Jornada Semanal, domingo 9  de febrero de 2003           núm. 414

MICHELLE SOLANO

El experimento Damanthal

Recientemente se ha estrenado en el foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico, una puesta harto peculiar: El experimento Damanthal, escrito y dirigido por el argentino José Franco J. Margulis. Espectáculos así sorprenden más allá de sus resultados y de todo aquello cuanto pueda elogiárseles o criticárseles.

El montaje escapa a todo cartabón o estructura típica de obra dramática y su discurso está mucho más ligado a la creación simultánea de teatro y obra plástica. En fin, algo que pocas veces se hace en México, pues se apuesta por el trabajo de los actores para contar la historia del doctor Damathal, quien tal vez realizara los primeros experimentos científicos con cerebros de seres humanos vivos (precursores tanto de los experimentos tan socorridos por los nazis en los campos de exterminio, como de los métodos de tortura empleados por la cia, por ejemplo). Aquí lo visual tiene una importancia enorme; dado que se ha prescindido del texto (existen en off algunas voces que a lo largo de la puesta revelan fechas, datos y sucesos), los actores crean imágenes que encarnan el soporte y la acción dramática de la obra y esa es quizá una de las propuestas más interesantes: todo lo anterior no significa la ausencia de una narrativa (con todos sus elementos formales), de modo que nada tiene que ver con el performance, al menos no en el sentido en que éste se entiende en nuestro país. 

Si de algo se ha apoderado el teatro es de las tesis psicológicas y de todo estudio que ataña a la psique. De igual manera, los discursos de ambos (psicología y teatro) han encontrado varios paralelismos en tanto a los objetivos que plantean y que sirven a sus propios y exclusivos fines: desentrañar qué hay detrás de la conciencia, cómo funciona el inconsciente y las formas o recursos que detonan ciertas emociones o sensaciones en el ser humano y (o) el espectador. De este maridaje que a veces se antoja medio esquizoide han nacido corrientes teatrales como el psicodrama, el teatro de la crueldad, etcétera. Para fortuna de todos los que han visto o verán este montaje, aquí todo ocurre de manera simultánea, es decir, no tiene que suceder una escena para que la interpretación se dé como una consecuencia de la misma. Los actores están en escena trabajando a partir de movimientos corporales, gestos faciales, y apoyados por la atmósfera de una estética que les permite contactar –sin saturaciones– con sus habilidades perceptivas y aunque por momentos se siente algo lento, el devenir está sustentado en algo que bien podría semejarse a los planos-secuencia cinematográficos que lo dotan de posibilidades infinitas para cada representación. Si la catarsis es la purga de las emociones, aquí cabría hacer notar que va en ambos sentidos; tanto el actor como el espectador son movidos hacia el terror, la duda y el miedo intensos; aquí se habla sin la palabra, bastan las imágenes (que no se quedan, como en la pantalla del cine, inmortalizadas, sino que pueden recurrir al movimiento, a la improvisación o a circunstancias propias de cada función) para defender la teoría de la convivencia entre la belleza, el horror, la locura, el absurdo y la incertidumbre (durante toda la obra la cronista hizo su propio montaje a partir de la revelación de que la familia del doctor Damanthal había "desaparecido misteriosamente" y después sólo recibía cartas sin remitente de su hermana, quien confesaba estar recluida en un sanatorio donde era víctima de atroces experimentos) con los que el espectador está confinado a vivir.

El elenco está conformado por actores argentinos y mexicanos o "los internos de la Damanthal Klinicke" : José Guerrero, Jesús Goitia, Alejandro Mazza, Fidel Monroy Bautista y Paula Ubaldini, y quizá la única cosa que yo preguntaría, más por morbo que por una real molestia es: todos entendemos el origen y la nacionalidad del trabajo, pero ¿por qué no se tradujo de argentino a mexicano el texto en off que habita el montaje?

Queda claro que no hay que perderse este trabajo, no únicamente por lo que toca en cuanto a la propuesta, sino a las preguntas que nos hereda sobre la necesidad que existe en México de que tanto en las escuelas de actuación como en la corriente autodidacta que todo actor debiera trabajar, se ahondara más sobre la experiencia del cuerpo, que se explorara sobre las posibilidades infinitas del teatro discursivo no a través de la palabra o el texto, sino de la imagen. En anteriores ocasiones, en este mismo espacio se ha preguntado si vale la pena sacrificar la anécdota en aras de una propuesta visual. Algunas veces vale rectificar, sí, sí vale la pena, sobre todo cuando a todas luces el discurso no se pierde, la anécdota es reinventada y los actores juegan tan bien su juego de play to play.