La Jornada Semanal,   domingo 23 de febrero del 2003        núm. 416
Tres poetas

Efraín Velasco Sosa

Peatón

Heme haquí, buscándole la compostura 
a la calle golpeada
siguiéndole hel rastro hal centro del día, procurando hel punto hexacto de la hacera, hel 
  sitio
donde todo se hajusta hen su hordenada perspectiva.
Voy caminando, repitiendo hel hejercicio de lugar a cada paso
pero las cosas tienen flojo halgún tornillo
halguna triquiñuela deben tener donde llevan la cara vuelta hacia las costillas 
y hel pico clavado habriendo halguna hexclusa.

La calle no hembona hen la calle, falta hel punto de sostén
hel cómodo rigor y las haristas sobre las haristas, y falta lo familiar y hel tránsito fluido 
–figurillas de porcelana a punto de caerse de bondad, jugando hen hel filo del hestante con 
la mímica de su materia
deslizándose por el borde convexo, hapoyándose hen la higualdad de lo vivo, hesquivando 
todos los círculos con hesos movimientos húmedos y
henrojecidos–

Heme haquí buscando, hen piezas de diferentes rompecabezas
huna nube 
detenida hen la punta del cielo.

Detalles que matan

Una bala, por ejemplo
a manera de un gallo sin forma antes del canto
–haciendo un alto vacío como trampa eléctrica 
como bombilla–
a manera de gallo el amor, la bala
puede volcar las barcas, desarmar nuestro desvelo
matar a más de dos pájaros
prender la luz sobre suelo antiguo. Enseguida estalla
(obviamente) y el amor regresa a lo oscuro, a ser el ruido rosa de la corriente eléctrica
imperceptible casi 
en el ambiente.

Detrás del ruido del avión que pasa tras la música del vecino en el martilleo de la 
construcción de enfrente, detrás del ruido de la vajilla con la moto que escapa de la 
televisión prendida
avanza un kikiriqueo lento, imperturbable 
como olvido a la deriva, con paso de animal poliédrico.

Con el amor como con una bala
sólo la pertenencia se daña. Son nuestros alrededores
los que continúan.

Postura para mi ejemplar favorito

Lo que no sepas no puede dañarte –me dijo ud. al oído–
esa fue siempre 
la distancia que tuve para hablarle
el redondo del peso que me ha hecho el idioma para suponerle
para caminar 
sólo por lo ya cazado, sólo por lo guturalmente recorrido (su voz 
ha cosechado algo en la orilla de esa fisiología del grito, he sido testigo
me parece que le escucho todavía)
lo que no sepas
no puede dañarte. Primera indicación, señal, miga para el regreso. 

Pero cuando digo: ud. 
usted no existe para mí.

Gerardo Escalante Mendoza

Habla con árboles

Por nada pasa la tarde
el hundimiento milimétrico de la vieja casa me produce
aun a esta magra distancia sueños oblicuos
en los que madre y yo departíamos el almuerzo en el mediodía de nuestras vidas
mientras un sismo arrancaba de raíz esta estancia
arrojándola al desnivel de otro sueño
oblicuo incluso

(fragmento)

Las bestias corretean sombras de su edad

Sábado es un remitente de lienzos falsos 
plafones y bostezos:

la cifra coordinada entre los eslabones de una tarde
   su cercanía embriagante con la noche

Jorge Pech Casanova

Señas de exilio

I

El mundo es menos ancho y más ajeno
de lo que discerniste tras la infancia.
Hay fronteras que acuden sin pedirlas,
propiedades que súbitas se pierden.
El hombre no se allega a lo baldío;
un día encuentra su casa tomada
por dueños que lo omiten sin reparo,
y sale a procurarse residencia
en la estrechez, la sed, el laberinto
de otras lenguas y otros pareceres.
El hombre se dirige a los cultivos,
a la fábrica, al puente, a la oficina.
No halla hogar sino afanes, desahucios
contumaces que anulan su morada.
Se hace el hombre desarraigo, insomnio,
largo trayecto al dominio de nadie.

II

"Soñé que por su falta el paraíso
nos expulsó de entre sus moradores.
Sin venia había recibido un fruto
y me lo daba a probar por exaltarnos.
Al degustar lo que no se consentía,
me hallé en oscura senda, en el destierro.
Era un planeta silencioso el que habitaba,
a dos suministrado para el llanto.
Era toda la tierra, nuestra herencia.
Ella iba tras de mí, no lo dudaba,
y para consolarme requerí su mano."
Ante el sol despertaste en el silencio.
Los pájaros celebraban sus follajes,
la vida se gozaba sobre el pasto,
el vapor comulgaba con la luz.
Supiste quién había roto el paraíso
cuando buscaste su mano y estrechaste
sólo el aire desierto del culpable.

III
Mira la tierra en que no te afincas,
a la mano aunque nunca prometida,
porque buscas su amor sin buen augurio.
Reverdece, prospera, te arrebata
y no cede sosiego a tus trajines.
Te afanas sin raíces en tus planes,
sin tierra que acomode tu semilla
o fecunde tu raigambre con apego.
Te afanas por el viento, por la lluvia,
por la aurora, el ocaso, los eclipses.
La tierra en que redundas compadece
tu vocación que invalida el instante.
A morar en el viento destinado,
el suelo que laboras te rehuye.
No será tuyo hasta que, ahíto, mueras,
te disuelvas, acomodes y germines.
IV

Se van los barcos que en vano esperaron
el peso y el balance de tu cuerpo.
El viento se sostiene en tu figura
un instante, se acongoja y te desaira.
La luz muere tan sola en tu mirada
que naufraga la sombra por salvarla.
El agua, peregrino, se refleja
en tu cambiante faz, en tus edades.

V
Y los aviones parten al deleite.
Qué cielo sin envidia los acoge
sobre la hora vasta en que vacilas.
Qué magnitud defiende su bonanza
en tanto en desamparo te consumes.
El cielo protector declara encomios
a la felicidad del aeronauta
sin conmover tu vocación de áncora.
No has osado al denuedo vincularte,
y parten los aviones sin tu agobio.