Muchas cabezas,
Nuevamente se escuchan los tambores de la guerra y la lanza está ya clavada en la pared del senado imperial. Sabemos que, en general, la guerra no tiene explicación suficiente y que en su fondo se agitan los intereses de los señores del dinero y las indecencias del poder imperialista. En este panorama de amenazas y de pavorosos preparativos, Bush y sus empleados, Blair, Aznar y otros menores, acumulan armas casi de ciencia ficción y una retórica cada vez más falsa y francamente increíble, pues todos sabemos cuáles son sus intereses y sus intenciones. Nuestros autores nos entregan, en este número que no hubiéramos querido hacer, distintos datos y enfoques sobre la guerra. Resulta doloroso tener que analizar de nuevo los peores aspectos de la conducta de algunos miembros violentos, crueles, voraces, avariciosos y soberbios del grupo zoológico humano. Consuela saber, por otra parte, que muchos miembros de la sociedad civil de varios países están ya defendiendo los valores de la racionalidad.
Una vez firmados los acuerdos de paz, tras la división del mundo en dos bloques en franco conflicto, encabezados por Estados Unidos y la urss, la posibilidad de una guerra nuclear que en la cronología bélica del siglo pasado hubiera sido la tercera guerra mundial apareció en el temeroso imaginario colectivo como la mejor abstracción del fin del mundo: una visión apocalíptica en la que un enorme hongo radiactivo se expande en el horizonte al tiempo que arrasa con la vida en el planeta. Y la voz interior del paranoico terrícola le atormentaba: Basta con que uno (presidente en turno de Estados Unidos o la Unión Soviética) apriete el botón (que debía ser rojo) para que se acabe el mundo. GUERRA FRÍA DE CELULOIDE
Uno de los casos más burdos de esta receta argumental es la serie de dibujos animados Rocky y Bullwinkle, ficción sobre las aventuras de dos heroicas bestias (una ardilla voladora y un estúpido para algunos simpático alce que no rebuzna porque el guionista lo considera inverosímil) que salvan a los gabachos de los macabros y oscuros planes de Boris Malosnov traducción de un apellido en inglés más que explícito: Badenough, o sea "suficientemente malo", y Natasha Fatal. La caricatura es tan manipulabobos como la famosa pelea de Rocky, el boxeador de las barras y las estrellas, contra el temible Iván Drago. Como decía, ejemplos como éste abundan en la cinematografía estadunidense y no omito al superespía británico James Bond, único competidor europeo del héroe gringo, e incluso hay personajes gringófilos que llegan a ser mucho más azotados que el mismo Bullwinkle. En síntesis: durante la guerra fría, incluso en los últimos años ochenta, la amenaza nuclear existía sólo en la lógica de una guerra entre naciones. El orden mundial bipolar así lo dictaba. Ni siquiera los guionistas más visionarios de Hollywood se imaginaron, en tiempos de Ronald Reagan y George Bush, que sus belicosos petroaliados árabes, Osama Bin Laden (en la guerra de Afganistán) y Saddam Hussein (en la guerra Irak-Irán), se convertirían, el primero, en el autor intelectual de los atentados terroristas más impactantes de la historia y cabeza de una compleja organización antiestadunidense de la que se sospecha pueda fabricar pequeñas bombas nucleares; y Saddam, en el dictador archienemigo de la libertad, acusado de fabricar armas de destrucción masiva, y que hace algunos años amenazó de muerte al presidente George Bush, papi del actual vengador que gobierna en Estados Unidos. FRANKENSTEIN BOINA VERDE
LA AMENAZA BIFURCADA Después de la desintegración de la urss, la amenaza de una tercera y última gran conflagración mundial, con bombas nucleares y rayos láser disparados desde el espacio, se disipó de las mentes de millones de personas en todo el mundo. Y la voz interior del inocente e iluso terrícola dijo: No habrá tercera guerra mundial en el año 2000... adiós a la bomba atómica. Pero la amenaza nuclear regresó pronto en realidad, nunca desapareció a la escena mundial: oculta como laboratorio militar israelí, hermética como informe de la CIA, escurridiza como terrorista de Al Qaeda, fanática como musulmán en Cachemira, incierta como rumor coreano, inmoral como traficante ruso, futurista como proyecto espacial antimisiles. Enriquecida como el uranio, la amenaza nuclear se destajó en múltiples aristas.
Es muy probable que Irak y Corea del Norte dispongan de armas de destrucción masiva incluidas, en el caso de Norcorea, algunas cabezas atómicas; a nadie le consta, pero estamos de acuerdo en que esto sería un verdadero peligro para la humanidad. Sin embargo, resulta mucho más preocupante saber que el unilateralista y belicoso Bush tiene más cabezas atómicas que neuronas en el cerebro, y que el uso que pueda hacer de unas y otras sea inversamente proporcional. Estados Unidos cuenta con alrededor de diez mil cabezas nucleares, lo suficiente para arrasar hasta con las cucarachas. Eso es mucho, pero mucho más peligroso para el ser humano que cualquier comando terrorista, el fentanil de Putin o el famoso gas VX de Hussein. Con los arsenales nucleares de Estados Unidos, Israel, Rusia, Francia y China (suman más de 15 mil cabezas nucleares), la amenaza de una guerra nuclear, o de la explosión de una o algunas bombas atómicas, permanece tanto o más viva que en tiempos de la guerra fría. Me preocupan la India y Pakistán, me asusta el tráfico y venta de sustancia nucleares a grupos terroristas, me aterra Israel, o mejor dicho, Ariel Sharon... pero me quedo mudo ante la agresividad del único país que ha utilizado armas nucleares en una guerra y que se dice dispuesto a todo con tal de defender sus cuestionables intereses. El domingo 19 de enero, el diario español El País publicó un brillante reportaje que los editores cabecearon con tal acierto periodístico que hasta me suena a título de película serie b: "El retorno de la bomba" (una foto de una explosión de prueba de una bomba de hidrógeno ilustra la plana un hongo gigantesco). Si en lugar de un reportaje, El retorno de la bomba fuera el título de una película de acción maquilada en Hollywood, ya sabemos que el héroe sería un gringo patriota tipo Ben Afflek, un duro agente de la cia dotado de inteligencia, carisma y músculos, quien, junto con su amante, digamos, Jennifer López (espía del Mossad) y su compañero negro, que podría ser Denzel Washington, salvan al mundo libre de un comando de terroristas musulmanes (iraquíes, pakistaníes, palestinos) que pretende hacer estallar una pequeña bomba atómica en la Universidad de Harvard, donde, por cierto, estudia el primogénito del presidente norteamericano. En el entramado del tráfico de sustancias nucleares aparece un coreano (adicto a la cocaína), un ex militar ruso (sin escrúpulos), dos colombianos y todo un cartel de traficantes mexicanos, entre ellos, un espía infiltrado de la dea cuyo trabajo resulta clave para frustrar el plan (Si Tim McVeigh regresara de la muerte y viera esta película, sin duda se alistaba de nuevo en el ejército para dar el segundo round en Irak). Total, no está de más alertar sobre la capacidad destructiva del arsenal nuclear de las principales potencias militares, en particular el de Israel, país que, igual que Corea del Norte (sospechoso de tener B.A.), India y Pakistán, se ha negado a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Y del ABM, ni qué decir; ese acuerdo, como diría un cínico priísta que conozco, está más frío que el cuerpo de Muñoz Rocha. |