Con textos de Antonio Osorio en los
que aparecen, entre otros seres, los brasileños Cecilia Meireles
y Carlos Drummond de Andrade; un fragmento de poema de Mario Cesariny,
el surrealista portugués más vivo y provocador; una entrevista
de Miguel Ángel Flores con Teresa Sobral de Cunha, pessoista fundamental,
y con poemas de Fiama Hasse Pais Brandão y Nuno Júdice, sale
este número dictado por el amor y la admiración a las letras
portuguesas. Los lectores navegarán por los mares portugueses de
todos los tiempos y se asomarán a esa especie de maremoto interior
que fue, es y será la obra de Pessoa.
Canto del Génesis
Fiama Hasse Pais Brandâo
Al principio fue la luz, después el
cielo
azul porque la luz se empapa
en las capas del aire que miramos.
Al principio fue la Pasión y engendró
de su sangre los animales, de su
Cruz las plantas. Fue, al principio,
el animal-vegetal minúsculo, oculto
en el Paraíso, pero omnipresente
desde el ante-principio. Y de la arcilla
o tierra adámica se formó
la Naturaleza
y el Hombre, bañados por la luz
que perfiló las líneas y
volúmenes vagos.
Al principio fue el martirio
y la bendición de aquel que trabaja
su cuerpo y su pan de sol a sol.
Y los frutos fulguraron en esa luz
cuando las aguas se apartaron
y el mar, hasta hoy, quiebra y requiebra
la ola
para que yo oiga el sonido inicial.
Tres poemas
Nuno Júdice
Ángel de la guarda
El ángel que desciende del espíritu
con la tarde,
que quema el suelo de la página,
que
mancha con rocío los campos de
invierno,
donde la yerba insiste en sobrevivir,
tiene la mirada cansada del infinito.
Le doy
la mano, lo oigo arrastrar sus alas
tras de mí, mientras caminamos
sobre el asfalto. Es verdad que un ángel
no
fue hecho para caminar; y que sus pasos
dibujan un vuelo desgarbado en la duda
ebria de un rumbo. Pero lo siento en
la silla de la taberna; le pongo enfrente
la amarga copa del aguardiente matutino;
y
lo veo beber hasta el fondo las goras
de
fuego del infierno, saboreando el sol
que
despunta, por un instante, de entre las
nubes que lo expulsaron.
Soledad
Un mar rodea al mundo de quien está
solo. Es
el mar sin olas del fin del mundo. Su
agua
es negra; su horizonte no existe. Dibujo
los contornos de ese mar con un lápiz
de
niebla. Borro, sobre su superficie, todos
los pájaros. Los veo protegerse
de la goma
en las grutas del litoral: las aves asustadas
de
la soledad. "Es un mundo impenetrable",
dice
quien está solo. Se sienta en la
orilla, mirando
su caso. Nada más existe más
allá de él, hasta
ese blanco amanecer que lo obliga a acordarse
de que está vivo. Entonces, espera
que la marea suba,
en ese mar sin marea, para tomar una decisión.
Despertar
El día, cuando comienza, se parece
a los
demás. La misma luz que entra por
la ventana,
ruidos de obras y automóviles,
voces. Pero
lo que en este día me falta es
otra cosa: tu
voz, la sorpresa que me das a cada instante,
una luz diferente que no viene de afuera,
de
la misma calle ni del mismo cielo, sino
de dentro
de ti. Así, lo que cambia al mundo
y a las cosas no es el mundo ni las cosas:
somos nosotros, y la relación que
nos prende uno al
otro eso que, no al no ser nada fuera
de nosotros, es todo lo que tenemos en
esta vida. |