarrolladas del mundo, en los últimos años es como una gran maquinaria, fuerte y poderosa pero que no trabaja más. Todos los países pueden desarrollarse hacia una democracia: los chinos, los tailandeses, todo el mundo... menos los árabes. Muchas obras árabes son traducidas al hebreo pero son muy pocas las obras en hebreo que han sido traducidas al árabe. Hoy, lo que me preocupa mucho es el odio de los intelectuales árabes en Egipto y en Jordania contra los israelíes y contra Israel.

Con respecto a la literatura latinoamericana debo decir que fue muy atractiva para el mundo. Un ejemplo lo tenemos en Meir Shalev quien, si García Márquez no hubiera publicado Cien años de soledad, Shalev ni siquiera hubiese comenzado a escribir. En lo que a mí respecta me gustan mucho las obras procedentes de América Latina. Sin embargo el problema con la literatura latinoamericana es que la cuestión ética, moral, no está del todo resuelta. Y es que la cuestión ética le da altura a la literatura. Si alguien me hubiera pedido mis diez novelas del siglo xx, hablaría de gran parte las obras surgidas en la primera mitad de la centuria pasada: Joyce, Kafka, Thomas Mann, Virginia Woolf, Proust... pero no creo que escogería a Phillip Roth o a Gabriel García Márquez (aunque es enorme mi amor por él) porque estoy convencido que los primeros autores tenían un compromiso moral que le da altura a su obra literaria.

Para abundar en esto, publiqué un libro –no está traducido al español– en el cual analizo nueve obras literarias desde el punto de vista ético. Ahí está El marido eterno, de Dostoievski o Una rosa para Emily, de Faulkner, donde descubrí cosas nuevas observándolas sólo desde el punto de vista ético. La literatura es un laboratorio fenomenal para discutir problemas éticos del que la realidad no dispone y tiene que despertar dilemas y problemas morales.

Pausa al testimonio. La alusión a la ética y la moral en la literatura latinoamericana enciende los ánimos de los periodistas. Yehoshúa ríe, provocador; abunda en su juicio pero prefiere lanzar una disculpa al final de la charla.

Debo decir que no soy experto en la literatura latinoamericana. Me gustó mucho La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, porque allí hay una dimensión ética que no veo en sus libros más tardíos, pero sería irrisorio que me ponga a analizarla frente a ustedes. Sólo he leído unos treinta libros de escritores latinoamericanos pero si consideran que los ofendí, me retracto.

Yehoshúa se inquieta y los periodistas también. Dice que le agradan los debates literarios pero admite que no puede establecer una discusión fluida con sus interlocutores cuando existe una traducción de por medio, máxime cuando en ocasiones el discurso es resumido al extremo. Por eso concluye el encuentro con un tópico recurrente: el holocausto en la literatura.

El holocausto es un tema candente que permanece en la conciencia nacional; cada vez es más popular y requerido. Primo Levi, Imre Kertész eran judíos en la diáspora que estaban asimilados y el holocausto les cayó tan encima que les generó un shock total, sin poder salir de él. Mientras en Israel quisimos transformar el tema en un pozo de energía positiva para seguir adelante, los autores fuera del país se quedaron en el shock, en la ofensa y por tanto en una falta de comprensión del proceso. Por eso en otros países están fuertes. Resumo y termino: el tema del holocausto da tanto temor porque existe en Israel el miedo de que pueda ocurrir una segunda vez.

Vehemente, enérgico, Abraham B. Yehoshúa concluye su dicho. No ofrece ninguna posibilidad de debate. Lejos quedó la esencia de humor y misterio que revela en su obra escrita. Da las gracias y se retira ante periodistas un tanto insatisfechos porque el novelista, como en su más reciente título traducido al español (Viaje al fin del milenio, Siruela, 1999), no establece diálogos sino una sola voz que desgrana historias.