La Jornada Semanal,   domingo 23 de febrero del 2003        núm. 416
Juan Carlos C. Rosas

Destrazos
(teorema en tres dimensiones)

Estoy trazando figuras geométricas sobre este papel; círculos, triángulos, polígonos, sólo me queda la esquina inferior derecha para llenarlo. Hace media hora espero a que Ifigenia suba a mi cuarto y, tal como me lo advirtió, ponga orden a este relajito de cosas. Lo que ella no sabe, es que es un aparente desorden porque todo está geométricamente plano fuera de su sitio. Mi calzado linealmente está como lo demás, en dos dimensiones y al mover el piso o movernos de lugar estratégicamente, queda solucionado el desmadre. Mis zapatos los he identificado como triángulos, el bote de la ropa sucia lo marqué con dos círculos encimados, el banco, que me sirve a veces de escalera, es un polígono irregular. La colcha con dibujos rectangulares y cuadrados está desaliñada pero, por lo mismo, cambiando de posición pasa por bien tendida. Lo único que me preocupa es el polvo que está arriba del librero y una telaraña que crece en una esquina superior de la puerta. Pronto estará repleta la hoja con mis trazos y tendré que utilizar su reverso. Esto de rayar papeles y hacer dibujitos es una manía que cuando me entra, no la puedo controlar (quizá soy un artista frustrado). Ifigenia fue clara y contundente: "Este cuarto debe estar ordenado antes, durante o después de que yo entre." No dejó prórroga, ni resquicio en el tiempo. Se adueña de mi pasado, mi presente y mi futuro cual sin más. Pero cuando llegue aquí, mi teorema dará resultado y esta será una muestra de mi mejor prestidigitación dimensional. 

Ifigenia tiene la manía de darle de comer a las palomas en su patio, las migajas que sobran del almuerzo. No tolera que las aves le desprecien el mínimo trozo. Cuando así lo hacen, las castiga dejándolas sin migas durante cinco días, hasta que se devoren lo esparcido. Ifigenia no soporta mis ironías ni mi indiferencia, ni cree mucho en la magia. Se desespera cuando invento silencios y prefiero contemplarla, guardando para mí sus detalles. A Ifigenia le acosa el sentido del deber y quiere aparentar autosuficiencia. Como muchas mujeres, se cubre con su velo de misterio. 

Miro mi reloj, el minutero ya marca un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto a la manecilla de la hora. La hoja está atiborrada de figuras. Me surge una duda; voltear el papel, ¿no alterará este plano de cosas? Oigo un timbrazo que me sacude repentinamente. Debe ser ella. En unos segundos le abrirán la puerta y cruzará el patio hasta la escalera en espiral que la traerá a mi cuarto. Mientras, me haré el desentendido y en el reverso de la hoja seguiré haciendo mis trazos. Se me antoja de pronto dibujar un cono, y luego un cubo; busco darle el efecto tridimensional y oscurezco sus costados hasta proyectar su sombra en la superficie. Ahora intentaré una esfera. Ya escucho sus pisadas en los escalones. Me preparo a recibirla con una anfitriona sonrisa y un "pensé que ya no venías". Por último, dibujo un cilindro y me quedo confundido al observar el papel como un espacio aislado entre mis manos. Inconscientemente he solidificado las figuras geométricas y el plano bidimensional de las cosas se ha modificado. Ifigenia llama a mi puerta con tres fuertes golpes. Mi única salvación está en voltear la hoja nuevamente y esperar que no haya sufrido ninguna alteración. Acudo a abrirle, hoja en mano, más azorado de lo previsto. Con su dulce sonrisa me saluda y estira el cuello intentando ver de inmediato el interior del cuarto. Resignado la dejo pasar y exclamo como un ilusionista que inicia su numerito: "Lo que tus ojos ven no es la realidad, es un engaño óptico. En un tris todo esto se transformará." Ifigenia, impaciente, me mira penetrándome hasta el alma (cuando ella me mira así me quedo sin habla y sin aliento, no sé si es por su carácter irreductible o por esta forma diferente de belleza que me trastorna) "¿Por quién me tomas, eh?", se sulfura levemente quitándose sus elipsoidales gafas. "¡No te hagas el payaso! Quiero que empieces a recoger este mugrero, ¡pero ya!" Sin perder la calma, a pesar de sus ojos fulminantes, hago uso de la hoja de papel que conservo en mis manos diciéndole: "Prepárate para ser testigo del mejor acto de magia que jamás hayas visto." Doy vuelta a la hoja con las figuras geométricas en el plano bidimensional hacia arriba. Como si fuera una revolvedora de cemento, en un segundo, damos un giro completo junto con el cuarto. La gravedad hace su desaguisado y nos envía al centro de la habitación bajo una lluvia de papeles, libros, calcetines, trusas, pantalones y objetos voladores no identificados por su cercanía. Creo que volteé muy rápido la hoja y las dimensiones contenidas entrechocaron. Ahora esto es peor que un chiquero. Anonadada y con las manos en la cabeza (cubriéndose de los últimos proyectiles provenientes del bote de la basura), Ifigenia me lanza una más de sus miradas, flagelándo me por completo. "¡Me quieres explicar qué carajos es esto!" Con una estúpida sonrisa, un madrazo en la oreja derecha, mi pijama de rayitas como turbante y una lata de cerveza apachurrada a mi costado, sólo atino a decirle: "¿Sabes?, es una larga historia, muy complicada, de..." "Tú y tus historias complicadas", me interrumpe enfadada.

Sin dignidad y contrariado por mi fracaso, arrugo con furia la hoja de los trazos fallidos y la lanzo por la ventana. Reflexiono después de haber tirado el papel hecho bola y tengo un mal presentimiento. Alrededor nuestro vemos desmoronarse el piso tragándose el mar de cosas que nos circundaba, la cama en forma horizontal cae como una alfombra mágica llevando encima un pedazo de mi guitarra y el banco casi intacto. Miramos al vacío donde los objetos rebotan desincronizadamente. Después del ruidazo, sube hasta nosotros una nube de polvo que nos envuelve y provoca un ataque de tos obligándonos a mover lo menos posible ante el riesgo de caer. Cuando se disipa la polvareda, Ifigenia me ve todo tiznado e inicia un recital de carcajadas convulsionándose de la risa, con lo cual tengo que sujetarla para evitar el desplome final. Ya más tranquila, me interroga secándose las lágrimas: "Y ahora, ¡cuéntame! ¿Cuál es esa historia complicada?" Yo respiro profundamente y miro hacia abajo.