La Jornada Semanal,  domingo 23 de febrero  de 2003         416
(h)ojeadas
LA BUENA NECEDAD

VÍCTOR A. CRUZ CHÁVEZ

Víctor Martínez,
Fandango del pez de luna
(CD, 11 canciones),
Instituto Oaxaqueño de las culturas,
México, 2001.

Todo se confabula a veces para que surjan los encuentros que son verdaderamente esenciales. Y esa noche de 1999 las condiciones eran propicias: cuatro impertinentes noctámbulos, abundante cerveza y una puerta. Y, por esa puerta, con una guitarra en la mano derecha una botella de ron en la izquierda, apareció un hombre de fisonomía inabarcable. El recién llegado pronto soltó una carcajada cuya sonoridad cundió como un hiato en la serena arquitectura nocturna. Era un hombre cuya personalidad parecía desplazar a las otras, instaurándose sobre la mesa con rotundez. Dos o tres minutos bastaron para cerciorarme del temperamento sanguíneo de este ser cuyos aspavientos, charla ocurrente y jovialidad propiciaban una renovada atmósfera que amenazaba con prolongarse hasta las proximidades del alba.

No lo conocí personalmente hasta esa noche. Y sus disímiles rasgos se fueron mostrando a cada paso que dábamos en ese territorio en que la conversación alcanzaba grados extremos de inteligencia y humor. Cada palabra pronunciada por él era signo de que estaba atravesado por una pasión que se expandía indefectiblemente a lo largo y ancho de su humanidad, como si fuese el motor que determinara cada uno de sus pasos sobre la Tierra: la pasión de la música.

Víctor Martínez desenfundó una guitarra takamine, de la mejor marca, de la mejor sonoridad. Sus manos, que en un principio juzgué demasiado grandes y toscas para pulsar un instrumento de esa naturaleza, empezaron a recorrer el diapasón limpia y jubilosamente. Había maestría en esa manera de tomar el instrumento, un conocimiento que saltaba a la vista: armonías y ritmos complejos que dejaban en claro un tremendo oficio. Su canción "Desde entonces" nos obligó a guardar silencio. Provocó el efecto de toda buena obra: hizo que emergieran en cada uno de nosotros esos recuerdos soterrados que sólo afloran ante un estímulo que es capaz de extraerlos de aquellos estratos profundos de nuestra conciencia.

Y, precisamente, desde entonces, creímos en él. Porque descubrimos la integridad de su arte, el serio respaldo de su vocación cimentada en el conocimiento detallado de la tradición musical de nuestro país y, sobre todo, de Oaxaca.

Víctor Martínez sabe que la tradición musical está compuesta por una serie de hilos divergentes que han desembocado en un nudo multisonoro. Aquí y allá se evidencian las facetas de esa herencia que nos viene de muchos tiempos, de muchas razas y geografías. Porque a la música popular mexicana no sólo se añaden elementos españoles o indígenas, sino otros aun más remotos que la hacen un híbrido ingente. Y Víctor se impuso indagar en la vasta geografía musical mexicana, extrayendo ese conocimiento que le permitió entablar necesarios contactos con el pasado para aprovecharlos en este presente en el que la composición de música popular en Oaxaca cae en un estancamiento que no puede ir más allá de la repetición de esquemas ajenos por los cuales la llamada "nueva canción" se torna vieja y gastada a fuerza de los lugares comunes a los que han acudido no pocos de nuestros compositores e intérpretes.

Víctor Martínez comprendió muy temprano que si debía expresarse por medio de la música, era necesario hacerlo mostrando un rostro genuino y sin máscaras. Porque el enmascaramiento ha sido una equivocada vía para supuestamente alcanzar la universalidad, es la equivocada búsqueda de lo universal renunciando a lo concreto y peculiar. Es el querer ser otro anulándose a sí mismo

Trilce y Oaxaca, los sonidos de la lluvia fueron señal de que había un hombre enfrascado en dar voz propia a su música, en asimilar la tradición de éste y otros sitios para afirmar su individualidad y pertenencia al territorio en donde aprendió a nombrar las cosas, donde recogió las experiencias vitales del amor, el sufrimiento y la dicha. Porque Víctor Martínez sabe que es un organismo vivo compuesto de sangre, huesos y vísceras que han hallado alimento en esta tierra, y digo alimento en la mayor de las extensiones que esta palabra pueda alcanzar. Fandango del pez de luna es algo más que la confirmación de su talento, es la consolidación de un estilo de hacer música y la propagación de una conciencia creativa que sin duda influirá de modo favorable en una nueva generación de autores oaxaqueños.

La música de Víctor Martínez está compuesta por los jirones que integran toda verdadera obra: pedazos de su propia experiencia, elevaciones que la emparientan con el más puro júbilo o inmersiones a los sótanos en donde prevalecen y se generan los lazos comunes de nuestras tristezas. Pero, como ocurre con la buena poesía, las canciones de Víctor Martínez, como "Desde entonces" o "Milene", son capaces de trascender la vivencia personal y alcanzar la dimensión del mito, irguiéndose como patrimonio común, prestas a conmover apenas se les despierte.

Desde hace algunos años, Víctor Martínez ha hecho alianzas felices con otros músicos y compositores que, junto a él, están transformando esta particular disciplina en Oaxaca. Fandango del pez de luna no es sólo muestra de la buena necedad de Víctor por crear arte verdadero; es también constancia del virtuosismo de los otros músicos que lo hicieron posible.

Nacido en 1951, Víctor fue testigo del surgimiento de propuestas que, en los años setenta, sugerían un futuro promisorio para la música oaxaqueña. Años en que grupos como Yope Power o guitarristas como Salomón León, ingresaban al mundo del jazz apostando por la renovación y la adopción de técnicas vanguardistas. Ese periodo, sin duda, desemboca en la figura de Víctor Martínez, cuya vasta cultura musical encontró sustento precisamente al lado de esos personajes casi anónimos y contemporáneos suyos.

Trilce, Oaxaca, los sonidos de la lluvia y Fandango del pez de luna son el resultado afortunado de la apuesta de alguien que abandonó la ingeniería civil dando todo por la vocación del son.

Desde las ventanas de su casa, Víctor Martínez ha observado ese entorno donde él y su tradición conforman un universo cantable. Su música está hecha con los sonidos de la lluvia peculiares de esta tierra. Creo que para él no hubo momento más determinante que cuando, al pulsar la primera guitarra y aventurar la primera frase de una canción, dijo: "Esta y no otra es mi apuesta." •