Jornada Semanal, domingo 9 de febrero del 2003                núm. 414

LUIS TOVAR


EL CUENTO QUE NO SE HA CONTADO

Ya va para un año que se exhibió por primera vez Cuento de hadas para dormir cocodrilos, segundo largometraje del también guionista Ignacio Ortiz Cruz, producido por Juan Carlos Prieto, Malayerba Films, Conaculta e imcine, con el apoyo del Foprocine. El filme debutó de buen modo en la pasada Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara; más adelante fue inscrita para concursar por los Arieles y se llevó una buena cantidad de ellos; durante todo el año pasado hizo la ruta habitual de festivales, corriendo una suerte de regular parriba, y ni así los ínclitos detentadores de la exhibición de este país tan dado al ninguneo y la confusión de criterios a la hora de elegir qué se proyecta y qué no –y cuándo, y en qué medida, y etcétera–, han tenido a bien considerarla en su programación comercial, a fin de cuentas la única vía para que una cinta con las características de Cuento de hadas... no sea conocida solamente por un puñado de especialistas y habitués, es decir, por quienes hasta el momento ya la han visto.

Mientras esta cinta sigue juntando polvo dentro de su lata, la cartelera mira desfilar una tras otra cualquier producción que se importa, se promociona y se exhibe de acuerdo con un criterio mercadotécnico idéntico al que se estila usar, desde hace más de cuarenta años, con perfumes, bebidas espirituosas, relojes y lo que a usted se le ocurra: si vendió en Estados Unidos y en Europa, también venderá en Mexicalpan, cómo chingados no. El ejemplo más reciente se llama Casarse está en griego, variante folclórica de un tema cinematográfico más trillado que el pasto del Estadio Azteca: el novio que por amor a su prometida se somete al rito de iniciación que implica ser aceptado por la familia de ella. Para no abundar en ejemplos, recuérdese solamente La familia de mi novia, uno de los más frescos churros del ahora bastante mediocre Robert De Niro, donde hace de jubilado ex agente de la cia y obliga a su futuro yerno a entrar en el aro de sus muy personales costumbres y manías. La misma gata, nomás que agriegada... ¡Ah!, pero como Casarse... "triunfó" en Estados Unidos –léase: produjo mucho más dinero del que cualquiera se imaginó–, había que traerla as soon as possible; total, es tanto nuestro agringamiento, sobre todo en cine, que si gustó allá, ¿por qué no va a gustar acá?

QUIÉN LE MANDA HACERLO BIEN

Debe ser por anticonvencional y poco proclive a la recuperación económica que Cuento de hadas... no ha encontrado eco. En el reparto no figura ni un solo nombre vendedor –el más conocido es el de Luisa Huertas–, y la trama no tiene nada qué ofrecerle al dios del cliché, tan respetado por muchísimos cineastas mexicanos y extranjeros. Desde el sugerente título, Ignacio Ortiz declara que su trabajo tiene más que ver con una búsqueda poética que con la –sencilla sólo en apariencia– hechura fílmica de una historia. Alguna vez ganador del Premio Nacional de Poesía Juvenil, acaso este director que debutó con la también desconocida La orilla de la tierra sea hoy en día el único en darse el lujo de contar exclusivamente lo que le dictan sus necesidades expresivas, y hacerlo alejado de cualquier concesión ya no digamos con la taquilla, sino incluso narrativa. No hay en Cuento de hadas... "facilidades", mejor dicho facilismos, que induzcan emocionalmente al espectador a sentir lo que se supone debería sentir si un personaje sufre, ríe, grita o reacciona de tal o cual modo; sin los efectismos formales al uso, sin golpes de histrionismo y armado de un cuerpo de diálogos que por instantes corren el riesgo del hieratismo y sin embargo salen bien librados, Ortiz ofrece la historia de Arcángel (Arturo Ríos), heredero de un mal adquirido por su bisabuelo y que se erigió en estigma familiar: el insomnio. Sitiado por el infortunio –un hijo autista, una esposa que no quiere vivir con un eterno insomne, la noticia de que su padre está en trance de muerte–, Arcángel vuelve a su pueblo natal para encontrarse con su pasado y enfrentar a sus fantasmas. La vieja Isabel (Huertas) y los recuerdos de una infancia no demasiado feliz dan la pauta para que vaya desgranándose una historia familiar que pareciera sacada de los sueños que Arcángel no puede tener. Ortiz resuelve este intrincado panorama de falso onirismo, por llamarlo de algún modo, con una plasticidad notable y un tono dramático que nunca decae. Se permite una morosidad narrativa bien avenida con la dosificación de las necesarias claves para entender el cómo y el porqué de la crisis de su personaje, y al mismo tiempo salpica la cinta de símbolos plenos de un significado que se hace claro hacia el final de la película: un arma de fuego, un nagual, un viejo soldado errante...

Evidentemente hecha con pocos recursos materiales, lo cual vuelve más destacada la pericia fílmica de su director, Cuento de hadas para dormir cocodrilos merece una suerte mucho mejor de la que hasta ahora ha corrido. Por eso, contraviniendo las costumbres, se habla aquí de ella no porque esté disponible en cartelera, sino porque todavía no lo está.