Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 14 de febrero de 2003
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Política

Horacio Labastida

La práctica del poder único

Las crecientes y aterrorizantes amenazas que a diario lanzan los miembros de la alta burocracia de la Casa Blanca, presidida por George W. Bush, obligan a reflexionar profundamente en el significado del poder único que de manera cíclica ha mutilado o destruido los valores humanos que alientan y encauzan la civilización. No se trata de ocultar el mal político intrínseco que anima la tiranía; por el contrario, junto con su condenación búscase mostrar que la barbarie es la acompañante sine qua non de los procesos históricos que encumbran las brutales dictaduras. Sucedió en los tiempos en que los dorios de Laconia, expansionistas y militarizados hasta las entrañas, conquistaron Mesenia en el ocaso del siglo viii adC, e implantaron su hegemonía en la Grecia clásica luego de derrotar a Atenas durante el cuarto de siglo que contempló la guerra depredadora del Peloponeso (431-405 adC), ejemplo que encierra en sí el perfil sustantivo del poder único que en plena edad ateniense dinamitó la democracia ciudadana fundada por Pericles, y la excelsa cultura forjada en la Academia de Platón (427-347 adC) y en el Liceo de Aristóteles (384-322 adC), llamado El Estagirita.

ƑCuáles fueron las características de ese perfil opresor? Antes que nada, la desvelación de una verdad apodíctica, la supremacía inapelable de la elite espartana, asentada tal verdad en una fuerza militar invencible. Por supuesto, la verdad apodíctica y sus armas implicaron a la vez la total sumisión de los pueblos y la puesta de su riqueza al servicio de la monarquía lacedemonia.

La aristocracia espartana, recuérdese, fue una angosta minoría gozosa en un mar infinito de miseria ilota. Pero la historia no concluyó con el establecimiento de la hegemonía guerrera. En la batalla de Leuctra (371 adC) un poder militar superior, el tebano, quebró el orgullo espartano, disipado al verse incluido, por la fuerza, en la Liga Aquea (c. 192 adC), cuyo destino transformaría Esparta en provincia romana, destruida por los visigodos en el siglo iv dC. Su poder único se halla sepultado ahora entre ruinas de la Acrópolis, el teatro y los templos romanos que aún pueden mirar afanosos turistas.

Desafortunadamente el modelo dorio se ha repetido desde que Alejandro Magno en Macedonia, Augusto al olvidar las prédicas republicanas de Cicerón, y el franco Carlo Magno, hijo de Pipino el Breve y sus entendimientos con el Vaticano, enarbolaron la triste bandera de un poder único que no salvó ni la erudita Alejandría ni los acuerdos de Constantino con los cristianos ni tampoco la escuela palatina de los sabios dirigidos por el abad de San Martín de Tours, el humanista Alcuino (735-804 d C). Es decir, los hechos acreditan que el poder único no es ni nunca será el fin de la historia, según pretendió demostrarlo Francis Fukuyama en The end of history and the last man (1992), redactado después de la estrepitosa caída de la Unión Soviética, libro en el cual resplandece un acierto que el autor colocó en la parte final del capítulo titulado Vejez de la Humanidad. En este lugar asevera que no hay democracia sin democracia, verdad evidente hasta nuestros angustiantes días.

Acontecimientos ajenos y propios exhiben que no hay equivocación alguna. Igual el Santa Anna centralista de 1834, adversario de la Federación que sancionó el Constituyente de San Pedro y San Pablo, y el que instauró la última dictadura de 1853, que Victoriano Huerta y su Estado criminal (1913-14), fulminado con la palabra del heroico senador chiapaneco Belisario Domínguez (1863-1913), son movimientos que prueban que en nuestra patria tampoco se perpetúan los poderes únicos que en éstos y otros casos más han herido los sentimientos nacionales de libertad y justicia social. Y lo mismo sucede en recientes anales de la vida. La Prusia de Guillermo i y el príncipe Bismarck, emperador el primero y canciller del segundo Reich el otro, cultivaron el temprano y moderno poder único que condujo al desastre que comandó el kaiser Guillermo ii en 1918. Pero las cosas no quedaron aquí. Adolfo Hitler se adueñó de la cancillería germana en 1933, liquidó la República de Weimar (1918-33) y declaró el nuevo poder único nazi que 12 años después hundiría la tierra de Goethe, Beethoven y Marx, en la desesperación que ha consumido las esperanzas de no pocos pueblos.

El poder único se establece, se harta de soldados y cañones ultrasofisticados de superdestrucción masiva, cultiva microbios mortales y gases paralizantes, y a pesar de esto declina no sin dejar océanos de sangre y dolor. Sin embargo, las elites olvidan la lección. Estados Unidos, burlando las ilusiones de quienes suscribieron la Declaración de Independencia (1776) y la Constitución de 1787 y sus enmiendas libertarias, dueño de armas de máximo poder letal no concebidas nunca antes, atemoriza al mundo con una guerra contra todos los hombres y países que no piensen del mismo modo que el círculo ejecutivo del gobierno de Washington. La afirmación de su presidente: quien no esté conmigo está contra mí y debe ser inmolado, es el mismo estandarte del poder único que, en nombre de los poderes económicos y políticos asociados, levantan o han levantado una bandera avasallante de los otros. Mas la experiencia está a la vista. Nunca jamás el poder único ha logrado hacer del hombre un hombre unilateral. Los siglos hacen constar que en las luchas lo humano triunfa sobre lo animal a pesar de todo. Así sucederá hoy.

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