Jornada Semanal, domingo 26 de febrero del 2003                núm. 416

LUIS TOVAR

¡AY, CHIHUAHUA,
CUÁNTO GRINGO!

Como si nos hiciera falta un poco más, como si estuviéramos escasos de influencia estadunidense en casi cualquier asunto que tenga que ver con cualquier cosa, una vez más el cine mexicano se impregna de la tufarada nauseabunda que suelen despedir las barras y estrellas cuando se salen, cosa que les encanta, de su huacal.

En una estupenda nota publicada recientemente en la sección Cultural de El Financiero, Carmen García da cuenta, entre otras cosas, de los atentados a la razón que se han cometido a raíz del traído y llevado peso en taquilla para apoyar al cine nacional, i.e. Patricia Ornelas, vocera de Canacine: "La producción [cinematográfica] podría ser independiente si hiciera bien su trabajo [...], no estirando la mano y pidiendo un peso. A mí no me importa el cine como cultura." Y al mismo tiempo que se queja usando indebidamente la figura de Canacine, el trust exhibidor "estira la mano" y no sube los boletos un peso sino tres, ¡y encima busca ampararse, quesque por tratarse de una medida anticonstitucional!

Despropósitos por el estilo –hubo muchos más– deben haber ensoberbecido a Jack Valenti, presidente de la estadunidense Motion Pictures Association of America (mpaa), para que se sustrajera al influjo de cualquier atisbo de sentido común y le enviara a Vicente Fox –cito a Humberto Musacchio– "una grosera carta en la que exige suprimir el impuesto [...] bajo la amenaza de ‘retirar el apoyo de la industria fílmica estadunidense a la mexicana’". En los hechos, el tal apoyo no consiste más que en venir de vez en cuando a filmar a suelo nacional, aprovechando que aquí todo es más barato.

Claro que Valenti y otros bucaneros de la industria sostienen que también debe llamarse "apoyo" al avasallamiento en la exhibición, que supera el 80% del mercado audiovisual mexicano, equivalentes a una ganancia cercana a los cuatrocientos millones de dólares anuales, a los que debe sumarse un tanto igual por los estímulos fiscales de los que sí gozan los gringos. Como si nos estuvieran haciendo un favor cuando distorsionan la percepción general que se tiene del cine, con su promedio anual de doscientas películas de las que apenas un puñado suele salvarse de ser bodrios cursis o patrioteros o edificantes o simple y llanamente estúpidos.

Pero eso sí, vienen Brad Pitt, Julia Roberts, James Cameron, Leonardo Di Caprio, Anthony Hopkins o quien usted recuerde, a filmar cualquier memez tipo La mexicana o Titanic o La máscara del Zorro y todos los medios se van de hocico para enterarse y enterar al país entero de lo mucho que a fulano y a zutana les gustó filmar acá, que si los técnicos mexicanos son una maravilla, que qué bonitos paisajes; todos felices porque pasamos el examen y, una vez más, podemos ostentar en la frente nuestra estrellita de buenos salvajes.

Y EL OSCAR NO ES PARA... TANTO

Pero eso sí, este año por fin se nos hace y zás, amanecemos con un chorro de nominaciones al Oscar, y entonces nos apoderamos del mismo plural que tanto nos gusta usar cuando la selección de futbol le gana a Jamaica y que tanto evitamos cuando pierde contra Argentina. Ni quién se acuerde, por ejemplo, de que el guión de Y tu mamá también ya ganó un premio serio, igualito que como pasó con Amores perros, triunfadora en Cannes y luego nominada en Hollywood. Ni quién se acuerde de los descolones que sufrió Frida aquí y allá. Nada, que el Oscar es el Oscar y si a uno no le da por echar maromas de gusto gracias a las nominaciones gringas, peor para él, pues de inmediato se convierte en una especie de antimexicanista o cosa por el estilo.

Ya se ha dicho aquí más de una vez, pero perdóneseme la insistencia: el Oscar no es un premio importante en términos cinematográficos. Con él se reconocen cosas como poder taquillero y notoriedad en los medios, y siempre ha sido una mera coincidencia, cuando no un "qué remedio" –cuando equis película ya lo ganó todo en festivales–, que gane algo un filme bueno a secas. Siempre gana su Oscar un filme malo pero vendedor, o uno malo pero políticamente correcto, o uno regular pero apantallante, o uno sensiblero, y párele de contar.

Ponerse contentos porque seis mexicanos son candidatos a un trofeo lucidor pero no por eso menos barato, es como alegrarse porque Maná vende muchos discos en Estados Unidos. Qué bien por Maná; qué bien, sinceramente, por Salma Hayek, Carlos Carrera, Alfonso y Carlos Cuarón, Felipe Fernández del Paso y Hannia Robledo –qué bien, incluso, por Lila Downs, que cantará en la ceremonia de entrega. Pero hasta ahí. Para los cineastas es un reconocimiento a su esfuerzo. Lo que sería deseable es que ni ellos ni los medios –el rebumbio es tal que todo esto ha trascendido a "la fuente" cinematográfica–, y mucho menos el público, actúen como si el Oscar fuera el reconocimiento por antonomasia, cuando sólo se trata del reconocimiento estadunidense más codiciado, por todo lo que implica de posibilidades financieras a futuro.

Digo, con los gringos metidos en todo y actualmente con serias posibilidades de acabar con todo vía Hussein o Corea del Norte, ¿realmente necesitamos una cosa gringa más, ya sea premio, aval, reconocimiento, palmadita, regaño, petición, exigencia o lo que sea?