Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 28 de febrero de 2003
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Mundo

Tariq Ali*

Una segunda resolución no basta

La mayoría de ciudadanos de Gran Bretaña se opone a la guerra, pero el movimiento contra ella se en-frenta a una Cámara de los Co-munes prácticamente uniforme. Los dos principales partidos están unidos y los legisladores laboristas son incapaces de organizar una revuelta parlamentaria para sacar a Tony Blair, lo único que po-dría detener el ímpetu hacia la guerra. El movimiento británico por la paz, sin embargo, tiene un punto vulnerable. Una guerra que es injustificable si es hecha exclusivamente por George W. Bush y Blair, podría convertirse en algo aceptable para algunos si es aprobada por la "comunidad internacional", es decir, por el Consejo de Seguridad de la ONU. Las conciencias de los que se oponen al bombardeo unilateral de ciudades y a las muertes de civiles se tranquilizarían si las armas de destrucción fueran lanzadas con apoyo de Naciones Unidas. Este nivel de confusión provoca serias dudas sobre el papel que ésta desempeña en la actualidad. ƑTienen algún peso sus resoluciones si Estados Unidos se opone a ellas, como ha sucedido sistemáticamente con los casos de Palestina y Cachemira?

La ONU, y su predecesora, la Liga de Naciones, fueron creadas para institucionalizar un nuevo status quo surgido después de la primera y la segunda guerras mundiales. Ambas organizaciones fueron fundadas sobre la base de la defensa del derecho de las naciones a la libre determinación. En ambos casos sus cartas consideraron ilegales los ataques preventivos y los intentos de ocupación de otros países o el cambio de sus regímenes por parte de las grandes potencias. Ambas subrayaron el remplazo de los imperios por parte de los estados-nación.

La Liga de Naciones se desplomó poco después de que los fascistas italianos ocuparon Etiopía. Benito Mussolini defendió su invasión de Albania y Abisinia con el argumento de que estaba eliminando al "corrupto, feudal y opresor régimen" del rey Zog/ Haile Selassie y los noticiarios italianos mostraron a agradecidos albanos aplaudiendo la entrada de las tropas italianas.

La ONU fue creada después de la derrota del fascismo. Su carta prohíbe la violación de la soberanía nacional excepto en el caso de la "autodefensa". Sin embargo, no pudo defender al recién independizado Congo contra la intriga de Bélgica y Estados Unidos en los años 60, ni salvar la vida del líder congolés Patrice Lumumba. En cambio, en 1950 el Consejo de Seguridad autorizó la guerra estadunidense en Corea.

En flagrante violación del derecho internacional, bajo la bandera de la ONU los ejércitos occidentales destruyeron deliberadamente presas, estaciones de energía eléctrica y la infraestructura en la que se sustentaba la vida social en Corea del Norte. Tampoco pudo detener la guerra en Vietnam. Y su parálisis respecto de la ocupación de Palestina ha sido evidente durante más de tres décadas.

Esta inactividad no se limitó a los abusos occidentales. La ONU no fue capaz de actuar contra la invasión soviética de Hungría (1956) o la del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia (1968). Se permitió que ambas fuerzas hicieran lo que deseaban en evidente violación de la carta de la Organización de Naciones Unidas.

Ahora, cuando Estados Unidos es el único Estado militar-imperial del orbe, el actual Consejo de Seguridad se ha convertido en lugar de intercambio, pero no de insultos, sino del botín. El teórico italiano Antonio Gramsci predijo este desarrollo con sorprendente anticipación. "El ejercicio 'normal' de la hegemonía -escribió- se caracteriza por la combinación de fuerza y consenso, en un equilibrio variable, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso". Hay -agregó- ocasiones en las que es más apropiado recurrir a una tercera variante de la hegemonía, porque "entre el consenso y la fuerza está la corrupción-fraude, que es el debilitamiento y la parálisis del antagonista o de los antagonistas". Es una descripción exacta del proceso utilizado para negociar el apoyo ruso en la ONU, como lo reveló un titular de primera plana en el Financial Times (4 de octubre de 2002): "Putin negocia duro con Estados Unidos sobre el petróleo de Irak: Moscú pide elevados precios comerciales a cambio de su apoyo".

El mundo ha cambiado tanto en 20 años que la ONU -a pesar del actual impasse- se ha convertido en un anacronismo, una hoja de parra permanente para nuevas aventuras imperiales. Boutros Ghali, antiguo secretario general de la ONU, fue destituido -debido a la presión de Madeleine Albright- por desafiar la voluntad imperial: había insistido en que se requería una intervención de ese organismo para frenar el genocidio en Ruanda, cuando los intereses estadunidenses lo que requerían era la presencia militar en los Balcanes. Ghali fue remplazado por Kofi Annan, un débil sustituto cuyos discursos moralistas podrán engañar a veces a un inocente público británico, pero no a él. Sabe quién es el que manda.

Como Mark Twain lo describió en 1916, "ahora los estadistas inventarán mentiras baratas, culparán a la nación que es atacada, y todo el mundo estará feliz gracias a esas falsedades que tranquilizan su conciencia, las estudiará con diligencia y rehusará el examen de cualquier oposición a ellas, y así se convencerá poco a poco de que la guerra es justa, y le dará gracias a Dios porque dormirá mejor después de ese proceso de grotesco autoengaño." Si el Consejo de Seguridad permite la invasión y ocupación de Irak, sea como producto de una segunda resolución, o aceptando que la primera fue suficiente para justificar la guerra como último recurso, entonces Naciones Unidas también morirá. Hay que insistir en que una guerra respaldada por la ONU sería tan inmoral e injusta como la que está siendo tramada en el Pentágono, porque será la misma guerra.

 

* Escritor inglés-paquistaní, autor del libro Choque de los fundamentalismos.
Tomado de The Guardian UK, donde apareció originalmente. Se publica con la autorización de los editores.
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