Jornada Semanal,  23 de enero de 2003         núm. 416

JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Un siglo de las Soledades

En los últimos días de enero de 1903, las ediciones de La Revista Ibérica dieron a la luz el volumen Soledades, primer libro de Antonio Machado, poeta nacido en Sevilla, España, en 1875, y muerto en Collioure, Francia, en 1939.

El poeta recién nacido incluía en ese breve pero singular tomo –con el cual inauguraba una poética de las más profundas emociones–, cuarenta y dos poemas que, cuatro años más tarde, aumentaría a noventa y cinco en la segunda y definitiva edición, publicada por la revista Renacimiento, con el título Soledades, galerías y otros poemas.

Ese primer libro de Antonio Machado constituyó todo un su ceso para la poesía española y, en general, para el ámbito todo de la poesía escrita en español. La transparencia del sentimiento y la perfección de la forma llana, aunadas a la hondura de la emoción, revelaron a un autor que, a partir de entonces, se convirtió en el más popular y en uno de los más extraordinarios poetas españoles.

Desde el arranque mismo del primer poema ("El viajero"), este libro hoy centenario plantó la semilla de una obra lírica original que asentaba dicha originalidad en la sinceridad y la más humana comunión con el prójimo: "Está en la casa familiar, sombría,/ y entre nosotros, el querido hermano/ que en el sueño infantil de un claro día/ vimos partir hacia un país lejano."

Tenía Antonio Machado veintiocho años, y las composiciones de Soledades las había escrito entre 1899 y 1902. La "blanca juventud", a la que alude en "El viajero", no le impide un ejercicio de sabia melancolía y de no menos sabia madurez. Desde sus primeros años será un poeta con voz propia e inconfundible.

Uno de los poemas más conocidos de ese libro sigue cantando con limpia voz, como si sobre él no hubiesen transcurrido ya cien años: "He andado muchos caminos,/ he abierto muchas veredas;/ he navegado en cien mares/ y atracado en cien riberas./ En todas partes he visto/ caravanas de tristeza,/ soberbios y melancólicos/ borrachos de sombra negra,/ y pedantones al paño/ que miran, callan, y piensan/ que saben, porque no beben/ el vino de las tabernas./ Mala gente que camina/ y va apestando la tierra.../ Y en todas partes he visto/ gentes que danzan o juegan,/ cuando pueden, y laboran/ sus cuatro palmos de tierra./ Nunca, si llegan a un sitio,/ preguntan adónde llegan./ Cuando caminan, cabalgan/ a lomos de mula vieja,/ y no conocen la prisa/ ni aun en los días de fiesta./ Donde hay vino, beben vino;/ donde no hay vino, agua fresca./ Son buenas gentes que viven,/ laboran, pasan y sueñan,/ en un día como tantos/ descansan bajo la tierra."

A un siglo de las Soledades, la limpia poesía de Antonio Machado sigue siendo una de las lecciones poéticas fundamentales para comprender lo que años más tarde él mismo formularía con claridad y precisión: "Se habla de un nuevo clasicismo, y hasta de una poesía del intelecto. El intelecto no ha cantado jamás, no es su misión. Sirve, no obstante a la poesía, señalándole el imperativo de su esencialidad. Porque tampoco hay poesía sin ideas, sin visiones de lo esencial. Pero las ideas del poeta no son categorías formales, cápsulas lógicas, sino directas intuiciones de ser que deviene, de su propio existir." El oficio del poeta no es filosofar sino cantar.

Lo que inaugura Antonio Machado en la poesía de lengua española es la conciencia, y aun la defensa, de la poesía que se siente y se entiende no a partir de la reflexión (aunque reflexione), sino sobre todo de la conjunción de los sentidos; la poesía de la emoción que sabe hacer público lo íntimo, lo espontáneo del espíritu, sin que con ello se confunda la originalidad lírica con la confesión impúdica.

Desde su libro inaugural, Antonio Machado ofrece una clara lección de transparencia contra los oscurecedores de la verdad poética; lección de transparencia que en los últimos años de su vida formularía en sus proverbios y cantares con la humilde sabiduría de su alter ego Juan de Mairena: "¿Dijiste media verdad?/ Dirán que mientes dos veces/ si dices la otra mitad."

Al margen de su poesía, una de las reflexiones más iluminadoras sobre su estética y sobre el propósito de su obra lírica es la que formula en 1917, precisamente para una reedición de las Soledades y recordando la época en que escribió ese su primer libro.

"Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí –y reparad en que no me jacto de éxitos sino de propósitos– seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes."

Al cumplirse un siglo de haberse publicado por primera vez, las Soledades de Antonio Machado nos reiteran esa lección que, para la poesía, sigue siendo válida; lejos de la pirueta y la acrobacia verbales, en las antípodas de la oscuridad rebuscada y, por lo tanto, falsa. Machado sigue cantando desde el espíritu, y sus Soledades nos reiteran lo que una vez sentenció Juan de Mairena: "Sed originales; yo os lo aconsejo; casi me atrevería a ordenároslo. Para ello –claro es– tenéis que renunciar al aplauso de los snobs y de los fanáticos de la novedad; porque ésos creerán siempre haber leído algo de lo que vosotros pensáis, y aun pensarán, además, que vosotros lo habíais leído también, aunque en ediciones profanadas ya por el vulgo, y que, en último término, no lo habéis comprendido tan bien como ellos. A vosotros no os importe pensar lo que habéis leído ochenta veces y oído quinientas, porque no es lo mismo pensar que haber leído."