La Jornada Semanal,   domingo 9 de febrero del 2003        núm. 414

Poemas
Antonio Osorio

Morgue

Un rostro casi de niño.
Robustas manos de obrero.

Tranquilo sobre la piedra.
Náufrago durmiendo.

Esos buitres que rasgan,
miden, pesan
y garrapatean
no registran
la sangre
ya ennegrecida,
ni la mortal,
y fétida exhalación.

La seducción

Su cabeza tocaba el techo. En el rostro resplandecía la belleza inmortal, la belleza de Afrodita coronada.

Una de las tantas historias de Homero. La diosa se le reveló a Anquises, le aseguró que la suya no era una estirpe divina, sería hija de un rey frigio, y sedujo al troyano:

Antes de poseerla, él la exhibió completamente desnuda antes sus ojos amorosos.

Después, de conformidad con los designios de los dioses, el mortal durmió, sin verdaderamente saberlo, junto a un Inmortal.

Genaro Eneas, el héroe, fue apartado del "sueño voluptuoso", y se le deparó ese rostro que excedía toda la medida teniendo el esplendor de Afrodita.

La seducción eleva, magnifica a la persona amada. ¿Quién sería la mujer que mereció este homenaje?

Alguien que seguramente tuvo el amor de Homero. A quien deseó coronar con yedra y laurel. Una esbelta y alta mujer venida de lejos, de los confines del Mediterráneo, y que admiraba sus versos.

Era una fuente tan profunda que Homero se sintió invadido por su agua, y retribuyó creando la imagen de la diosa que tocaba con la cabeza el techo de su casa.

La fuente

Los pájaros tienen, por imaginarlo yo, una fuente redonda de agua corriente. Y en ella beben todo el año, y se tiene cuidado de que sea pura.

  El agua sale de una piña de piedra, que tiene un plato del tamaño de la rueda más pequeña del tractor, y esa agua alimenta también a los peces.

  En ella los pájaros del huerto y del jardín y sus amigos, que son muchos, vienen, beben, abren las alas, las remojan en el agua, se sacuden, y se bañan como nosotros en verano.

Las flores

Las flores no quieren
estar en el jarrón.

Quieren las manos, las uñas
terrosas, el agua
sobrante del jardinero.


Cecilia y las nubes

En una de las crónicas de viaje, Encontros, fechada en 1943, Cecilia Meireles recuerda con emoción "unos días pasados en Moledo de Penjóia, viejo lugar de Portugal, del que los textos ya hablan desde el siglo xiii". Muchachos y muchachas, que en rondas al aire libre, cantaban "bajo un balcón en que me apoyé para oírlos". Cecilia sentía una "saudade enternecida por Brasil" –porque ellos cantaban y bailaban "cantos comunes", siendo "imposible transcribir aquí todas las trovas recogidas en Penjóia que tienen correspondencias con Brasil".

Cecilia va devanando esas "reliquias sentimentales", que transmitían, en la boca de esos jóvenes, "la herencia lírica de tantas generaciones", transcribiendo las cuartetas idénticas y las variantes brasileñas.

Es una de las grandes crónicas de Cecilia, a la altura de sus mejores poemas, y con ese secreto de haber sido escritas como cartas íntimas, llenas de confidencias, de alegrías o dolores revelados al lector. Vale no sé por cuántos doctos estudios y rancios discursos.

De la tristeza de la muerte a la plenitud del amor, de los lamentos fúnebres a los cantos eróticos, de esos dos extremos de la poesía llamada "primitiva", nos da Cecilia excelentes ejemplos.

Comenzando aquí por el lado nocturno, oyó Cecilia en Penjóia (aldea próxima a Lamego) una ronda "en la que nos tomamos todos de la mano" y que sería "una de las más bellas trovas portuguesas":

Si pasaras por el atrio

el día de mi entierro,

dile a la tierra que no coma

las trenzas de mi cabello.

Pero no será igualmente bella, y no menos conmovedora, la canción que a continuación traduzco del indonesio (no sé, entiéndase bien, la lengua, no es eso lo que importa), y que se pierde, como nuestra trova, sabrá Dios en qué noche lejana:

Canción de una Niña gravemente enferma

Oh Madre, cuando yo muera
peina, trénzame el pelo.
Cuando me vistas, ponme un vestido
blanco, ligero, y de seda de Samarang.
Antes de llevarme a la sepultura, Padre,
pide a los parientes que me acompañen.
Y cuando mi cuerpo sea enterrado,
Padre, deposítame en la tierra lentamente.*
Entre las trovas de amor, Cecilia transcribe la siguiente, que revela "otro paisaje, el paisaje de la tierra tropical que se dibujaría, atractivo y nostálgico en esos ojos navegantes que son los de todos los portugueses": ¡Oh qué cocoteros tan altos,
con tres cocos de plata!
Tomar amor no es nada.
¡Lejanía es lo que mata!
De Indonesia pasamos a los pueblos africanos, cuya poesía oral –cantada y bailada como la de los cantos de ronda– no desmerece, sino al contrario. El color de la piel no les quitó, por supuesto, el don poético. (Piénsese aun en la gravedad, en la dignidad de los Spirituals). ¿Queréis una "separación" no menos pungente y conmovedora?

Canción amorosa
(Toucouleur, África Occidental)

Tú sabes: cuando te busco
y no te veo
mis ojitos se transforman
en un lago, y se vuelven penetrantes,
mis pequeños pies comienzan
a zapatear impacientes.
¡Quiero ver al joven Samba Dyallo!
Mi amigo fue a la guerra.
Que dios lo proteja.
Ahora, una trova brasileña con transposiciones de una de las nuestras, y que quedó más perfecta: Quien dice que el amor cuesta,
es cierto que nunca amó;
yo siempre amé, fui amada,
nunca el amor me costó.
Carlos Drummond de Andrade escribió que la poesía es "el lenguaje de ciertos instantes, y sin duda de los más densos e importantes de la existencia". Y así es. Oigamos a un remoto senegalés, autor de un maravilloso poema de amor, digno de figurar al lado de las "trovas" de Cecilia, y que nos confía un instante de felicidad, de la que somos los cómplices afortunados:

Cantos nocturnos
(Fublé, Alto Volta, África Occidental)

De una azul profundo se hizo el cielo,
como algodón teñido de índigo.
Como la leche fresca, helaba la niebla.
La hiena aulló –el león,
señor de la pradera, responde. Es dulce
entonces secretearse con un amigo de piel clara.

El talento poético de los pueblos "primitivos" no es inferior a su talento plástico, comúnmente aceptado y valorado. La poesía puede superar las limitaciones de la lengua y de la raza, trascender las variaciones de la magia, de los ritos fúnebres, de los estadios culturales, y ser ella misma la expresión inspirada de cada hombre y de todos –de generaciones antiquísimas, de ahora, y de las que vendrán. No sólo entre portugueses y brasileños hay poemas entre sí "correspondientes". Esta correspondencia es un dato constante, pues la poesía es realmente la "palabra cósmica" (Croce) que fue dada a los hombres. En una última entrevista, Pablo Casals dijo que "la música es un arco iris". La poesía no lo es menos, sus correspondientes arco iris van de continente a continente, de habla a habla, de corazón a corazón.

  Pero no encuentro en estas trovas de Cecilia, tanto en las portuguesas como en las brasileñas, ninguna que nos dé el encanto por la belleza del mundo –uno de los temas de la poesía oral de ayer y de la poesía de siempre. Por eso me permito escoger, para terminar este breve florilegio, un desconocido y antiquísimo esquimal, de Groenlandia Meridional, que traduzco porque desearía haberlo conocido, y porque mi convicción es la de que los poetas "son profesores de esperanza" (Giono), y este mundo, lleno de maldiciones y torpes curanderos, para no decir lo peor, necesita emocionarse con el paso de las nubes:

[...] Contemplo las nubes que junto a él se recogen,
y me alegro con el claro resplandor.
Se extiende en torno del alto Koonak,
y a lo largo de los flancos, bañadas por el mar, ellas suben.
Mira cómo cambian, cómo se transforman.
Fíjate, fíjate bien, las nubes debajo del Sol,
cada una aumenta el encanto de la otra.
Cómo se levantan por encima de la pendiente austral,
y cómo lo ocultan del mar tempestuoso.
Cada nube ofrece belleza a las demás.
 

* Eckart Von Sydow, Poesía dei Popoli Primitivi, Parma, Guanda Ed. 1987; recolectada por T.J. Bezemer: "Volksdichtung aus Indonesien", 1904, La Haya, p. 288. En nuestra literatura deben destacarse dos casos notables de recolección de literatura oral de los pueblos primitivos. El primero es Um Cancioneiro para Timor, de Ruy Cinatti (Presença, 1996), en el cual se reproduce, con rigor y rara belleza, la poesía de los timorenses. El segundo es Literatura Africana, de José Osório de Oliveira (Socied. De Expansão Cultural, 1962), que compila, además de poesía, cuentos, fábulas, leyendas, proverbios, apólogos, adivinanzas –llenos de frescura, de inventiva, de malicia crítica– de los pueblos de nuestras antiguas colonias, de los Criollos y Bijagós de Cabo Verde a los Tongas y Vátuas de Mozambique, e incluye un apéndice de fábulas afro-brasileñas de origen africano, seleccionadas por Silvio Romério, en 1885.