Jornada Semanal,  domingo 2 de marzo del 2003                 núm. 417
Ver pasar a Dante

En la novela Vértigo, del escritor alemán W.G. Sebald, el protagonista de la segunda parte es un hombre al que el cansancio extremo provoca alucinaciones. Un día cree ver a Dante Alighieri caminando por las calles de Viena en pleno siglo xx, y dice con naturalidad encantadora: "Una vez, en la calle Gonzaga, incluso creí reconocer a Dante, el poeta exiliado de su ciudad natal, so pena de morir en la hoguera. Estuvo caminando un buen rato un poco por delante de mí, con su famosa gorra en la cabeza, bastante más alto que la mayoría de los transeúntes y sin embargo pasando por éstos completamente inadvertido…"

En otra novela, El escarabajo, del heráldico Manuel Mujica Láinez, el protagonista, una turquesa tallada en forma de escarabajo que tiene la capacidad de mirar y escuchar, también ve a Dante, aunque esta vez en Venecia. El poeta formaba parte de la embajada que la ciudad de Ravena envió a la Serenísima para resolver un pleito entre las dos ciudades, "rencorosas por el contrabando de sal". Dicho séquito "avanzó con lento ritmo, trémulos en la brisa los estandartes, sobre el cabrilleo de los ropajes eclesiásticos y el fulgor de las armaduras inflamadas […] Dante nos precedía, enrojecidos los ojos miopes y enfermos, marcado el pétreo rostro por la dura expresión de quien lleva sobre la espalda gibada una inmensa fatiga".

¡Qué distintos estilos y retratos! Sebald es escueto, directo, apenas califica. Dante es alto, nada más. En cambio, Mujica Láinez abunda en el rigor del rostro del poeta: pétreo, severa la expresión. En otra parte describe el "perfil de rapiña" del florentino. Además, para Sebald, Dante era alto, y para Mujica Láinez, en cambio, era contrahecho. Bocaccio, en su Inscripción para un retrato de Dante, le llama el "sombrío oráculo de la Sabiduría y el Arte", pero no nos dice nada de su físico. Como sólo he visto retratos de perfil, me cuesta trabajo imaginarlo de frente, pero eso sí, lo veo siempre tocado con el famoso gorro frigio.

Otro que se lo imaginó fue Micer Francisco Imperial, genovés que vivió en Sevilla a principios del siglo XV. Para Francisco Imperial, Dante era un hombre benévolo, de larga barba y pelo blancos. A mí no me convence lo de la benevolencia; ha de ser porque leí a Villani. Según el cronista Villani, Dante "debido a sus conocimientos, era algo arrogante y reservado y desdeñoso, y como acostumbran los filósofos, descuidado en las amabilidades y no gustaba de conversar con cualquiera".

Después de leer las descripciones, me quedé con unas ganas horribles de ver pasar a Dante. No hablar con él, ni conocerlo. Total, que no le gustaría hablar conmigo, pues soy cualquiera, y a mí me caería, tal vez, mal. Quiero mirarlo pasar, ensimismado, absorto, pensando en la Comedia. Osip Mandelstam, el poeta ruso, se preguntaba "cuántas suelas, cuántos cueros de vaca, cuántas sandalias pudo haber usado Alighieri durante su labor poética, mientras recorría los senderos escarpados de Italia". ¡Qué daría yo por ver esos pies!

Dante mismo, como acostumbraban los poetas de su tiempo, era un gran experto en eso de ver pasar. Algunos de los raptos más inspirados del amor medieval podían surgir de apenas un vislumbre. No era necesario hablar con la amada o tocarla para morir de amor por ella. Dante es el ejemplo más perfecto de esta forma de vivir. Su dulcísimo soneto, escrito al recuerdo del paso de Beatriz, describe la más alta forma de contemplar a alguien que va por la calle:

Tan gentil, tan honesta en su pasar,
es mi dama cuando ella a alguien saluda,
que toda lengua tiembla y queda muda
y los ojos no la osan contemplar…
Hay otra visión del pasado que me gustaría ver ahora. Quisiera ver pasar a mi marido cuando era niño. Yo estaría en una banca de la plaza de La Conchita, una mañana luminosa y fresca. Él pasaría de la mano de su madre, caminando lentamente. Fue un párvulo –he visto fotos– al que le gustaba andar rapado y que tenía los ojos tan almendrados que semejaba un niño asiático. Iría vestido con modestia, con un overol de mezclilla; llevaría un caballo de plástico verde en una mano.

Como estos dos deseos, tengo muchos. Un gran desfile del pasado, caminando por las calles de Coyoacán. No quiero, como dice el proverbio chino, "ver pasar el cadáver de mi enemigo". Pues ya sé que eso, como todo, pasará.