La Jornada Semanal,   domingo 2 de marzo del 2003        núm. 417

Heredamos el dolor y lo transmitimos

Homero Aridjis

Sangre y palabras
nos dejaron los viejos

sangre y palabras
dejamos a nuestros hijos

junto al fuego
cantamos a nuestros huesos

afilamos nuestros puños
los hacemos puñales

ya casi muertos
nos asesinamos

ya casi nada
nos sacamos los ojos

sangre y palabras
nos dejaron los viejos

sangre y palabras
dejamos a nuestros hijos 

Una ínfima tumba

Juan Domingo Argüelles

Estoy mirando sobre nada y pienso:
en este mismo instante, alguien
arrojará la bomba sobre nadie.
Sería como arrojarla
sobre las sombras de la especie.

¿Y habrá algo después de su estallido?
¿Algo, lo que se llama algo, cualquier cosa?

Junto a la cabecera escucho el ruido del reloj.
¿Y si cesa? ¿Y si acaba el tictac en un infarto?

No hay muerte –dije. Y me dormí pensando:
Nadie lanza la bomba, nadie grazna.
Ninguna mano aprieta el mecanismo.
Luego, la oscuridad total y la inconsciencia.

Un breve parpadeo, y después el silencio...
Una ínfima tumba entre la inmensidad del universo.

Cerco de Guerra

Juan Bañuelos

*
–En la puerta de la selva las arañas
terminan por tejer
el cerco

**

El halcón vive de cazar a
sus semejantes: garras
y ojos inquisidores son
tan crueles como sus plumas

Los jejenes
borran la sombra de las hojas

Las cigarras
se nutren de rocío

Nosotros
de hojarasca

(Entre la hierba –ya crecida
quedan algunos huesos blancos)

***

(Arte del buitre)
qué dócil vuelo
del zopilote/
su visita tiene
tremor de larva
dentro del cerco

–Cómo distrae los ojos
el vuelo
de la carroña–


Medusa & Co.

María Baranda

Y todavía a ti regreso
antes que el sol duerma
a los pájaros más breves de la tierra.
No digas dónde
a golpe te levantas
entre flores que reciben tus heridas.
No cuentes cuándo
llorada en verde alba
fuiste la espada que robó el sentido
si al margen murmurando,
quedo de ti, muda
en el seno de marzo
cuando el sol pinta de azul
soberbia su memoria.
No digas nunca
si el vértigo en su obsesión
hace de ti
–te irriga–
el tiempo de estar sola,
tú que vives indómita
bajo el ímpetu veraz
proliferante,
tú en tu primera desnudez,
deja que el sol clame al sol
la claridad errante de la sangre
y que nosotros quedemos ciegos de ti,
de lluvias y montes, lívidos
y escarpados
en la distancia que el amor
procura.

La verde anunciación de los colores

Gabriel Bernal Granados

Se escama, soplo de luz en los nudillos.
Arroja todas las voces al viento, por los poros;
se cimbra como un cilindro idílico, una vociferación que se entumece
y se parte en dos sobre los párpados,
generando una presión fecunda
en los oídos y en la boca del estómago.
Un sudor que irriga los sentidos
y adormece las conciencias.
Una mera sensación, como la luz en la ventana,
proclamando no sólo la textura, el volumen,
la índole, el color, la noción de los espacios.
Viene a trastocar el orden, y a conciliarlo a uno con el mundo.


El petróleo

Alberto Blanco

Este mal llamado rito
que sin cesar se renueva
entre las cuatro estaciones

Esta pirámide de ropa
que no se alcanza a secar
con todos nuestros sueños

Este salario de hambre
al que conocemos como
el martillo de la traición

Estas islas negras suspensas
entre las hojas del espacio
y el pantano del tiempo

Son las escrituras
del hediondo establo
que nos regaló el diablo

De El ala del tigre

Rubén Bonifaz Nuño

Feria de muertes de artificio
para alegrar el luto; azules
granadas, fisuras lacrimógenas
sangran la pared. Y por encima
alguien se ríe y alguien calla.
No sé quién me manda a que me maten.

De alambradas, de carbones rojos,
de silenciadas bocas de hambre,
de semilla de pan de pobre,
sume su miseria el pobre. Y alguien
paga por la compra, y alguien grita
que sabe, y engorda y se abandera.
Luto alegre de quien lo apareja
sobre su lengua sólo; hollejos
de carne en riesgo, calcinada.
Y un clamor de almendras expansivas
amargo de plomo, da el quién vive
a quien me ha mandado a que me maten.
 


Elena

Carmen Boullosa

Elena no le importaba a nadie.
¿Que fue por ella la guerra de Troya?

¡Pamplinas!

Sería Troya,
sería guerra,
sería Elena,
pero ella
no le importaba
a nadie.

Lo sé de primera fuente:
"Todos estaban absortos planeando sus batallas
y yo pasaba los días como Penélope."
 

Antes de la guerra

Marco Antonio Campos

Antes de la guerra desbordábamos confianza,
nos saludábamos con gusto o por simple educación:
Debió haber sido hace mucho, porque hace mucho
que no nos saludamos o no nos saludamos bien.

Antes de la guerra, si encontraba a Gallardo,
con nociones firmes hablaba de flores y de árboles 
en huertas y prados del convento, 
de los colores y rótulos del barrio antes de 
que llegáramos, del jardín de su pequeña casa
–albo de palomas, rojo de geranios–,
casa y jardín que legará a sus hijos,
a uno de los cuales se le sigue hoy causa
por fusilar a veintidós civiles.

Antes de la guerra mi familia solía hacer
visitas a la señora Aguirre, 
soportábamos su verborrea que multiplicaba el yo,
nos hacía gracia que se pintara el pelo
de azul o anaranjado, que halagara la importancia
de las fotografías en las paredes de la sala
donde su marido aparece con políticos en turno.
Mi hermano Sergio pretendía a su hija,
la misma, la misma que huyó con un sobrino de 
un teniente del enemigo, esa hija que vive ahora,
con una enfermedad venérea, en una ciudad del norte.
"Ojo por ojo", decía mi hermano, a quien el agravio
encerró por meses en la casa, bebiéndose el vino
sin apartar el cáliz. 

Antes de la guerra, la maestra Ibargoyen,
de rasgos indígenas (pese al apellido), lúcida, activa,
aliada nuestra pero henchida de rencor social,
nunca hubiera declarado que si fuera por ella
no dejaría un enemigo vivo.

Antes de la guerra, el abogado Medina,
dueño de varias empacadoras,
tenía la fama (honraba la profesión) 
de gángster ingenioso, hacía francachelas
orgiásticas en su casa, y nos daba 
a los vecinos un trato principesco, 
pero jamás imaginamos, como leímos hoy,
que vendiera armas a los dos bandos.

Ahora, ahora si salimos de la casa, si nos vemos 
en la calle, volvemos de inmediato el rostro, fingimos
que fingimos ver hacia los árboles o el cielo,
y las palabras, si llegan a salir de nuestra boca,
silban como el silbido de las balas que
se incrustan en la corteza de los árboles
y en los muros de casas, de fábricas y empresas,
que parecen planisferios perforados que dibuja
un hombre enloquecido con un frenético cincel.


Después del bombardeo

Héctor Carreto

No puedo darte la mano 
que se llevó una granada;
tampoco puedo presentarte a mi familia,
pues la perdí en el bombardeo,
pero he aquí la estampa del Presidente,
quien me ofrece su sonrisa inalterable.

Ayúdame a encontrar, entre los escombros,
algún brazo de alambre o un puño de granito
para defender este basurero
que llamamos patria


.
Guerra

Silvia Eugenia Castillero

Por dentro del árbol alguien se quiebra
y brotan pájaros iguales 
atados a su nido

Por dentro del nido un árbol se quiebra
las hojas sólo sombra
y tallos vueltos sogas

Un árbol que no es árbol
vive atado a la tierra
que no es tierra sino cólera
quebrada en árboles
quebrada en nidos 
quebrada en quiebra.


Victoria

Elsa Cross 

La luz baja desde la claraboya
                           como un espectro.

Tanto queda del sueño.

La victoria
es una espina atravesada.

El recuerdo da vueltas por un patio
donde lavan mujeres telas coloridas,
                                       antes del ataque.

Sigue una pista estrecha.
Sólo restos de barro,
pebeteros,
zapatos entre las piedras
                            de los muros caídos.

Alza el viento la cal de las fosas,
                                        señales,
confirmación tácita,
como si se tratara de un litigio.

La oscuridad crece
en los huecos de los árboles–

Cae la noche de un tajo.

Las memorias se agostan
lamidas
            por una ráfaga.

Las huellas de los pasos se borran
                                         bajo cenizas,
se pierden los gritos distantes 
y sólo sobrevive 
la antena del insecto.

La luz languidece
en lámparas donde dan tumbos
                           mariposas nocturnas.
Aullidos de un perro
                          –¿o un chacal?–
desde el azul zafiro.

En la falda de la diosa,
                         manos tronchadas.
Y el olvido llega,
bálsamo que desprende al corazón
de lo que hizo,
de lo que no hizo,
                       mientras el sueño dura.


El responso del peregrino
(fragmento)

Alí Chumacero

Aunque a cuchillo caigan nuestros hijos
e impávida del rostro airado baje a ellos
la furia del escarnio; aunque la ira
en signo de expiación señale el fiel de la balanza
y encima de su voz suspenda
el filo de la espada incandescente,
prolonga de tu barro mi linaje
–contrita descendencia secuestrada
en la fúnebre Pathmos, isla mía–
mientras mi lengua en su aflicción te nombra
la primogénita del alma.

Ofensa y bienestar serán la compañía
de nuestro persistir sentados a la mesa,
plática y plática en los labios niños.

Mas un día el murmullo cederá
al arcángel que todo inmoviliza;
un hálito de sueño llenará las alcobas
y cerca del café la espumeante sábana
dirá con su oleaje: "Aquí reposa
en paz quien bien moría."

(Bajo la inerme noche, nada
dominará el turbio fragor
de las beatas, como acordes:
"Ruega por él, ruega por él...")

En ti mis ojos dejarán su mundo,
a tu llorar confiados:
llamas, ceniza, música y un mar embravecido
al fin recobrarán su aureola,
y con tu mano arrojarás la tierra,
polvo eres triunfal sobre el despojo ciego,
júbilo ni penumbra, mudo frente al amor.

Óleo en los labios, llevarás mi angustia
como a Edipo su báculo filial lo conducía
por la invencible noche;
hermosa cruzarás mi derrotado himno
y no podré invocarte, no podré
ni contemplar el duelo de tu rostro,
purísima y transida, arca, paloma, lápida y laurel.

Regresarás a casa y, si alguien te pregunta,
nada responderás: sólo tus ojos
reflejarán la tempestad.


Mientras...

Antonio Deltoro

Mientras pensaba
se fue la luna
de la ventana.

Mientras dormía
algo pasó en el sueño,
algo en vigila.

Mientras soñaba
pasó una nube
hacia la nada.

Esto es mi vida:
un pie en la noche,
otro en el día.