El predio fue abandonado por los indígenas,
debido a la presión del Ejército Mexicano
Los estadunidenses adquirieron el Esmeralda después
del conflicto armado
La familia Wersch-Jones, por temor, decidió dejar
el rancho, dice un vigilante del inmueble
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Rancho Esmeralda, Chis. 2 de marzo. Mientras espero
en el acceso al nuevo centro de población Nuevo Jerusalén,
un indígena se aproxima y dice: "Tiene usted la autorización
para pasar al rancho, para que vea cómo está. Lo que sabemos
por la gringa es que se cansaron de vivir en ese lugar por temor, y dicen
que van a meter una demanda al gobierno. Ellos solos, por temor, abandonaron,
llevando todas sus cosas".
Hace una pausa y agrega: "La tierra tiene mucha demanda
aquí para sembrar maíz y frijol, y conservar lo que son árboles
altos".
Será el único campesino que hable realmente.
Otro, un hombre mayor y hermético, me acompaña por el poblado,
un caserío de tablas y techo plano de lámina. Aquí
viven unas 300 personas, parte del municipio autónomo Primero de
Enero. La escuela luce un mural colorido, como en tantas otras comunidades
rebeldes de la zona: un arco iris, el sol y la luna, el día y la
noche, flores, niños, milpas, helicópteros militares apuntando,
insurgentes de rostro cubierto, Marcos y Emiliano Zapata, y en el
extremo, como rasgo distintivo, la escala de Toniná, cuyo original
se puede ver desde aquí, en el sitio arqueológico vecino.
Primera constatación: el camino al rancho Esmeralda
atraviesa, por el centro, la comunidad zapatista.
A un kilómetro y medio de la carretera Ocosingo-Toniná
y del cuartel de la 39 Zona Militar, pero a sólo 300 metros de las
últimas casas de Nuevo Jerusalén, el rancho está completamente
abandonado. El portón no tiene candado, sólo pasador.
"Aquí
vas a esperar", dice el hombre, se baja del carro y va a reunirse sobre
el camino con otros tres indígenas. Vuelve y me dice: "Que puedes
entrar tú sólo, y puedes ver". Después desaparece.
Los hombres restantes se aproximan, y me interceptan. Durante unos minutos,
a tirabuzón, logro sacarles monosílabos y frases entrecortadas,
suficientes para confirmar que "con anterioridad" (hace meses), vieron
en estas instalaciones a turistas que hacían prácticas de
tipo militar. Luego se niega a dar más detalles.
Al preguntar el reportero si llegó a este lugar
la caravana de jeeps Izusu (que armó revuelo a su paso por
la selva, a fines de noviembre y principios de diciembre), otro hombre,
sin desmontar de su bicicleta, dice que no. Y luego, que sí.
Aclara: "Vinieron las gentes, pero no sus carros. A la
comunidad venían como simples turistas, con choferes de...
Su tercer compañero lo interrumpe en tzeltal. Discuten
un par de minutos. Luego dice: "Vino a recogerlos un carro de esos de turistas.
Supimos que los llevararon a la Ganadera de Ocosingo, donde dejaron estacionados
sus carros esos que usted dice. Luego ya los vimos pasar, rápido,
para adentro de la selva".
El secretario de Gobierno, Emilio Zebadúa González,
hizo ayer declaraciones, aunque eufemísticas, en un sentido similar.
Según cable de la agencia Notimex, fechado en Tuxtla Gutiérrez,
el funcionario "recordó" (aunque nadie lo había dicho antes)
que el origen del conflicto entre los propietarios y los zapatistas data
de noviembre pasado, cuando ingresó al rancho un grupo de turistas,
la mayoría israelí, "de una empresa ecoturística".
De acuerdo con Zebadúa, el grupo inquietó
a muchas comunidades zapatistas y no zapatistas en Ocosingo, la selva y
en particular los alrededores de Toniná. Estos visitantes, dijo,
"se establecieron en un predio cercano, acamparon, realizaron algunos eventos
que molestaron y afectaron las relaciones entre los zapatistas y los propietarios
del rancho Esmeralda".
Desde entonces, continuó el funcionario, la situación
se ha deteriorado, ya que la comunidad estableció restricciones
al paso de turistas y gente extraña a la región por el camino
que daba al rancho Esmeralda.
La Esmeralda escondida
Más allá de la reja y las cercas de arbustos
que delimitan el predio Esmeralda no se ve más presencia que un
bien formado regimiento de macadamias (árboles nogales que el matrimonio
Wersch-Jones aprendió a cultivar en República Dominicana,
en cuyas montañas radicaron un tiempo como parte de los Peace
Corps, antes de mudarse a Ocosingo). Hay nopales, plantas de ornato,
limoneros y un gran ágave azul. Después, los altos tejados
de dos aguas de las cabañas turísticas.
Los indígenas siguen sin decidirse a permitirme
el paso. Así, continúa la entrecortada conversación,
lo cual me permite averiguar que este rancho "fue tierra recuperada" después
del levantamiento zapatista, igual que Nuevo Jerusalén y otros predios
privados de la región. Pero luego llegó el Ejército
Mexicano a Toniná, y rodeó las tierras que se llamaban de
otro modo, no Esmeralda. Los indígenas se retiraron por la presión
militar. El predio quedó abandonado, y vigilado por los soldados.
Posteriormente llegaron Glenn Wersch y Ellen Jones, y crearon el guest
ranch Esmeralda, que llegaría a ser considerado entre los mejores
de su tipo, según las prestigiosas guías para viajeros de
National Geographic y Lonely Planet.
Los indígenas, quizás hartos de tanta pregunta
mañosa, me permiten ingresar al rancho: "Puedes ver lo que quieras".
Y se retiran.
Más que rancho parece jardín, de lo bien
cuidado. Cuenta con un vivero, una hortaliza, grupos de plantas ornamentales
en torno a las construcciones. No hay presencia humana ni animal, si bien
un anuncio ofrece paseos a caballo y se sabe que había perros guardianes
(watchdogs) y gatos. El conjunto consiste en una decena de cabañas
de madera y tejados estilo alpino, pero con mosquitero, una palapa de palma
para las regaderas, un decoroso grupo de letrinas, un restorán llamado
La Palapa, un taller de carpintería, una cocina, dos casas de ladrillo
(al parecer dormitorios para empleados) y, más al fondo, una casa
de cemento estilo americano, color mamey claro. Destacan las originales
formas curvas, incluso cilíndricas, de sus esquinas, del zaguán
y la herrería en las ventanas. Esta debe ser la casa de los propietarios.
En todo caso es la menos rústica del conjunto.
Algo que reconocen al menos dos antiguos huéspedes
del rancho, consultados por La Jornada, es el buen gusto y la buena
atención. Uno, estadunidense radicado en Chiapas, me confió,
con cierto desagrado, que los trabajadores se dedicaban a actividades absurdas,
como cortar con una máquina el pasto durante horas.
Fuera de lo mencionado, ahora no hay nada. Ni muebles,
ni herramientas, ni basura. Sólo la cocina luce abandonada de última
hora. A través de las ventanas se pueden ver una vajilla colgada,
algunas tazas sobre una mesa en la que hay cubiertos, una "novela" de vaqueros
y un ejemplar de la revista alemana Der Spiegel, en la cual se lee
un gran titular: "Der Bush Krieg" (la guerra de Bush).
Las paredes hablan
En un cobertizo, quizá taller, aparece apoyado
contra un muro el siguiente letrero, pintado con letras azules: "La Escuelita
Cero en Conducta". (Como diría Monsiváis, whatever that
means). Hay una puerta cerrada con candado, "sólo para personal",
dice. En otro muro aparecen dos cuartillas pegadas con diúrex ya
viejo, medio seco, tituladas "Trabajo del rancho en general".
Sigue la enumeración de actividades, que comienzan
por abrir el portón en la mañana, y terminan por cerrarlo
en la noche. Allí se detalla que los empleados deberán limpiar
los cuartos, barrer pasillos, servir los alimentos, recoger los platos,
limpiar las letrinas, alimentar a los perros y los gatos, atender a los
huéspedes en lo que pidan, preparar bebidas y cocteles, cambiar
mantelería si se ensucia, y un etcétera que suma 39 cláusulas.
La cuadragésima y última cláusula
indica: "Cuando no hay nada que hacer o no hay huéspedes, chapear
y limpiar la yerba alrededor de los edificios, limpiar yerba de la hortaliza
y mantener limpios los círculos de los árboles de macadamia".
Pese a que las habitaciones están vacías,
como si les hubiera pasado el comején, los muros hablan. Dentro
de las cabañas, un letrero junto a la puerta advierte a los huéspedes
"no dejar cosas de valor, especialmente efectivo (especially cash)".
También pegada con diúrex viejo, pero cubierta
con plástico, aparece la impresión de un e-mail enviado
a los Wersch (y a una veintena de remitentes más) por un hotelero
chiapaneco. Dice: "22 de septiembre de 2002. Hola a todos. Como les tengo
mucha confianza, me atrevo a pedirles un favor. Tengo unos amigos de Afganistán
que decidieron venir a México y España. Necesitan un lugar
donde estar. Ellos traen casas de campaña. Abusando de su confianza,
les di su dirección, sabiendo que no se van a negar a este buen
acto de solidaridad. Vienen en dos carros, un Mercedes blanco, y uno verde.
Anexo foto para que los reconozcan".
Enseguida, la fotografía de dos camiones de carga,
Mercedes en efecto, llevando cada uno a bordo al menos 100 refugiados con
todo y costales, como sardinas en lata. Visten a la usanza árabe.
Y sí, podría retratar el éxodo de unos afganos. Aunque
obviamente se trata de una broma entre hoteleros, no sé si entendí
la parte que es chiste.
Al abandonar Nuevo Jerusalén, ya ningún
campesino quiso hablar. Estaban más interesados en un inminente
partido de futbol, para el que dos equipos ya calentaban. Nadie hubo que
me explicara si ese rancho vacío está ocupado o qué.
A las puertas del importante cuartel militar de Toniná,
sólo hay una pickup gris cobalto. En la defensa trasera lleva
un vistoso sticker que dice "Bush-Chenney", con la bandera de barras
y estrellas como fondo. Las placas del vehículo son de Querétaro.
En la portezuela una leyenda indica que el vehículo pertenece a
una hacienda queretana, propiedad de un señor de apellido Sánchez.
Hasta Toniná llegó. Con los soldados.