Heredamos el dolor y lo transmitimos
Homero Aridjis
Sangre y palabras
nos dejaron los viejos
sangre y palabras
dejamos a nuestros hijos
junto al fuego
cantamos a nuestros huesos
afilamos nuestros puños
los hacemos puñales
ya casi muertos
nos asesinamos
ya casi nada
nos sacamos los ojos
sangre y palabras
nos dejaron los viejos
sangre y palabras
dejamos a nuestros hijos
Una ínfima tumba
Juan Domingo Argüelles
Estoy mirando sobre nada y pienso:
en este mismo instante, alguien
arrojará la bomba sobre nadie.
Sería como arrojarla
sobre las sombras de la especie.
¿Y habrá algo después
de su estallido?
¿Algo, lo que se llama algo, cualquier
cosa?
Junto a la cabecera escucho el ruido del
reloj.
¿Y si cesa? ¿Y si acaba
el tictac en un infarto?
No hay muerte dije. Y me dormí
pensando:
Nadie lanza la bomba, nadie grazna.
Ninguna mano aprieta el mecanismo.
Luego, la oscuridad total y la inconsciencia.
Un breve parpadeo, y después el
silencio...
Una ínfima tumba entre la inmensidad
del universo.
Cerco de Guerra
Juan Bañuelos
*
En la puerta de la selva las arañas
terminan por tejer
el cerco
**
El halcón vive de cazar a
sus semejantes: garras
y ojos inquisidores son
tan crueles como sus plumas
Los jejenes
borran la sombra de las hojas
Las cigarras
se nutren de rocío
Nosotros
de hojarasca
(Entre la hierba ya crecida
quedan algunos huesos blancos)
***
(Arte del buitre)
qué dócil vuelo
del zopilote/
su visita tiene
tremor de larva
dentro del cerco
Cómo distrae los ojos
el vuelo
de la carroña
Medusa & Co.
María Baranda
Y todavía a ti regreso
antes que el sol duerma
a los pájaros más breves
de la tierra.
No digas dónde
a golpe te levantas
entre flores que reciben tus heridas.
No cuentes cuándo
llorada en verde alba
fuiste la espada que robó el sentido
si al margen murmurando,
quedo de ti, muda
en el seno de marzo
cuando el sol pinta de azul
soberbia su memoria.
No digas nunca
si el vértigo en su obsesión
hace de ti
te irriga
el tiempo de estar sola,
tú que vives indómita
bajo el ímpetu veraz
proliferante,
tú en tu primera desnudez,
deja que el sol clame al sol
la claridad errante de la sangre
y que nosotros quedemos ciegos de ti,
de lluvias y montes, lívidos
y escarpados
en la distancia que el amor
procura.
La verde anunciación
de los colores
Gabriel Bernal Granados
Se escama, soplo de luz en los nudillos.
Arroja todas las voces al viento, por
los poros;
se cimbra como un cilindro idílico,
una vociferación que se entumece
y se parte en dos sobre los párpados,
generando una presión fecunda
en los oídos y en la boca del estómago.
Un sudor que irriga los sentidos
y adormece las conciencias.
Una mera sensación, como la luz
en la ventana,
proclamando no sólo la textura,
el volumen,
la índole, el color, la noción
de los espacios.
Viene a trastocar el orden, y a conciliarlo
a uno con el mundo.
El petróleo
Alberto Blanco
Este mal llamado rito
que sin cesar se renueva
entre las cuatro estaciones
Esta pirámide de ropa
que no se alcanza a secar
con todos nuestros sueños
Este salario de hambre
al que conocemos como
el martillo de la traición
Estas islas negras suspensas
entre las hojas del espacio
y el pantano del tiempo
Son las escrituras
del hediondo establo
que nos regaló el diablo
De El ala del tigre
Rubén Bonifaz Nuño
Feria de muertes de artificio
para alegrar el luto; azules
granadas, fisuras lacrimógenas
sangran la pared. Y por encima
alguien se ríe y alguien calla.
No sé quién me manda a que
me maten.
De alambradas, de carbones rojos,
de silenciadas bocas de hambre,
de semilla de pan de pobre,
sume su miseria el pobre. Y alguien
paga por la compra, y alguien grita
que sabe, y engorda y se abandera.
Luto alegre de quien lo apareja
sobre su lengua sólo; hollejos
de carne en riesgo, calcinada.
Y un clamor de almendras expansivas
amargo de plomo, da el quién vive
a quien me ha mandado a que me maten.
Elena
Carmen Boullosa
Elena no le importaba a nadie.
¿Que fue por ella la guerra de
Troya?
¡Pamplinas!
Sería Troya,
sería guerra,
sería Elena,
pero ella
no le importaba
a nadie.
Lo sé de primera fuente:
"Todos estaban absortos planeando sus
batallas
y yo pasaba los días como Penélope."
Antes de la guerra
Marco Antonio Campos
Antes de la guerra desbordábamos
confianza,
nos saludábamos con gusto o por
simple educación:
Debió haber sido hace mucho, porque
hace mucho
que no nos saludamos o no nos saludamos
bien.
Antes de la guerra, si encontraba a Gallardo,
con nociones firmes hablaba de flores
y de árboles
en huertas y prados del convento,
de los colores y rótulos del barrio
antes de
que llegáramos, del jardín
de su pequeña casa
albo de palomas, rojo de geranios,
casa y jardín que legará
a sus hijos,
a uno de los cuales se le sigue hoy causa
por fusilar a veintidós civiles.
Antes de la guerra mi familia solía
hacer
visitas a la señora Aguirre,
soportábamos su verborrea que multiplicaba
el yo,
nos hacía gracia que se pintara
el pelo
de azul o anaranjado, que halagara la
importancia
de las fotografías en las paredes
de la sala
donde su marido aparece con políticos
en turno.
Mi hermano Sergio pretendía a su
hija,
la misma, la misma que huyó con
un sobrino de
un teniente del enemigo, esa hija que
vive ahora,
con una enfermedad venérea, en
una ciudad del norte.
"Ojo por ojo", decía mi hermano,
a quien el agravio
encerró por meses en la casa, bebiéndose
el vino
sin apartar el cáliz.
Antes de la guerra, la maestra Ibargoyen,
de rasgos indígenas (pese al apellido),
lúcida, activa,
aliada nuestra pero henchida de rencor
social,
nunca hubiera declarado que si fuera por
ella
no dejaría un enemigo vivo.
Antes de la guerra, el abogado Medina,
dueño de varias empacadoras,
tenía la fama (honraba la profesión)
de gángster ingenioso, hacía
francachelas
orgiásticas en su casa, y nos daba
a los vecinos un trato principesco,
pero jamás imaginamos, como leímos
hoy,
que vendiera armas a los dos bandos.
Ahora, ahora si salimos de la casa, si
nos vemos
en la calle, volvemos de inmediato el
rostro, fingimos
que fingimos ver hacia los árboles
o el cielo,
y las palabras, si llegan a salir de nuestra
boca,
silban como el silbido de las balas que
se incrustan en la corteza de los árboles
y en los muros de casas, de fábricas
y empresas,
que parecen planisferios perforados que
dibuja
un hombre enloquecido con un frenético
cincel.
Después del bombardeo
Héctor Carreto
No puedo darte la mano
que se llevó una granada;
tampoco puedo presentarte a mi familia,
pues la perdí en el bombardeo,
pero he aquí la estampa del Presidente,
quien me ofrece su sonrisa inalterable.
Ayúdame a encontrar, entre los escombros,
algún brazo de alambre o un puño
de granito
para defender este basurero
que llamamos patria
.
Guerra
Silvia Eugenia Castillero
Por dentro del árbol alguien se
quiebra
y brotan pájaros iguales
atados a su nido
Por dentro del nido un árbol se
quiebra
las hojas sólo sombra
y tallos vueltos sogas
Un árbol que no es árbol
vive atado a la tierra
que no es tierra sino cólera
quebrada en árboles
quebrada en nidos
quebrada en quiebra.
Victoria
Elsa Cross
La luz baja desde la claraboya
como un espectro.
Tanto queda del sueño.
La victoria
es una espina atravesada.
El recuerdo da vueltas por un patio
donde lavan mujeres telas coloridas,
antes del ataque.
Sigue una pista estrecha.
Sólo restos de barro,
pebeteros,
zapatos entre las piedras
de los muros caídos.
Alza el viento la cal de las fosas,
señales,
confirmación tácita,
como si se tratara de un litigio.
La oscuridad crece
en los huecos de los árboles
Cae la noche de un tajo.
Las memorias se agostan
lamidas
por una ráfaga.
Las huellas de los pasos se borran
bajo cenizas,
se pierden los gritos distantes
y sólo sobrevive
la antena del insecto.
La luz languidece
en lámparas donde dan tumbos
mariposas nocturnas.
Aullidos de un perro
¿o un chacal?
desde el azul zafiro.
En la falda de la diosa,
manos tronchadas.
Y el olvido llega,
bálsamo que desprende al corazón
de lo que hizo,
de lo que no hizo,
mientras el sueño dura.
El responso del peregrino
(fragmento)
Alí Chumacero
Aunque a cuchillo caigan nuestros hijos
e impávida del rostro airado baje
a ellos
la furia del escarnio; aunque la ira
en signo de expiación señale
el fiel de la balanza
y encima de su voz suspenda
el filo de la espada incandescente,
prolonga de tu barro mi linaje
contrita descendencia secuestrada
en la fúnebre Pathmos, isla mía
mientras mi lengua en su aflicción
te nombra
la primogénita del alma.
Ofensa y bienestar serán la compañía
de nuestro persistir sentados a la mesa,
plática y plática en los
labios niños.
Mas un día el murmullo cederá
al arcángel que todo inmoviliza;
un hálito de sueño llenará
las alcobas
y cerca del café la espumeante
sábana
dirá con su oleaje: "Aquí
reposa
en paz quien bien moría."
(Bajo la inerme noche, nada
dominará el turbio fragor
de las beatas, como acordes:
"Ruega por él, ruega por él...")
En ti mis ojos dejarán su mundo,
a tu llorar confiados:
llamas, ceniza, música y un mar
embravecido
al fin recobrarán su aureola,
y con tu mano arrojarás la tierra,
polvo eres triunfal sobre el despojo
ciego,
júbilo ni penumbra, mudo frente
al amor.
Óleo en los labios, llevarás
mi angustia
como a Edipo su báculo filial lo
conducía
por la invencible noche;
hermosa cruzarás mi derrotado himno
y no podré invocarte, no podré
ni contemplar el duelo de tu rostro,
purísima y transida, arca, paloma,
lápida y laurel.
Regresarás a casa y, si alguien
te pregunta,
nada responderás: sólo tus
ojos
reflejarán la tempestad.
Mientras...
Antonio Deltoro
Mientras pensaba
se fue la luna
de la ventana.
Mientras dormía
algo pasó en el sueño,
algo en vigila.
Mientras soñaba
pasó una nube
hacia la nada.
Esto es mi vida:
un pie en la noche,
otro en el día.
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