La Jornada Semanal,   domingo  16 de febrero del 2003        núm. 415
Raúl Ugalde Álvarez
la guerra sucia

Aquel 12 de agosto...

Entre los presos políticos apretujados tras de la reja carcelaria destacaba Víctor Rico Galán, el brazo izquierdo en alto con la señal de la victoria y en la garganta las estrofas de La Internacional: "...a la lucha, proletarios, al combate final..." Despedían así a este compañero de lucha y de prisión que salía en libertad bajo fianza.

Quedaban atrás días, meses, años de confinamiento en la Sierra Maestra de Lecumberri (así llamábamos a la "Peni" en tono de autodenigración). Ahora, extra muros, acechaba una suerte de Ley Fuga plagada de acosos policiacos y judiciales.

Dos años y medio antes, el 12 de agosto de 1966, las fuerzas diazordacistas al mando de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Zerecero, jefe y subjefe respectivamente de la policía preventiva del Distrito Federal, allanaron en la Ciudad de los Palacios las escuelas de cuadros Hidalgo y Morelos del Movimiento Revolucionario del Pueblo (mrp), en el que militamos Víctor y yo. En el operativo policiaco fuimos aprehendidos medio centenar de compañeros, familiares y amigos.

Para mentalidades represivas, como la de Gustavo Díaz Ordaz y los suyos, las escuelas eran fortines amurallados; los ciudadanos, rebeldes; las palabras, armas ("sembradas", por cierto, truculentamente para apantallar a las galerías y orquestar el coro de los paniaguados).

Secuestrados e incomunicados durante nueve días, bajo los conocidos métodos inquisitoriales en vigor, fuimos consignados veintisiete compañeros ante el juez segundo de Distrito del Distrito Federal y declarados formalmente presos nueve de nosotros por los delitos de invitación a la rebelión, acopio de armas y conspiración: además de Víctor, su hermana Ana María y yo, los doctores Gilberto Balam Pereyra, Rolf Meiners y Miguel Cruz, el maestro de música Isaías Rojas Delgado, el ingeniero Gumersindo Gómez Cuevas y Carlos Aguilera Degadillo.

Por conspiración fueron inculpados y encarcelados: la doctora Yolanda Ortiz Ascensio, los maestros Pedro Medina Calderón, Juan Espino Aguilar, José Guadalupe Moreno Rentería, Ramón Sariñana y Filiberto Vázquez Mora, el luchador ferrocarrilero Roberto Miñón Corro, los pintores María Guadalupe Otero Medina y Raúl Prado Bayardi, los dirigentes campesinos Bonifacio Pérez Hernández, José Navarro López, Gonzalo Santillán Esquivel, Rafael Borges Echeverría, los obreros y empleados Raúl Gutiérrez Camacho, Sergio Mendoza López, Juan Oliverio Pérez Galicia, Alberto Chan Moreno, Artemio y Venancio Garay y el estudiante Eduardo Uribe Ayala.

Muestra significativa de los sectores sociales que integraban el mrp, el grupo de procesados representaba, además, un vasto espacio de la geografía del país.

Por otra parte, en la organización naciente estaban convergiendo maestros, ferrocarrileros, petroleros de los movimientos reprimidos a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, grupos de la Central Campesina Independiente secuestrada y desgajada por Gustavo Díaz Ordaz, contingentes y militantes del Movimiento de Liberación Nacional, desmantelado en vísperas de la campaña presidencial de 1964, maestros de las escuelas normales rurales de la República y miembros y simpatizantes del Frente Electoral del Pueblo (fep) que postuló como candidato a presidente de México al profesor Ramón Danzós Palomino, egresado de la escuela de El Quinto, Sonora, y uno de los tres secretarios generales de la cci, impulsando en el país una movilización de las fuerzas populares sin paralelo en las últimas décadas.

Justamente el mrp venía a asumir de manera permanente el batallar político y social del fep que ciertos intereses pretendían limitar a episodios meramente electorales. Bajo el despotismo diazordacista, logramos contener la represión en los límites de las escuelas Hidalgo y Morelos, manteniendo a salvo la base militante del Movimiento. Pero el golpe sufrido en una fase temprana de nuestro trabajo organizativo decapitó prácticamente al mrp y condujo a la dispersión de las fuerzas comprometidas.

Ya constituido el Movimiento, a finales del ’64, conocí a Víctor, a quien leía puntualmente en las páginas de las revistas Siempre! y Política. Nos encontramos en una residencia campestre de Cuernavaca, en medio de una reunión social de artistas e intelectuales mexicanos, centroamericanos y norteamericanos. De entrada, nos enfrascamos en una de tantas escaramuzas bizantinas que se estilaban en esos tiempos, para caer casi de inmediato en la cuenta de lo que hacíamos, él contrariado, y yo hastiado. Fue aquella nuestra primera y última discusión en las alturas dialécticas.

Meses después, aterrizamos en el proyecto del mrp y me acompañó a asambleas de comunidades y colonias del Distrito Federal, Estado de México y Morelos. El encuentro en Santa Cruz de Juventino Rosas, Guanajuato, con la gente de Crispiniano Alvarado selló una alianza entrañable con nuestras raíces. De sus palabras a aquellos campesinos se me grabó el saludo de "compañeros" y la emoción y sencillez de su compromiso de lucha.

El anatema oficial contra los "conjurados" del mrp, reos, además, de incitación a la rebelión (nunca se supo cómo y a quiénes incitamos) y, a mayor abundamiento, pertrechados hasta los dientes con armas imaginarias, concitó el manido concierto de vituperios de la prensa "libre" contra los enemigos del buen gobierno, guardián de las instituciones republicanas y democráticas.

Fue la oportunidad de oro para quemar incienso al soberano del paraíso priísta, donde "todo es vida y dulzura", como recitó textualmente ante los reporteros Lázaro Rubio Félix, un dirigente del Partido Popular Socialista (La Prensa, 17/viii/66). Le hizo segunda un "vocero" del pan. Se mofaba de "la revolucioncita en las colonias Roma y Tacubaya" atribuida al mrp con sarcasmo endosable, obviamente, al Señor Presidente y a sus sabuesos y "genios" de la desinformación.

Sin embargo, en aquel coro desentonaron publicaciones como Política y Sucesos para Todos, organizaciones –estudiantiles en su mayoría– y personalidades como don Ermilo Abreu Gómez, Renato Leduc, Manuel Marcué Pardiñas, el caricaturista Rius, el general Ignacio Ramos Praslow y muchos más.

Desde las páginas de Política, el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas denunció que en la represión contra el mrp "el gobierno ha violado una vez más con su ya habitual desprecio a las leyes del país, los más elementales derechos constitucionales que teóricamente nos amparan a todos los mexicanos". Y cuestionó al procurador general de la República si el proceso contra los presos del Movimiento no sería también "contra las libertades políticas de todos los mexicanos empeñados en buscar soluciones justas a los enormes problemas sociales, económicos y políticos que agobian a nuestro país... [y] contra la esencia misma de la tradición democrática y revolucionaria del pueblo mexicano" (Política 152, 15/viii/66).

Condenaron también la represión del 12 de agosto organizaciones como: Alianza de Izquierda Revolucionaria de Economía (unam), Brecha Estudiantil (Normal Superior), Comité Pro-Reforma Universitaria (Medicina, unam), Estudio y Lucha (Normal de Maestros), Fracción Estudiantil del Partido Obrero Revolucionario, Frente Revolucionario de Acción Democrática (Ciencias Políticas, unam), Grupo Miguel Hernández (Filosofía, unam), Grupo Progresista de Ingeniería (unam), Grupo Revolución (Escuela Nacional Preparatoria), Grupo Rubén Jaramillo (Escuela Nacional Preparatoria 3), Liga Obrera Estudiantil (Ciencias Políticas y Sociales, unam), Partido Estudiantil Socialista de Economía (unam), Partido Estudiantil Socialista Revolucionario (Ciencias Políticas, unam), Unión de Lucha Estudiantil de Ciencias (unam).

Estas agrupaciones denunciaron la violación, por parte del gobierno, de los preceptos constitucionales que consagran las libertades de expresión, de reunión y de asociación y las garantías de legalidad. Y exigieron "la libertad inmediata de los presos políticos, sindicales y agrarios, incluyendo a Vallejo y sus compañeros, a Gilly y sus compañeros y ahora a Rico Galán, Ugalde y sus compañeros, así como a los demás que han sido detenidos en todo el país en condiciones análogas".

Por su parte, la revista Siempre! de José Pagés Llergo dedicó el editorial del número 689 al "pequeño incidente policiaco" en que se vio involucrado su prestigiado colaborador Víctor Rico Galán y "cincuenta desesperados, cincuenta apóstoles, cincuenta santos o cincuenta villanos". La cabeza "México no es ínsula de gorilas" sintetizaba cabalmente la apología de un México que "no es hoy tierra de aventurerismo político" y de "un gobierno surgido de unas elecciones sin fraude, sin pólvora y sin represiones". Pese a la catilinaria contra los "dogmáticos", Siempre! ofreció a Rico Galán la tribuna para que expresara su opinión, lo que hizo nuestro compañero también a nombre mío y de Rolf Meiners y Miguel Cruz, a quienes le fue posible consultar.

"Invitado por (Raúl) Ugalde –escribió Víctor–, colaboré con él y con otros amigos en la tarea de dar consistencia al mrp, que es una organización lícita, que se propone ampliar la conciencia social y política de nuestro pueblo; que no parte de un dogma ideológico determinado, sino que busca en el pueblo su propia raíz; que no tiene una línea política estrecha y rígida, sino que la extrae de la experiencia viva de los hombres y las mujeres de México. Prueba pública de todo ello la constituye el hecho de que, entre los presos, figuren representantes de todos los sectores: campesinos, obreros, estudiantes, profesionistas... Y prueba adicional, la ancha porción de nuestro mapa que cubren esos hombres y esas mujeres." Y a continuación afirmaba: "No me arrepiento de haber colaborado con Ugalde y con el mrp. No me arrepiento, sino que me siento orgulloso."

Sobre el delito de invitación a la rebelión que se nos endilgaba, dejó establecido: "Jamás lo hemos cometido y, por el contrario, es claro que los gobiernos que padece México, desde Ávila Camacho hasta la fecha de hoy, han venido, no invitando, sino incitando a la rebelión." Y tras una extensa relación de políticas y actos oficiales contra el pueblo, concluía: "Todo eso es incitar a la rebelión. Lo es también impedir que los ciudadanos se reúnan para discutir libremente los problemas del país [...]; que sea imposible organizar movimiento alguno de oposición sin que la represión más inicua lo frustre; que se hable de todas horas de democracia y Constitución, cuanto se destierra la una y se pisotea la otra."

"No, nuestro delito –reiteraba– no es incitar a la rebelión, ese es el delito del régimen. Nuestro delito es creer, con firmísima convicción, que el pueblo debe tomar el poder; que el pueblo debe gobernarse a sí mismo; que el pueblo debe instalarse en el Palacio Nacional."

Luego de manifestar que "asumimos enteramente la responsabilidad de estar con el pueblo", concluyó nuestro compañero: "En cuanto a nosotros estamos presos, pero ni toleraremos impasibles que se oprima al pueblo, ni eludimos nuestras responsabilidades, ni pedimos gracia. Somos, y no esperamos otro título, mexicanos con dignidad."

En aquel clima de linchamiento y quema de brujas, los presos del 12 de agosto tuvimos, no obstante, la solidaridad de nuestros familiares y amigos, como Judith Reyes, compositora y cantante de protesta de voz prodigiosa, Raúl Álvarez Encarnación, Guillermo Mendizábal Lizalde, Elena Garro, Alonso Aguilar, Fausto Trejo y María Luisa Guerrero (compañeros de lucha del Movimiento de Liberación Nacional y del Frente Electoral del Pueblo), Raúl Palacios Sánchez, Rafael Estrada Villa, Carlos Pacheco Reyes, Salomón Eluani, Mario Menéndez Rodríguez, Serapio Casas, Raúl Peña Garibay, Benjamín Ugalde Ramírez.

A nuestra defensa jurídica se aprestaron los licenciados Jesús María Aguirre Martínez, José Rojo Coronado, Juan Manuel Gómez Gutiérrez, Adán Nieto Castillo, José Gonzalo Saavedra, Guillermo Calderón y luego se incorporó el destacado jurista Enrique Ortega Arenas.

Para quien fue mi maestro y rector del Seminario Tridentino de Morelia, a la sazón obispo de Ciudad Victoria y más tarde arzobispo de Monterrey, don José de Jesús Tirado, la liberación de su ex discípulo y compañeros de prisión se convirtió en un verdadero apostolado, hasta conseguir de los magistrados del Tribunal Colegiado del Circuito de Puebla un fallo favorable, exonerando del delito de invitación a la rebelión a quienes recurrimos a esta instancia.

Ante el agravamiento de los problemas nacionales, en vez de satisfacer los justos reclamos populares, un régimen en plena decadencia apostaba a la represión sistemática y a los palos de ciego. A los presos heredados del gobierno lopezmateísta: Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Santos Bárcenas, Fernando Arizpe Díaz (amigo entrañable y vecino de celda), pronto ligó Gustavo Díaz Ordaz la pesada cuerda de víctimas de su vesania represiva.

En la crujía N ya encontramos, en agosto de 1966, a Adolfo Gilly, Óscar Fernando Bruno, Tito Domínguez Lara, Genaro Jongitud... Y luego de la redada del mrp, continuaron las oleadas: en julio del ’67 cayeron en prisión Adán Nieto Castillo (antes nuestro abogado defensor), Daniel Camejo Guanche, Enrique Moreno, Pablo Alvarado (asesinado en Lecumberri) y otros.

En agosto de ese mismo año, los petroleros Augusto Danglada Ríoz, Pablo Ramírez Salazar, Ramón Sánchez Maza, Alberto Cárdenas Pérez, el abogado Mario Pérez Marín y otros. En noviembre siguiente, Mario Rechy Montiel, Luis del Toro, Enrique Condés Lara, Antonio Gershenson... En el ’67 llegaron también José Luis Calva y el licenciado Juan Ortega Arenas, dirigente de la Unidad Obrera Independiente, y tras unos meses de calma chicha, las marejadas de julio de 1968 arrastraron a la cárcel a Gilberto Rincón Gallardo, Roberto Miñón Corro (reincidente), Arturo Ortiz Marbán, Mario H. Hernández, Pedro Castillo, José Oviedo, Arturo Zama, Gerardo Unzueta, Eduardo de la Vega, licenciado Adolfo Mejía, ingeniero Salvador Sáinz Nieves, Juan Ferrara, Joaquín Prócoro Gómez Trujillo, Luis Aguilar...

El dirigente estudiantil Salvador "el Pino" Martínez Della Roca fue aprehendido en agosto del ’68, y luego Manuel Marcué Pardiñas, a pocos días del holocausto de Tlatelolco con su secuela de sangre y barbarie.

Insaciable, el verdugo "olímpico" atiborró las cárceles con los sobrevivientes del genocidio del ’68: Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, José Piñeiro Guzmán, Carlos Andrade Ruiz, Leobardo López, Saúl Álvarez Mosqueda, Eli de Gortari, Fausto Trejo, Pablo Gómez, Luis González de Alba, José Revueltas, Joel Arriaga, Carlos Sevilla, Arturo Martínez Nateras, Rodolfo Echeverría "Chicali", Amada Velasco, Adela Salazar y tantas y tantos más...

Luchadoras y luchadores de siempre unidos en el movimiento estudiantil-popular del ’68, en las calles, en las plazas, en los anfiteatros, en las cárceles y en las batallas futuras hasta el triunfo final. En el crisol del ’68, desde la crujía N del Palacio negro de Lecumberri, Víctor Rico Galán mantuvo su compromiso con el estudiantado y con el pueblo. "La perspectiva de desarrollo del movimiento que hoy encabezan los estudiantes está en los trabajadores", escribía en la carta del 12 de agosto de 1968 publicada en La Gaceta, órgano informativo del Comité coordinador de Huelga de la unam.

En otra carta, del 26 del mismo agosto, dirigía un menaje premonitorio:

"El pueblo no podrá luchar por sus intereses inmediatos ni por su interés histórico, el socialismo, si no se organiza. Conquistar el derecho a la organización es el objetivo central del movimiento estudiantil."

Y reiteraba esta convicción en una tercera carta, del 9 de septiembre siguiente: "el objetivo general que se persigue [es] la conquista de los derechos democráticos del pueblo trabajador, el derecho a la organización independiente." Planteaba Víctor que "el movimiento ha llegado al límite que le impone su propio programa" y abogaba por ampliarlo sin "modificar el rumbo [...] a todo el pueblo [...] a fin de que [...] pueda luchar por sus objetivos [...] organizadamente".

Las cartas de Rico Galán sobre el desarrollo, las limitaciones y las perspectivas del Movimiento estudiantil del ’68 plantean una tesis insoslayable para la comprensión de esa etapa de nuestra historia. Su vinculación íntegra con los movimientos sociales y políticos de los años sesenta, que repuntaron en 1988 y en la década final de este siglo, inserta a Víctor Rico Galán entre los artífices de la democracia en México.