Tres
poetas
Efraín
Velasco Sosa
Peatón
Heme haquí, buscándole la
compostura
a la calle golpeada
siguiéndole hel rastro hal centro
del día, procurando hel punto hexacto de la hacera, hel
sitio
donde todo se hajusta hen su hordenada
perspectiva.
Voy caminando, repitiendo hel hejercicio
de lugar a cada paso
pero las cosas tienen flojo halgún
tornillo
halguna triquiñuela deben tener
donde llevan la cara vuelta hacia las costillas
y hel pico clavado habriendo halguna hexclusa.
La calle no hembona hen la calle, falta
hel punto de sostén
hel cómodo rigor y las haristas
sobre las haristas, y falta lo familiar y hel tránsito fluido
figurillas de porcelana a punto de caerse
de bondad, jugando hen hel filo del hestante con
la mímica de su materia
deslizándose por el borde convexo,
hapoyándose hen la higualdad de lo vivo, hesquivando
todos los círculos con hesos movimientos
húmedos y
henrojecidos
Heme haquí buscando, hen piezas
de diferentes rompecabezas
huna nube
detenida hen la punta del cielo.
Detalles
que matan
Una bala, por ejemplo
a manera de un gallo sin forma antes del
canto
haciendo un alto vacío como trampa
eléctrica
como bombilla
a manera de gallo el amor, la bala
puede volcar las barcas, desarmar nuestro
desvelo
matar a más de dos pájaros
prender la luz sobre suelo antiguo. Enseguida
estalla
(obviamente) y el amor regresa a lo oscuro,
a ser el ruido rosa de la corriente eléctrica
imperceptible casi
en el ambiente.
Detrás del ruido del avión
que pasa tras la música del vecino en el martilleo de la
construcción de enfrente, detrás
del ruido de la vajilla con la moto que escapa de la
televisión prendida
avanza un kikiriqueo lento, imperturbable
como olvido a la deriva, con paso de animal
poliédrico.
Con el amor como con una bala
sólo la pertenencia se daña.
Son nuestros alrededores
los que continúan.
Postura
para mi ejemplar favorito
Lo que no sepas no puede dañarte
me dijo ud. al oído
esa fue siempre
la distancia que tuve para hablarle
el redondo del peso que me ha hecho el
idioma para suponerle
para caminar
sólo por lo ya cazado, sólo
por lo guturalmente recorrido (su voz
ha cosechado algo en la orilla de esa
fisiología del grito, he sido testigo
me parece que le escucho todavía)
lo que no sepas
no puede dañarte. Primera
indicación, señal, miga para el regreso.
Pero cuando digo: ud.
usted no existe para mí.
Gerardo
Escalante Mendoza
Habla
con árboles
Por nada pasa la tarde
el hundimiento milimétrico de la
vieja casa me produce
aun a esta magra distancia sueños
oblicuos
en los que madre y yo departíamos
el almuerzo en el mediodía de nuestras vidas
mientras un sismo arrancaba de raíz
esta estancia
arrojándola al desnivel de otro
sueño
oblicuo incluso
(fragmento)
Las bestias corretean sombras de su edad
Sábado es un remitente de lienzos
falsos
plafones y bostezos:
la cifra coordinada entre los eslabones
de una tarde
su cercanía embriagante
con la noche
Jorge
Pech Casanova
Señas
de exilio
I
El mundo es menos ancho y más ajeno
de lo que discerniste tras la infancia.
Hay fronteras que acuden sin pedirlas,
propiedades que súbitas se pierden.
El hombre no se allega a lo baldío;
un día encuentra su casa tomada
por dueños que lo omiten sin reparo,
y sale a procurarse residencia
en la estrechez, la sed, el laberinto
de otras lenguas y otros pareceres.
El hombre se dirige a los cultivos,
a la fábrica, al puente, a la oficina.
No halla hogar sino afanes, desahucios
contumaces que anulan su morada.
Se hace el hombre desarraigo, insomnio,
largo trayecto al dominio de nadie.
II
"Soñé que por su falta el
paraíso
nos expulsó de entre sus moradores.
Sin venia había recibido un fruto
y me lo daba a probar por exaltarnos.
Al degustar lo que no se consentía,
me hallé en oscura senda, en el
destierro.
Era un planeta silencioso el que habitaba,
a dos suministrado para el llanto.
Era toda la tierra, nuestra herencia.
Ella iba tras de mí, no lo dudaba,
y para consolarme requerí su mano."
Ante el sol despertaste en el silencio.
Los pájaros celebraban sus follajes,
la vida se gozaba sobre el pasto,
el vapor comulgaba con la luz.
Supiste quién había roto
el paraíso
cuando buscaste su mano y estrechaste
sólo el aire desierto del culpable.
III
Mira la tierra en que no te afincas,
a la mano aunque nunca prometida,
porque buscas su amor sin buen augurio.
Reverdece, prospera, te arrebata
y no cede sosiego a tus trajines.
Te afanas sin raíces en tus planes,
sin tierra que acomode tu semilla
o fecunde tu raigambre con apego.
Te afanas por el viento, por la lluvia,
por la aurora, el ocaso, los eclipses.
La tierra en que redundas compadece
tu vocación que invalida el instante.
A morar en el viento destinado,
el suelo que laboras te rehuye.
No será tuyo hasta que, ahíto,
mueras,
te disuelvas, acomodes y germines.
IV
Se van los barcos que en vano esperaron
el peso y el balance de tu cuerpo.
El viento se sostiene en tu figura
un instante, se acongoja y te desaira.
La luz muere tan sola en tu mirada
que naufraga la sombra por salvarla.
El agua, peregrino, se refleja
en tu cambiante faz, en tus edades.
V
Y los aviones parten al deleite.
Qué cielo sin envidia los acoge
sobre la hora vasta en que vacilas.
Qué magnitud defiende su bonanza
en tanto en desamparo te consumes.
El cielo protector declara encomios
a la felicidad del aeronauta
sin conmover tu vocación de áncora.
No has osado al denuedo vincularte,
y parten los aviones sin tu agobio.
|