Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de marzo de 2003
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Política
VIENTOS DE GUERRA

Euforia popular en la capital de la República durante la segunda megamarcha por la paz

Miles de personas repudian los planes bélicos de Estados Unidos

"Vivimos un momento monstruoso": Monsiváis El acto devino en kermés de la sociedad civil

JAIME AVILES

La ciudad más poblada del mundo produjo ayer, paradójicamente, una de las manifestaciones más pequeñas en el contexto de la segunda megamarcha mundial contra la guerra que Estados Unidos y Gran Bretaña están a punto de iniciar contra Irak. Unas 15 mil personas, en su gran mayoría jóvenes universitarios, caminaron desde el Zócalo hasta la glorieta del Angel, donde el acto político se transformó en agradable kermés de la sociedad civil.

Pero antes de que tal sucediera, tomaron la palabra Carlos Monsiváis, quien dijo que "vivimos un momento monstruoso y a la vez estimulante", en tanto que don Samuel Ruiz leyó un mensaje más bien parco.

En cambio, eufórica, la gente invadió los prados y escalinatas del monumento porfiriano que glorifica el ideal de la independencia y colocó decenas de carteles y mensajes en las vallas de alambre dispuestas por la policía en torno de ese redondel y frente a la embajada estadunidense, custodiada esta vez por granaderos forrados de cascos, escudos y toletes, y no por elementos del cuerpo femenil, como en aquel cercano entonces.

"Fox: te operaron de la columna, no de los güevos. ¡No a la guerra!", decía una cartulina. Otra en italiano repetía: "Si a la pace, no alla guerra". Varias exigían en inglés: "No war!". Un dazibao ("periódico mural", en lengua china) de la Liga Espartaco recomendaba con gravedad geopolítica: "Defendamos el derecho de Corea del Norte a tener armas nucleares". Y un letrero insólito, sobre fondo rosa mexicano, pedía sin cortapisas: "Liberen a Gloria Trevi".

¿Dónde quedaron los sindicatos?

Atraída por el festival pacifista que consumió buena parte de la mañana en el escándalo infernal del Zócalo -en el que participaron los grupos Salón Victoria, Real de Catorce y Barro Rojo- hacia las cuatro de la tarde, hora señalada para partir hacia la cita con el resto de los pueblos del mundo, la gente no daba la impresión de ser una considerable muchedumbre. Había contingentes, claro está, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, grupos dispersos de esa y de otras escuelas, una pequeña comitiva de las Comunidades Eclesiales de Base, y palomillas espontáneas de jóvenes y más jóvenes con las pancartas más disímbolas, improvisadas en el último minuto.

Una muchacha bien proletas sostenía una escoba entre cuyos popotes insertó un papel que gritaba con letras de plumón rojo trazadas temblorosamente: "No a la guerra, sí a la paz". Esa consigna vibraba en los pechos y espaldas desnudas de algunos mocetones, vestidos sólo con pantalón de mezclilla y botas. Abundaban los miembros de la comunidad punk con máscaras antigás y peinados escultóricos, las chavas darketas con los labios pintados de negro, los seguidores de la causa palestina con sus pañolones como el de Yasser Arafat, pero entre ese derroche de adolescencia no faltaban nutridos grupos de adultos pobres, muy pobres, de las orillas capitalinas.

Poco antes de las 5 de la tarde, cansada de esperarse a sí misma, la gente se puso en movimiento y se fue por Cinco de Mayo, alebrestada por el eco de sus gritos y el suave y dorado brillo del sol. Era frecuente oír esta pregunta: "¿Hay más raza en Reforma?" Y la piadosa mentira que confortaba sin exactitud: "Hay un chingo esperando frente a Bellas Artes".

Sin embargo, la columna vació la angostura de Cinco de Mayo, se desvió en el Eje Central a la derecha, vadeó el pastel de merengue más voluminoso de América Latina, siguió por avenida Hidalgo, entre la Alameda, el museo Franz Mayer y la iglesia de la Santa Vera Cruz, antes de invadir los carriles del Paseo de la Reforma en dirección a Chapultepec, a la altura del estridente monumento a la Cáscara de Plátano, mejor conocido como el Caballito de Sebastián.

Al estirarse sobre la versión mexicana de los Champs Elysées, la procesión comenzó a dejar enormes boquetes entre contingente y contingente, como insinuando que en tales espacios debían estar las mantas y los puños obreros del Sindicato Unico de Trabajadores de la Industria Nuclear y del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, que ayer y anteayer insertaron generosos y entusiastas desplegados en este diario para invitar a la manifestación, a la que, a saber por qué, a fin de cuentas no asistieron.

Antimperialismo por regiones

Era muy notable, por contraste, el elevado número de banderitas de Cuba estampadas sobre papel y pegadas con engrudo en torno de palitos de madera como aquellos que usan los vendedores de algodón de azúcar, así como banderas palestinas y carteles dirigidos a Ariel Sharon y a su principal cómplice, el señor WC Bush.

Una característica común de los símbolos gráficos expuestos a la benévola brisa de la tarde era la esvástica de Adolf Hitler, unida a los nombres de Bush, de Tony Blair y de José María Aznar. La insultante prepotencia de esos tres personajes ha permeado definitivamente la conciencia popular y removido la memoria más antigua que los asocia con los nazis.

"¡De norte a sur, de este a oeste, pararemos esta guerra, cueste lo que cueste!", fue quizá la consigna más gritada, seguida de estas: "¡Bush, ojete, el mundo no es juguete!", "¡Libros sí, bombas no!", "¡El mundo unido jamás será vencido!", en torno de las cuales gemía una pancarta: "¡No maten a Mariana!", aludiendo a una de las mujeres que integran la delegación de escudos humanos mexicanos que se encuentra en Bagdad.

"¡Ya vamos llegando y la embajada está temblando!", coreaban algunos universitarios al pasar ante la glorieta de la palmera de Niza, mientras en la del Angel varias niñas, vestidas de odaliscas, danzaban mostrando el ombligo y arrullando el cuerpo al ritmo de un conjunto de instrumentos musicales arábigos que eran interrumpidos por la voz de una mujer culta que daba clases de historia desde el micrófono:

"Las bombas de Bush destruirán el palacio del rey Nabucodonosor, caerán sobre las ruinas de Babilonia, borrarán todos los vestigios de la cuna de la civilización, matarán a miles y miles de hombres que todos los días van al trabajo, a miles y miles de niños que asisten a las escuelas...", y tras este recordatorio insoportable e inaceptable de lo que está a punto de ocurrir, se reanudaba el agradable bailecito de las odaliscas.

Kermés de la sociedad civil

Poco a poco, a medida que desaparecía el sol y se extinguían los gritos y el entusiasmo, la gente optó por sentarse en el asfalto, organizarse en círculos con el único fin de platicar o caminar en parejas y tríos observándose a sí misma, al tiempo que venidos de la Zona Rosa con ese instinto sin el cual no existirían los comerciantes, los vendedores de chicharrones, de refrescos, de golosinas y de elotes colocaron sus mesitas en los carriles de alta velocidad y aquello, en efecto, se transformó en una kermés de la sociedad civil.

Distraída por las charlas, los encuentros y el cansancio, esta crónica dejó de registrar lo que estaba aconteciendo, hasta que de pronto reparó en que, desde el templete, una voz estaba entonando con acompañamiento de guitarra viejas canciones de Paco Ibáñez y famosas coplas de la guerra civil española adaptadas al escenario iraquí, pero entonces un aplauso se levantó desde todas partes porque se fue la luz y el pobre cantor de nuestros días fue obligado por esa contingencia a dejar de deleitarnos con su persistente desafinación.

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