Jornada Semanal,  domingo 23 de febrero de 2003           núm. 416 

JAVIER SICILIA

IGNACIO SOLARES Y EL ITINERARIO
ESPIRITUAL DE JULIO CORTÁZAR

No es Julio Cortázar uno de mis escritores favoritos. Fuera de un puñado de cuentos que asombran mi imaginación, sus universos fantásticos me dejan indiferente.

Cuando del misterio se trata, prefiero lo real concreto y el drama espiritual, donde lo sobrenatural se manifiesta o se insinúa, que la fantasía, en su afán de hacernos evidente lo extraordinario termina a veces por velarlo. Para mí, contrariamente a lo que piensan los escritores fantásticos, la realidad es ya en sí un signo inmenso del misterio y de lo sobrenatural.

Sin embargo, la lectura que Ignacio Solares hace del propio Cortázar y de su obra, Imagen de Julio Cortázar (Universidad de Guadalajara, unam y fce, 2002) –quién mejor que Solares, tan semejante a Cortázar en sus obsesiones, tan pendiente de la irrupción de lo mágico en el mundo y el orden de lo racional para ponernos al descubierto su alma–, me ha hecho mirar lo que su literatura impedía ver a mi sensibilidad: la obsesiva búsqueda del absoluto.

Con la claridad que ya conocemos en Solares, los universos fantásticos de la literatura de Cortázar van adquiriendo el rostro de un itinerario espiritual. Detrás de toda la obra de Cortázar, de sus obsesiones por el hinduismo, de sus experiencias mágicas y psíquicas, de sus adhesiones políticas, Solares nos muestra a un hombre en busca de Dios. Si ese hombre lo nombra de mil formas, si a veces blasfema y rechaza el mundo cristiano en el que nació, es porque se niega a darle un contenido ideológico y racional a lo que es una experiencia que lo sobrepasa. Para Cortázar, como para el propio Solares, la poesía y, por lo tanto, lo inefable, es un conocimiento experimental del sujeto mismo que conoce. Hijos de Rimbaud, del surrealismo, de Huxley, de Kafka, de los laberintos borgeanos, de la búsqueda incesante de lo extraordinario y lo mágico –los modernos, necesitados de categorías científicas, lo llamamos parapsicológico– en el orden de un mundo hiperracionalizado, buscan, como decía Octavio Paz, "combinar y usar hasta el límite los poderes de su sentidos y de su psique para conocer un poco más de nosotros mismos y descubrir realidades incógnitas".

Aunque yo tengo mis reparos a esta forma del conocimiento –un conocimiento riesgoso porque se mueve en aguas donde los más severos problemas metafísicos se plantean y en donde, como lo señalaba Jacques Maritain en su discusión con los surrealistas, los ángeles buenos y los ángeles malos se disputan la vida del alma; donde el misterio de Dios corre el riesgo de ser substituido por la revelación que el hombre efectúa mediante la desorganización de su universo psíquico que permite liberar los poderes mágicos del inconsciente y confundir el universo de Dios con las delicias de una suprema libertad puramente subjetiva–, debo decir que ambos han salido fortalecidos. La prueba más evidente de este hecho es la manera en que Solares, al analizar el itinerario espiritual de Cortázar, descubre en su proceso un lento salir de esa noche subjetiva para ir al encuentro del otro. Durante los años sesenta, cuando Cortázar estaba en los cincuenta años de su vida –nos narra Solares en el capítulo xiii, "La política"–, el "oscuro sentimiento religioso que había en él" encontró en el ’68 parisino, en la revolución cubana y en la teología de la liberación una direccionalidad a sus experiencias poéticas y a sus obsesiones: ya no se trataba de su noche subjetiva, sino del encuentro con el otro, en el que lo trascendente se encarna en la persona humana. El Cortázar, "que –como señala Solares– abrió los ojos a esta realidad", ya no quería oponer al Mal la experiencia de su propia noche subjetiva y fantástica, sino "la fraternidad", rostro laico de la caridad. Su largo itinerario por los corredores de la experiencia poética habían desembocado en el rostro de los sufrientes y se había encarnado. Así, escribe Solares, "Si Rayuela fue esencialmente inspirada por el hinduismo, "El perseguidor", parece, lo fue por la religión cristiana". Por vez primera, en ese cuento magnífico –que es, del puñado de cuentos que yo rescato para mí de la obra de Cortázar, el que más me gusta–, sus personajes, como él mismo dice a Luis Harss, dejaron "de ser marionetas al servicio de una acción fantástica [...] La primera vez que se me planteó el verdadero diálogo, el enfrentamiento con un semejante, con alguien que no es un doble mío, sino que es un ser humano que no está puesto al servicio de una historia fantástica [...] fue en ‘El perseguidor’".

¿Quiere decir esto que Cortázar se volvió cristiano? Nada de eso –apenas si frisó el cristianismo a través de su experiencia socialista. Digo simplemente, como parece insinuarlo Solares, que, para redimirse y no extraviarse en la noche subjetiva, todo su largo itinerario por lo fantástico tenía que encarnarse en lo real y en el rostro de los otros. Sólo a partir de ahí, su experiencia espiritual, su obra y su largo camino hacia el absoluto encontraron su dirección y su sentido, esa dirección y ese sentido que Solares ha sabido develarnos espléndidamente en su Imagen de Julio Cortázar.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.