Naief Yehya CLAUSEWITZ Y MARINETTI EN LA FILOSOFÍA BÉLICA IMPERIAL
La guerra era concebida por Clausewitz como un compromiso entre Estados que, a pesar de tener intereses irreconciliables, acordaban respeto a la diplomacia, a los tratados legales y a la soberanía nacional. Esta guerra "civilizada" se peleaba con un alto grado de disciplina militar y en estricto respeto a las convenciones reconocidas. El propósito de la guerra en la fantasía clausewitziana era servir a una finalidad política; no obstante, la naturaleza de la guerra es tan sólo perpetuarse a sí misma. Clausewitz era un guerrero y una historiador que de no haber estado cegado por sus ideales, hubiera sabido por experiencia propia que la guerra a la que se refería era una rareza en la realidad. De hecho, desde principios del siglo XIX ya existía una distinción entre la guerra real y la guerra verdadera, siendo esta última sinónimo del ideal clausewitziano de obediencia total a la autoridad, valor, coraje, auto sacrificio y por supuesto honor.
Tras la revelación de Moltke, De la guerra se tradujo a numerosos idiomas e influenció a toda Europa. John Keegan apunta en A History of Warfare, que la propuesta de Clausewitz era que los Estados que hacían de la guerra un fin en sí mismo debían tener más éxito que los que trataban de moderar su carácter por propósitos políticos. Y esta idea condujo en un momento dado a que el siglo más pacífico en la historia europea culminara con la aparición de la sociedad guerrera más poderosa en la historia de la humanidad. Para julio de 1914, más de cuatro millones de jóvenes uniformados estaban listos para entrar en combate. En agosto de ese año el número alcanzaba los 20 millones y las bajas de la guerra sumaban decenas de miles. Keegan señala que Clausewitz fue sin duda el padre ideológico de la primera guerra mundial, y que la obsesión de la "guerra verdadera" fue central en una masacre en la que la política jugó un papel meramente secundario y que sólo pudo culminar cuando las naciones europeas perdieron la capacidad de seguir peleando. No menos inquietante es la visión de la guerra que tenían los futuristas italianos, en particular F.T. Marinetti, quien la veía como un fenómeno natural y un impulso vital para la higiene del mundo. Para Marinetti, quien peleó la guerra colonial de Etiopía y la segunda guerra mundial, el sufrimiento humano pierde la centralidad ante el espectáculo estético de las máquinas de exterminio y el dolor es reemplazado por el placer orgásmico. En la fantasía de Marinetti, la guerra es presentada como una explosión de imaginería sexual (someter un objeto informe, y por tanto femenino, con el poder del sujeto masculino) e incluso de la procreación: "la guerra es al hombre lo que la maternidad es a la mujer". La guerra era representada como la liberación de la influencia perniciosa y debilitante de la mujer. Como propone Cinzia Sartini Blum, al unir sexo y violencia, muerte y placer, Marinetti creó una imagen deseable de la guerra, cumpliendo así con una función propagandística indispensable para alimentar la fascinación del fascismo.
Keegan escribe que los teóricos del poderío nuclear "encontraron en Clausewitz una filosofía y un vocabulario del extremismo militar listos para usarse ". Y más adelante señala que en la era atómica los ciudadanos de los países con armas nucleares han desarrollado una lógica esquizofrénica, ya que por un lado creen que la vida humana es invaluable, que el respeto a los derechos individuales es fundamental y que la democracia es el mejor régimen posible, mientras por otro lado aceptan que para proteger estos valores deben subordinarse a la autoridad de un líder que controla armas capaces de evaporar sociedades enteras. Como escribe Russell Weigley, "la guerra no se convirtió en una extensión viable de la política, sino en la bancarrota de la misma". La guerra de Vietnam representó la primera gran derrota de esta nueva forma de concebir el conflicto armado. No obstante, el triunfo no fue del todo glorioso. La humillación del imperio tuvo un precio enorme para los vietnamitas, quienes perdieron más de un millón de vidas, su país quedó en ruinas, su ecología devastada y su economía destruida por generaciones. Algo semejante, toda proporción guardada, le sucedió a la extinta Unión Soviética en Afganistán. De ambos lados de la cortina de hierro la guerra perdió popularidad. La gran maquinaria de guerra demostró ser falible. Los conflictos armados de la segunda mitad del siglo XX se caracterizaron en que el poderío tecnológico no fue directamente proporcional a los resultados obtenidos por la vía de las armas. Así, la frustración de no poder cumplir con los objetivos, ya sea someter a las insurrecciones armadas de Centroamérica, limpiar étnicamente Bosnia u ocupar el sur del Líbano, se ha traducido en el uso desproporcionado de la fuerza y en la aplicación de métodos de represión extremadamente crueles y brutales con la intención de romper la voluntad de resistir.
En estas guerras recientes no se han usado aún armas de destrucción masiva (aunque los misiles de uranio empobrecido son armas nucleares con consecuencias desastrosas a largo plazo), pero se han caracterizado por haber introducido un nuevo vocabulario digno de las alegorías futuristas de la destrucción y la tecnología, en el que los muertos se transforman en aséptico daño colateral, los misiles Tomahawk son inteligentes, los scuds son malignos y las máquinas de guerra no son destruidas sino asesinadas. A las guerras imperiales de las últimas décadas del siglo xx se les ha manufacturado un aura de humanismo (capturar tiranos como Hussein o Noriega, salvar a los kuwaitíes, rescatar a los musulmanes bosnios y kosovares, emancipar a los afganos o proteger al mundo del incontenible arsenal iraquí) con lo que se han velado la obvias intenciones clausewitzianas y la euforia marinettiana de la expansión geopolítica estadunidense en la era de la posguerra fría. En estas condiciones ser pacifista ha pasado de ser una postura digna a ser una actitud antihumanitaria y egoísta. Resulta lamentable que tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, la ambición delirante de Washington haya dado lugar a una guerra sin fin disfrazada de guerra en contra del terrorismo, una cruzada contra el mal selectiva y oportunista cuyas consecuencias serán desastrosas para la humanidad, ya que nos hundirán en una lógica de fanatismo religioso y de guerra verdadera de la cual sólo podremos liberarnos cuando por una u otra razón perdamos toda capacidad de seguir peleando. |